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- Muchas gracias por tu tiempo, Bill -le dice uno de los tipos-. Te lo agradecemos mucho.

El tío Bill ni siquiera responde, se limita a alzar una mano como si fuese el Papa. Mientras los ejecutivos desfilan, tres chicas de uniforme oscuro aparecen como de la nada y retiran las tazas de la mesa en sólo treinta segundos. Sarah me acompaña hasta el escritorio.

De repente, también ella parece nerviosa.

- Su sobrina Lara -le susurra a su jefe-. Quiere un encuentro a solas. Damian ha decidido darle cinco minutos, pero no tenemos notas preparatorias. Ted está listo para intervenir. -Baja un poco más la voz-. Puedo pedir refuerzos de seguridad.. .

- Gracias, Sarah, no hay problema -dice Bill, cortándola y volviéndose hacia mí-. Siéntate, Lara.

Mientras me acomodo, veo de soslayo a Sarah alejándose y oigo el sonido amortiguado de la puerta al cerrarse.

Se hace un silencio. Mi tío teclea algo en su BlackBerry. Para pasar el rato, miro las fotografías en que aparece con gente famosa. Mado

- Bueno, Lara. -Levanta la vista-. ¿Qué puedo hacer por ti?

- Hummm.. . -Carraspeo-. Estaba.. .

Tenía preparadas un montón de frases incisivas para empezar, pero ahora que estoy aquí, en el sanctasanctórum, mueren todas en mis labios antes de ser pronunciadas. Me siento paralizada. Estamos hablando de Bill Lington, nada menos. Un famosísimo magnate con un millón de asuntos importantes entre manos, como explicarle al presidente norteamericano cómo debe dirigir su país. ¿Por qué habría de ir semejante personaje a una residencia de ancianos a birlarle un collar a una viejecita? ¿Cómo se me ha ocurrido algo así?

- ¿Lara? -Frunce el entrecejo, inquisitivo.

Ay, Dios. Si he de hacerlo, mejor que lo haga ya. Es como saltar de un trampolín. Tápate la nariz, inspira hondo y lánzate.

- La semana pasada fui a la residencia de la tía Sadie -digo atropelladamente-. Y por lo visto, hace unas semanas tuvo un visitante llamado Charles Reece que era exactamente igual que tú, cosa que no tiene sentido, así que quería preguntarte.. .

Me interrumpo. Él me mira con el mismo entusiasmo que si me hubiera arrancado de un tirón una falda hawaiana y me hubiera lanzado a bailar.

- Por todos los santos, Lara -masculla-. ¿Aún sigues creyendo que Sadie fue asesinada? ¿De eso quieres hablarme? Porque francamente no tengo tiempo.. . -Alarga la mano hacia el teléfono.

- ¡No, no es eso! -Me arde la cara del bochorno, pero me obligo a perseverar-. En realidad, no creo que la asesinaran. Fui allí porque.. . porque me sentía fatal pensando que nadie había mostrado el menor interés por ella. Mientras vivía, quiero decir. Y resulta que había otro nombre en el libro de visitas, y me dijeron que el tipo se parecía mucho a ti. Y me he quedado.. . intrigada. Ya me entiendes. Sólo intrigada. -Oigo las palpitaciones de mi corazón.

Lentamente, tío Bill vuelve a colocar el auricular en su sitio y permanece en silencio. Parece sopesar lo que va a decir con exactitud.

- Bueno, por lo visto, los dos sentimos el mismo impulso -dice por fin, repantigándose en su sillón-. Tienes razón. Fui a ver a Sadie.

Abro la boca, atónita.

¡Bingo! ¡Un bingo total e instantáneo! Debería reciclarme en detective privada.

- Pero ¿por qué usaste el nombre de Charles Reece?

- Lara. -Suelta un paciente suspiro-. Tengo un montón de fans. Soy una celebridad. Hay muchas cosas que hago sin necesidad de andar pregonándolas. Obras benéficas, visitas a hospitales.. . -Extiende las manos-. Charles Reece es el nombre que adopto cuando quiero permanecer en el anonimato. ¿Te imaginas el jaleo que se organizaría si llegara a saberse que Bill Lington en persona ha ido a visitar a una anciana? -Me mira con un brillo afable en los ojos y no puedo evitar devolverle la sonrisa.

Tiene sentido. El tío Bill es como una estrella de rock. Utilizar un pseudónimo es lógico en su caso.

- Pero ¿por qué no lo contaste a nadie de la familia? En el funeral dijiste que nunca habías visitado a la tía Sadie.

- Ya lo sé -asiente-. Pero tenía mis motivos. No quería que el resto de la familia se sintiera culpable o se pusiera a la defensiva por no haberla visitado. Especialmente, tu padre. A veces es un poco.. . quisquilloso.

¿Quisquilloso? No lo es en absoluto.

- Papá es un trozo de pan -digo con cierta tensión.

- Sí, es un tipo estupendo. Pero no ha de resultar fácil ser el hermano mayor de Bill Lington. Me da un poco de pena.

Siento una oleada de indignación. Es verdad. No es fácil ser el hermano mayor de Bill Lington porque Bill Lington es un gilipollas engreído.





No debería haberle sonreído. Ojalá hubiese un modo de retirar las sonrisas.

- No tienes por qué compadecer a papá -digo-. Él no se compadece de sí mismo. Le ha ido muy bien en la vida.

- ¿Sabes?, yo empecé utilizando a tu padre como ejemplo en mis seminarios. -Adopta un tono reflexivo-. Dos chicos. Con los mismos orígenes. Con la misma educación. La única diferencia entre ambos era que uno de ellos quería llegar. Tenía un sueño.

Habla como si estuviera ensayando una charla para un DVD promocional. Por Dios, está que se sale. Pero ¿de dónde saca que todo el mundo quiere ser como Bill Lington? El sueño de algunas personas más bien sería no ver su cara estampada en las tazas de café de todo el planeta.

- Bueno, Lara.. . -dice, fijando otra vez la vista en mí-. Ha sido un placer volver a verte. Sarah te mostrará.. .

¿Ya está? ¿Se ha acabado la audiencia? Ni siquiera he llegado al asunto del collar.

- Hay algo más -me apresuro a decir.

- Lara.. .

- Sólo un momento. Me preguntaba también si cuando visitaste a la tía Sadie.. .

- ¿Sí? -Está perdiendo la paciencia. Echa un vistazo a su reloj y juguetea con su llavero.

Ay, Dios. ¿Cómo decirlo?

- ¿Sabes algo de.. . ? O sea, ¿viste.. . o quizá te llevaste, sin querer.. . un collar? Un collar largo con cuentas de cristal y un colgante en forma de libélula.

Me esperaba otro suspiro condescendiente, una mirada perpleja, un comentario desdeñoso. Pero no que se quedase helado con una expresión repentinamente alerta y recelosa.

Le sostengo la mirada, casi sin aliento de pura consternación. Sabe de qué estoy hablando. Lo sabe.

Pero al punto el recelo desaparece de sus ojos y recobra la actitud educada. Casi podría creer que la otra expresión la he imaginado.

- ¿Un collar? -Bebe un sorbo de café y teclea algo en el ordenador-. ¿Te refieres a alguna pertenencia de Sadie?

Siento un hormigueo en la nuca. ¿Qué sucede? Acabo de ver una expresión inequívoca en sus ojos, estoy segura. ¿Por qué finge no saber de qué le hablo?

- Sí, es una pieza antigua que estoy intentando localizar. -El instinto me indica que actúe con calma e indiferencia-. Las enfermeras de la residencia me dijeron que había desaparecido, o sea que.. . -Lo miro, esperando una reacción, pero ahora tiene perfectamente colocada su máscara inexpresiva.

- Interesante. ¿Para qué lo buscas? -pregunta como quien no quiere la cosa.

- Por ningún motivo especial. Sólo que lo llevaba puesto en una foto que le sacaron cuando cumplió los ciento cinco y pensé que sería bonito conservarlo.

- Interesante. -Hace una pausa-. ¿Puedo ver la foto?

- No la llevo encima.

Esta conversación es rarísima. Como un partido de tenis en el que los dos fuéramos resistiendo la tentación de dar un golpe ganador.

- Bueno, me temo que no sé de qué me hablas. -Deja la taza en el escritorio como dando por terminada la entrevista-. Voy muy justo de tiempo, así que.. .

Echa su silla atrás, pero yo no me muevo. Él sabe algo, estoy segura. Pero ¿qué puedo hacer? ¿Qué opción me queda?

- ¿Lara? -me apremia.

Me levanto de mala gana. Cruzamos el despacho y la puerta se abre como por arte de magia. Aparece Sarah, escoltada por Damian, que permanece algo más retrasado manipulando su BlackBerry.