Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 44 из 94

- ¿Qué tamaño tenía la piedra más grande del collar? -le pregunto una vez más a Sadie-. Aproximadamente.

Ella suelta un gran suspiro.

- Un centímetro quizá.

- ¿Era muy brillante? ¿Sin imperfecciones? Eso podría afectar a su valor.

- Te veo muy preocupada por el valor de mi collar -me dice-. No creía que fueras tan interesada.

- ¡No lo soy, joder! ¡Sólo pretendo comprender por qué el tío Bill quiere quedárselo! Él no perdería un minuto de su tiempo si no fuese muy valioso.

- ¿Qué diferencia hay, si no podemos recuperarlo?

- Lo recuperaremos, ya verás.

Tengo un plan, y bastante bueno. He empleado todas mis facultades detectivescas desde nuestra visita al tío Bill. Para empezar, hice averiguaciones sobre el desfile de Tutús y Perlas que está organizando Diamanté. Será el próximo jueves en el hotel Sanderstead, a las seis y media de la tarde, con rigurosa invitación. El único problema era que no me imaginaba a Diamanté incluyéndome en la lista de invitados ni en un millón de años, dado que no soy fotógrafa del Hello! ni una de sus amigas famosas. Tampoco me sobran cuatrocientas libras para gastármelas en un vestido. Pero entonces se me ocurrió una idea genial: le envié a Sarah un correo en tono simpático y le dije que me gustaría apoyar a Diamanté en su aventura en el mundo de la moda.. . ¿Podría ver al tío Bill para hablar del tema? Tal vez me pasaría un momento, insinuaba. ¡Mañana, por ejemplo! Y añadí, para rematar la jugada, unas cuantas caritas sonrientes en el mensaje.

Sarah me contestó que Bill estaba muy ocupado y que no me pasara al día siguiente de ninguna manera, pero que hablaría con la secretaria personal de Diamanté. Y, a una velocidad supersónica, me enviaron dos entradas con un mensajero. La verdad, resulta muy fácil sacarle a la gente lo que quieres cuando te consideran una psicópata.

El único problema es que la segunda parte de mi plan, sin duda la más crucial, o sea, hablar con Diamanté y convencerla para que me entregue el collar en cuanto termine el desfile, por ahora no ha funcionado. Su secretaria se niega en redondo a decirme dónde está y a darme su número de móvil. Supuestamente le ha pasado un mensaje, pero no he tenido más noticias. Vamos, ¿por qué iba a molestarse Diamanté en llamar a la nulidad de su prima?

Sadie se dio una vuelta por sus oficinas en el Soho, para ver si la localizaba, a ella y al collar, pero por lo visto nunca aparece por allí. Sólo había secretarias y ayudantes; la ropa se confecciona en unos talleres de Shoreditch. Así que nada de nada.

Sólo me queda una opción: asistir al desfile. Cuando termine, hablaré en privado con Diamanté y la convenceré de algún modo para que me dé el collar.

O si no, bueno.. . se lo birlaré.

Salgo de las páginas de joyería y giro la silla para echarle un vistazo a Sadie. Hoy lleva un vestido plateado que al parecer deseaba a los veintiún años con desesperación, pero que su madre se negaba a comprarle. Está sentada en el alféizar de la ventana y balancea los pies sobre la calle. Es un vestido de espalda escotada y, por detrás, sólo lleva dos finos tirantes que le ciñen sus hombros esbeltos y un lacito en la cintura. De todos los modelos fantasmales que ha lucido, éste es sin duda mi preferido.

- El collar te quedaría impresionante con ese vestido -le digo.

Ella asiente, pero permanece callada, con los hombros ligeramente abatidos. No es de extrañar. Lo teníamos tan cerca.. . y se nos escapó.

La miro, inquieta. Ya sé que no soporta los lamentos, pero quizá se sentiría mejor si hablara. Un poco mejor, al menos.

- Cuéntamelo de nuevo. ¿Por qué es tan importante para ti ese collar?

Pero permanece callada y empiezo a preguntarme si me ha oído.

- Ya te lo dije -responde al fin-. Cuando lo llevo, me siento bella. Como una diosa. Radiante. -Se recuesta en el marco de la ventana-. También debe de haber algo en tu guardarropa que te haga sentir así.

- Eh.. . -titubeo. La verdad, no puedo decir que me haya sentido nunca como una diosa. Ni especialmente radiante, ya puestos.

Como si me leyese el pensamiento, se vuelve y examina mis tejanos con aire dubitativo.

- Quizá a ti no te suceda. Deberías intentarlo y probarte algo hermoso, para variar.





- ¡Estos tejanos son bonitos! -Les doy una palmadita, para convencerme-. Quizá no sean hermosos, como tú dices.. .

- Son azules. -Parece haberse animado y me lanza una mirada mordaz-. ¡Azul! El color más feo del arco iris, pero aun así todo el mundo anda con esos espantosos pantalones azules. ¿Por qué azules?

- Porque.. . -Me encojo de hombros-. No lo sé.

Kate ha salido temprano para ir al ortodoncista y todos los teléfonos permanecen en silencio. Quizá me vaya yo también. Ya casi es la hora, de todos modos. Miro el reloj y noto una punzada de impaciencia.

Me ajusto el broche en el pelo, me levanto y me echo una ojeada en el espejo. Una original camiseta estampada de Urban Outfitters. Un colgante muy mono de una rana. Tejanos y zapatillas de ballet. No mucho maquillaje. Perfecto.

- He pensado que podríamos dar un paseo -le digo-. Hace un día muy bonito.

- ¿Un paseo? -Me mira fijamente-. ¿Qué clase de paseo?

- ¡Pues un simple paseo! -Antes de que pueda añadir algo más, apago el ordenador, conecto el contestador automático y cojo mi bolso. Ahora que mi plan está a punto de realizarse, siento una emoción desbordante.

Sólo hay veinte minutos hasta Farringdon y, al subir las escaleras del metro, vuelvo a consultar el reloj. Las seis menos cuarto. Perfecto.

- ¿Se puede saber qué estamos haciendo? -Sadie me sigue de cerca-. Creía que íbamos a dar un paseo.

- Pues eso. Una especie de paseo.

Casi desearía habérmela quitado de encima, pero me conviene mantenerla en reserva por si las cosas se complican. Llego a la esquina de la avenida principal y me detengo.

- ¿A quién esperas?

- A nadie. No espero a nadie. Sólo estoy.. . matando el tiempo. Viendo pasar el mundo. -Me apoyo en un buzón para demostrarlo, aunque enseguida tengo que apartarme porque se acerca una mujer con una carta.

Sadie se planta delante de mí y me escruta; suelta un resoplido al ver que llevo el libro en la mano.

- ¡Ya lo sé! ¡Estás persiguiéndolo! ¡Esperas a Josh, no lo niegues!

- Estoy volviendo a tomar las riendas de mi vida -replico, evitando su mirada-. Le demostraré que he cambiado. Cuando me vea, comprenderá su error. Tú espera y verás.

- Es una pésima idea. Pésima de verdad.

- Tú cierra el pico.

Me echo un vistazo en un escaparate, me aplico más brillo de labios y enseguida me lo quito. No pienso escucharla. Ya estoy mentalizada y lista para entrar en acción. Ahora sí me siento capacitada. Siempre que he intentado meterme en la mente de Josh, siempre que he tratado de preguntarle qué esperaba de nuestra relación, él me ha rehuido. Pero ¡ahora por fin sé lo que quiere! ¡Sé cómo lograr que funcionen las cosas!

Desde aquel almuerzo me he transformado totalmente. He mantenido el baño en orden. He dejado de cantar en la ducha. He tomado la firme decisión de no hablar de las relaciones de los demás. Incluso he estado hojeando ese libro de fotografía de William Eggleston, aunque sería demasiada coincidencia llevarlo encima. Por eso tengo en las manos uno titulado Los Alamos, otra colección de fotografías suyas. Josh notará el cambio. ¡Se va a quedar boquiabierto! Ahora solamente tengo que tropezarme con él, por casualidad, cuando salga de la oficina. Que queda a unos cien metros.

Con los ojos fijos en la entrada, me sitúo en el hueco que hay junto a una tienda, desde donde disfruto de una perspectiva perfecta de los transeúntes que van hacia la estación de metro. Un par de colegas de Josh pasan a toda prisa; el estómago se me encoge de los nervios. Pronto estará aquí.

- Oye, Sadie. Quizá podrías ayudarme un poco.