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Tras un ligero parpadeo de sorpresa, coge la lista y asiente sin hacer preguntas, como un soldado leal.

- Por supuesto.

Recorro con el dedo los nombres tachados y marco el número siguiente. Atiende una mujer.

- ¿Sí?

- Hola, Me llamo Lara Lington. No nos conocemos, pero.. .

Han pasado dos horas cuando cuelgo finalmente y miro a Kate con desánimo.

- ¿Has tenido suerte?

- No -suspira-. ¿Y tú?

- Nada.

Me arrellano en la silla y me froto la cara. Toda mi adrenalina se ha evaporado hace cosa de una hora, para dar paso a una desilusión creciente a medida que me acercaba al final de la lista. Hemos descartado todos los números y no sé por dónde seguir. ¿Qué voy a hacer ahora?

- ¿Voy a buscar unos sándwiches? -sugiere Kate tímidamente.

- Sí, claro. -Esbozo una sonrisa-. Pollo con aguacate, por favor. Gracias.

- No hay de qué. -Se muerde el labio, preocupada-. Espero que lo encuentres.

En cuanto sale, apoyo la cabeza en la mesa y me masajeo la nuca. Ya me veo volviendo a la residencia para hacer más preguntas. Tiene que haber otros caminos que explorar. Tiene que haber una respuesta. Hay algo que no encaja. El collar estaba allí, Sadie lo llevaba puesto.. .

Súbitamente se me ilumina la cabeza. Esa visita que tuvo, Charles Reece. No le he seguido la pista. No estaría de más probar por ese lado. Saco el móvil, busco el número de la residencia y marco con cansancio.

- Residencia Fairside -responde una voz femenina.

- Soy Lara Lington, la sobrina nieta de Sadie Lancaster.

- ¡Hola!

- Me gustaría saber si alguna enfermera podría darme más datos sobre la visita que mi tía recibió justo antes de morir. Un tal Charles Reece.

- Aguarda un momento.

Mientras espero, saco el dibujo del collar y lo estudio una vez más, buscando alguna pista. Lo he mirado tantas veces que casi podría dibujar cada cuenta de memoria. Y cuanto más lo conozco, más hermoso me parece. No soporto la idea de que Sadie lo pierda.

Quizá debería encargar una copia en secreto, pienso. Una réplica exacta. Podría pedir que le dieran una pátina antigua y decirle a Sadie que es el original. Quizá se lo tragaría.. .

- ¿Lara? -Una voz jovial interrumpe mis pensamientos-. Soy Sharon, una de las enfermeras. Yo estaba con Sadie cuando Charles Reece la visitó. Fui yo, de hecho, quien lo hizo firmar en el registro. ¿Qué quiere saber de él?

«Sólo si birló el collar.»

- Bueno, ¿cómo fue la visita?

- Normal. Estuvo sentado a su lado un rato y luego se fue. Nada más.

- ¿En la habitación de Sadie?

- Sí, claro. En las últimas semanas apenas salía de allí.

- Ya. Entonces.. . ¿él podría haberle quitado el collar?

- Bueno, posible es, desde luego -dice dubitativa.

Es posible. Ya es algo. Un comienzo.

- ¿Podría decirme cómo era? ¿Qué edad tenía?

- Unos cincuenta, diría yo. Un tipo apuesto.

Esto se vuelve cada más intrigante. ¿Quién demonios será? ¿El joven amante de Sadie?

- Si apareciese de nuevo, o si telefonease, ¿serían tan amables de avisarme? -Anoto en un papel: «Charles Reece, cincuentón apuesto»-. ¿Y pedirle su dirección?





- Lo intentaremos.

- Gracias. -Suspiro desanimada. ¿Cómo voy a localizar a este tipo?-. ¿No recuerda nada más de él? -añado-. ¿Algún rasgo peculiar? ¿Alguna cosa en que se haya fijado?

- Bueno -dice, y emite una risita-. Es curioso que usted se llame Lington.

- ¿Por qué?

- Gi

- Eh.. . ¿por qué lo dice? -respondo, súbitamente alerta.

- Porque el señor Reece era igualito que él. Se lo comenté entonces a las chicas. Aunque llevaba gafas oscuras y una bufanda, se veía claramente. Era la viva imagen de Bill Lington.

Capítulo 12

No tiene sentido. Ningún sentido. Es una locura, lo mires como lo mires.

¿«Charles Reece» era el tío Bill? Pero ¿por qué habría visitado a Sadie con un nombre falso? ¿Y por qué no contó que le había hecho una visita?

En cuanto a que pudiera estar relacionado con la desaparición del collar.. . ¡anda ya! Es multimillonario. ¿Para qué iba a querer un collar del año de Maricastaña?

Me entran ganas de golpearme la cabeza contra la ventanilla para ver si todas las piezas se ordenan en su sitio. Pero como en este momento voy sentada en una lujosa limusina, con chófer incluido, proporcionada por el propio tío Bill, creo que no voy a hacerlo. Llegar hasta aquí ha supuesto un jaleo considerable. No quiero arriesgarlo todo tontamente.

En mi vida había llamado al tío Bill, así que al principio no sabía cómo ponerme en contacto con él. (Obviamente no podía preguntárselo a mis padres, porque se habrían empeñado en saber para qué quería verlo, y por qué había metido mis narices en la residencia de la tía Sadie, y de qué demonios estaba hablando, de qué collar, etcétera.) De modo que llamé a la central de Lingtons, convencí a la operadora de que hablaba en serio, me pasó con una secretaria y pedí una cita.

Fue como si hubiese solicitado una audiencia con el primer ministro. Inmediatamente empezaron a enviarme mensajes seis secretarias distintas, primero para acordar una hora, luego para reprogramarla, para cambiar el sitio, para mandarme un coche, para pedirme que llevara un documento de identificación, para advertirme que no podía rebasar mi tiempo, para preguntarme qué bebida Lingtons prefería tomar en el coche.. .

Todo eso para una entrevista de diez minutos.

La limusina es digna de una estrella de rock, he de reconocerlo. Tiene dos filas de asientos encaradas y una televisión, y al subir me aguardaba un batido de fresa helado, tal como había pedido. Me sentiría aún más agradecida, pero una vez le oí decir a papá que tío Bill siempre manda un coche a la gente para poder despacharla en cuanto se cansa.

- William y Michael -me suelta Sadie desde el asiento de enfrente-. Se lo dejé todo a esos chicos en mi testamento.

- Sí. Ya me lo han dicho.

- Espero que se sintieran agradecidos. Debía de haber una cantidad considerable.

- ¡Por supuesto! -me apresuro a mentir, recordando una conversación de mamá y papá. Al parecer, todo se fue en los gastos de la residencia. Pero no es necesario que ella lo sepa-. Estaban muy emocionados.

- No es para menos. -Se arrellana en el asiento, satisfecha.

Al cabo de un momento, el coche deja la carretera y se detiene ante una verja enorme. Mientras sale el guardia de la garita y habla con el conductor, Sadie contempla la mansión a lo lejos.

- Cielos. -Me mira vacilante, como si nos estuvieran gastando una broma-. Es una casa enorme. ¿Cómo se ha hecho tan rico?

- Ya te lo dije -musito, mientras le doy mi pasaporte al chófer, quien se lo entrega a su vez al guardia de seguridad.

Los dos deliberan un rato. Ni que fuese una terrorista.. .

- Me dijiste que tenía una cadena de cafés -dice Sadie, arrugando la nariz.

- Sí. Miles de locales. Por todo el mundo. Es muy famoso.

Se hace un silencio.

- A mí me habría gustado ser famosa -murmura.

Hay un matiz de melancolía en su voz y abro la boca para decirle: «¡Quizá lo seas algún día!», pero la cierro de golpe, apenada, al recordar la cruda realidad. Para ella ya no hay «algún día» que valga.

La limusina empieza a subir ronroneando por el sendero y yo miro por la ventanilla como una cría deslumbrada. He estado sólo unas pocas veces en la mansión del tío Bill y siempre se me olvida lo impresionante que es. Es una casa enorme de estilo georgiano con quince habitaciones y dos piscinas en el sótano. Dos.