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- ¡Allí!

Doblamos una esquina y Sadie señala las puertas acristaladas del primer piso. Están entreabiertas y dan a una terraza a la que se accede desde el jardín por unas escaleras. Así pues, no tendré que trepar por la enredadera. Casi una decepción, la verdad.

- ¡Tú vigila! -le susurro.

Me quito los zapatos, me deslizo hasta los escalones y subo a toda prisa. Camino de puntillas hacia las puertas acristaladas y contengo el aliento.

Ahí está.

Encima del tocador, justo en este lado de la habitación. Una larga y doble hilera de cuentas de vidrio amarillo, con una libélula exquisitamente tallada e incrustaciones de madreperla y diamantes de imitación. Es el collar de Sadie. Mágico e iridiscente, tal como ella lo describió, aunque más largo de lo que imaginaba y con algunas cuentas abolladas.

Me inunda la emoción. Después de todo este tiempo, de tanto buscar y hacerse ilusiones; después de preguntarme si seguiría existiendo aún.. . aquí está. Apenas a dos pasos. Podría inclinarme y cogerlo casi sin entrar.

- Es asombroso -digo volviéndome hacia Sadie-. Es la cosa más preciosa que he visto en toda.. .

- ¡Cógelo! -Agítalos brazos, ansiosa-. ¡Deja ya de hablar y cógelo!

- Vale, vale.

Empujo las puertas, doy un paso y estoy a punto de cogerlo cuando oigo pisadas acercándose a la habitación. Y la puerta se abre. Maldición.

Retrocedo y me agazapo a un lado del balcón.

- ¿Qué haces? -dice Sadie desde abajo-. ¡Coge el collar!

- ¡Hay alguien dentro! ¡Esperaré a que se vaya!

En un santiamén, Sadie aparece en la terraza y se asoma por las puertas acristaladas.

- Es una doncella. -Me fulmina con la mirada-. Deberías haberlo cogido.

- ¡Lo haré en cuanto se vaya! No te apures. Sigue vigilando.

Me pego a la pared, rogando que la doncella o quienquiera que sea no tenga la ocurrencia de salir a tomar el aire, y busco frenéticamente alguna excusa por si acaso.

Y de golpe el corazón me da un brinco: las puertas acaban de moverse.. . Pero en lugar de abrirse, se cierran con un firme chasquido. Ya continuación oigo girar la llave en la cerradura.

Oh, no.

¡Oh, no!

- ¡Ha cerrado! -Sadie entra a toda prisa en la habitación y vuelve a salir-. Y se ha ido. ¡Ahora sí que la has fastidiado!

Forcejeo con las puertas, pero es inútil.

- ¡Idiota! -Sadie está fuera de sí-. ¡Maldita estúpida! ¿Por qué no lo has cogido sin más?

- ¡Estaba a punto! ¡Tendrías que haber vigilado si venía alguien!

- ¿Y ahora qué hacemos?

- ¡No lo sé! ¡No lo sé!

- Tengo que ponerme los zapatos -digo por fin.

Bajo las escaleras y me los calzo de nuevo, mientras Sadie entra y sale de la habitación, exasperada, como si no pudiera resignarse a dejar su collar. Al final, se da por vencida y baja al jardín conmigo. Durante unos instantes no nos miramos.

- Siento no haber sido más rápida -musito.

- Bueno -dice a regañadientes-. Supongo que no toda la culpa es tuya.

- Rodeemos la casa. Quizá podamos colarnos por otro lado. Entra y mira a ver si hay alguien.

Mientras ella desaparece, me deslizo con cautela por el césped y avanzo pegada al muro de la casa. Voy muy despacio porque en cada ventana tengo que agacharme y moverme a rastras. Cosa que no me serviría de mucho si apareciese un guardia.. .

- ¡Aquí estás! -Sadie sale directamente de la pared-. ¿A que no lo adivinas?

- ¡Uf, qué susto! -digo llevándome la mano al pecho-. ¿Qué?

- ¡Es tu tío! ¡He estado observándolo! Abrió la caja fuerte de su habitación pero no encontró lo que buscaba. Cerró de golpe y llamó a gritos a Diamanté. La chica. Qué nombre más raro.





Arruga la nariz.

- Mi prima. Otra de tus sobrinas nietas.

- Ella estaba en la cocina. Tu tío le dijo que tenían que hablar a solas y ordenó a los criados que salieran. Entonces le preguntó si había cogido algo de su caja fuerte. Y añadió que faltaba un viejo collar y le preguntó si sabía dónde estaba.

- Dios mío. -La miro, alucinada-. ¿Qué contestó ella?

- Que no. Pero él no la creyó.

- Tal vez esté mintiendo. -Mi mente trabaja a marchas forzadas-. Tal vez la habitación donde estaba el collar era la suya.

- ¡Exacto! O sea, que hemos de cogerlo ahora, antes de que él averigüe dónde está y vuelva a guardarlo en la caja fuerte. No hay nadie a la vista. Los criados están en el jardín. Podemos movernos por la casa sin problemas.

No me da tiempo de pensar si es una buena idea o no. Con el corazón desbocado, la sigo por una puerta lateral y por un lavadero tan grande como mi apartamento. Me indica unas puertas batientes, luego un corredor y, finalmente, al llegar al vestíbulo, alza la mano y abre mucho los ojos. Oigo gritar al tío Bill cada vez con más fuerza.

- .. . caja fuerte privada.. . seguridad personal.. . cómo te atreves.. . el código era sólo para emergencias.. .

- ¡.. . no es justo, joder! ¡Nunca me has dado nada!

Es la voz de Diamanté, y parece acercarse. Instintivamente, me agazapo detrás de una silla, con las rodillas temblorosas. Un segundo después la veo cruzar el vestíbulo con una minifalda asimétrica de color rosa y una camiseta diminuta.

- Te compraré un collar. -Su padre la sigue a paso rápido-. Eso no es problema. Dime lo que necesitas y Damian se ocupará.. .

- ¡Siempre dices lo mismo! -grita ella-. ¡Nunca escuchas a nadie! ¡Ese collar es perfecto! ¡Lo necesito para mi próximo desfile de Tutús y Perlas! Toda mi nueva colección se basa en mariposas y otros insectos. Soy una persona creativa, por si no te has enterado.. .

- Si tan creativa eres, cielo -replica él, sarcástico-, ¿por qué has contratado a tres diseñadores para que trabajen en tus vestidos?

Me quedo pasmada. ¿Diamanté utiliza a otros diseñadores? Pero es sólo un instante. Al siguiente no comprendo cómo no lo había deducido antes.

- ¡Son.. . sólo ayudantes! -grita ella-. ¡Es mi propia visión! ¡Y necesito ese collar!

- No creas que vas a usarlo, Diamanté. -El tono del tío Bill resulta inquietante-. Ni vas abrirme la caja fuerte nunca más. ¡Y vas a devolvérmelo ahora mismo!

- ¡Ni hablar! ¡Y ya puedes decirle a Damian que se vaya al infierno! ¡Es un cretino! -Echa a correr escaleras arriba y Sadie la sigue de cerca.

El tío Bill está furioso. Jadea ruidosamente y, mesándose el pelo, se detiene al pie de la majestuosa escalinata. Se lo ve tan frenético y descontrolado que me entran ganas de reírme.

- ¡Diamanté! -grita-. ¡Vuelve aquí!

- ¡Vete a la mierda! -se oye a lo lejos.

- ¡Diamanté! -Empieza a subir las escaleras-. Ya basta. No voy a permitir.. .

- ¡Lo tiene ella! -me dice de pronto Sadie al oído-. Se lo ha llevado. ¡Tenemos que atraparla! ¡Ve por la parte trasera! Yo vigilo la escalera.

Me incorporo con las piernas temblorosas, cruzo el corredor y el lavadero y salgo al jardín. Jadeando y ya sin preocuparme de si me ven o no, rodeo la casa a la carrera.. . hasta que me paro en seco, consternada.

Mierda.

Diamanté, al volante de un Porsche negro descapotable, recorre derrapando el sendero de grava.

- ¡Noooo! -aúllo sin poder contenerme.

Cuando reduce la velocidad para cruzar la verja, hace el signo de la victoria hacia la casa; luego acelera y se aleja calle abajo. En la otra mano, enredado entre sus dedos, vislumbro el collar de Sadie destellando a la luz del sol.

Capítulo 13

Sólo hay una posibilidad: que no sean diamantes de imitación, sino auténticos. El collar está tachonado de diamantes de singular antigüedad y vale millones de libras. Ha de ser eso. No se me ocurre otro motivo para que el tío Bill esté tan interesado.

He consultado en Google toda clase de páginas sobre diamantes y joyería, y es increíble lo que la gente está dispuesta a pagar por un diamante de 10,5 quilates extraído en los años veinte.