Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 37 из 94

- Hasta luego, tío -dice, y cierra el móvil-. Qué tal.

- Ah, hola. -Intento aparentar indiferencia, como si fuera de lo más normal que me sorprenda agazapada aquí, con una empanada y un zumo en la mano-. Qué curioso.. . eh.. . verte por aquí. Es que.. . mis planes para cenar se han torcido. -Carraspeo-. En el último momento. Mis amigos me han llamado para anularlo, así que he entrado a comprar algo. Aquí las empanadas son buenísimas.. .

Hago un esfuerzo para dejar de farfullar. ¿Por qué tengo que sentirme incómoda, al fin y al cabo? ¿Por qué no se siente incómodo él? ¿Acaso no lo he pillado también?

- Pensaba que tenías planes -le digo arqueando las cejas-. ¿Qué ha pasado? ¿También te los han anulado? ¿O es una cena tan sofisticada que te da miedo acabar con hambre? -Echo un vistazo a su bolsa con una sonrisita y aguardo a que se sonroje.

Ni siquiera parpadea.

- Éste era mi plan. Comprar algo de comida y terminar un trabajo. Salgo mañana a primera hora para Ámsterdam. Voy a dar una conferencia.

- Ah -musito.

Él sigue imperturbable. Me temo que dice la verdad. Maldita sea.

- Ya -digo-. Bueno.. .

Hay una pausa incómoda; luego me hace un gesto educado.

- Buenas noches.

Sale de Pret A Manger y lo observo alejarse, con la sensación de haber quedado fatal.

Josh nunca me habría hecho sentir así. Ya sabía que no me gustaba este tipo.

Una voz interrumpe mis pensamientos:

- ¿La Farola?

Miro al hombre flacucho que tengo delante. Va sin afeitar y lleva una gorra de lana y la identificación oficial de vendedor de La Farola. Para compensar todas las veces que no he colaborado, decido tener un gesto.

- Me quedo cinco -digo.

- Gracias, preciosa. -El hombre señala mi conjunto de época-. Bonito vestido.

Le doy el dinero, cojo las cinco revistas y me acerco a la caja. Aún estoy dándole vueltas a la frase ingeniosa y cortante que debería haberle soltado a Ed. Tendría que haberle dicho con una risa jovial: «La próxima vez que hagas planes para cenar, recuérdame.. . » No, no; mejor: «La verdad, Ed, cuando hablabas de cenar.. . »

- ¿Qué es La Farola?-Sadie me saca de mi ensimismamiento. Parpadeo varias veces, irritada conmigo misma. ¿Por qué malgasto mis neuronas con él? ¿Qué más da lo que piense?

- Es una revista que venden por la calle -le digo-. Los beneficios se destinan a la gente sin hogar. Es una buena causa.

Sadie asimila la información.

- Después de la guerra había mucha gente viviendo en la calle -dice-. Daba la impresión de que el país nunca volvería a recuperarse.. .

- Lo siento, señor, pero aquí no se puede vender. -Una chica de uniforme se lleva al de La Farola fuera del local-. Valoramos el trabajo que hace, pero son normas de la casa.

Miro al hombre a través de la puerta de cristal. Parece resignado a que lo echen y, al cabo de un momento, se pone a ofrecer la revista a los transeúntes. Todos pasan de largo.

- ¿Siguiente?

La cajera se dirige a mí y me acerco al mostrador. La tarjeta de crédito está en el fondo del bolso, así que tardo un rato en pagar y pierdo de vista a Sadie.

- Pero ¿qué.. . ?

- Joder, ¿qué pasa?

De repente todas las cajeras se ponen a soltar exclamaciones de asombro. Me vuelvo y descubro el motivo. No puedo creerlo.

Hay un auténtico éxodo de clientes hacia la calle. Todos se agolpan en la acera en torno al vendedor de La Farola. Algunos ya tienen varios ejemplares en las manos; otros le tienden el dinero, aguardando su turno.

Sólo ha quedado un cliente dentro. Sadie flota junto a él, con aire reconcentrado, y le habla al oído. Al cabo de un momento, el tipo deja la caja de sushi que sostenía, sale a la calle con cara de susto y se suma a la multitud, sacando la cartera. Sadie lo mira con los brazos cruzados. Me echa un vistazo, satisfecha; yo le sonrío.

- Eres una tía enrollada, Sadie -le digo con los labios.

Enseguida aparece a mi lado, perpleja.

- ¿Que soy qué?

Cojo el bolso y echo a andar.





- Significa que.. . eres fantástica. Has tenido un gesto muy bonito -añado, señalando a la gente apiñada alrededor del tipo de La Farola.

Ahora los transeúntes, curiosos, se unen al corro y el hombre parece abrumado. Los miramos un momento y luego caminamos calle abajo, con un silencio apacible entre ambas.

- Tú también lo eres -dice ella al cabo.

- ¿Por qué?

- Has tenido un gesto muy bonito también. Sé que no querías ponerte el vestido esta noche, pero te lo has puesto. Por mí -dice sin mirarme-. Así que gracias.

- De nada. -Me encojo de hombros y le doy un mordisco a la empanada de pollo-. Tampoco ha sido para tanto.

No pienso reconocerlo ante ella, porque entonces no parará de pavonearse y se pondrá insoportable. Pero la verdad es que todo este rollo de los años veinte casi empieza a gustarme.

Casi.

Capítulo 11

¡Las cosas van mejorando! Es una corazonada. Incluso esa segunda cita con Ed será algo positivo. Las ocasiones hay que pillarlas al vuelo, como decía tío Bill. Y de eso se trata en este caso. Asistir a la cena de Business People será una oportunidad única para mí. Conoceré una cohorte de profesionales de alto nivel y podré repartir mi tarjeta e impresionar a la gente. Natalie siempre andaba diciendo que tenía que «destacar por ahí» y mantener un «perfil alto». Muy bien, pues ahora la que va a destacar soy yo.

- ¡Kate! -digo nada más entrar en el despacho el lunes por la mañana-. Necesito mis tarjetas; tendría que comprarme uno de esos tarjeteros.. . Y pásame los números atrasados de Busin.. . -Ella tiene el teléfono en una mano y con la otra me hace aspavientos alarmados-. ¿Qué pasa?

- ¡La policía! -dice tapando el auricular-. Los tengo al teléfono. Quieren venir a verte.

- Ah, vale.

Siento como si un trozo de hielo me bajara hasta el estómago. Maldición. Tenía la esperanza de que se olvidasen de mí. Miro alrededor para ver si Sadie anda por aquí, pero no. Durante el desayuno me habló de una tienda de objetos de época que hay en Chelsea; quizá haya ido allí.

- ¿Te paso la llamada? -Kate está al borde del soponcio.

- Sí, ¿por qué no? -Finjo seguridad, como si la cosa no fuera conmigo y estuviera acostumbrada a tratar todos los días con la policía.

- Hola. Lara Lington al aparato.

- Lara, soy la detective Davies.

En cuanto oigo su voz me veo a mí misma en aquel cuartito, diciéndole que me estoy entrenando para las Olimpiadas en la modalidad de marcha atlética, mientras ella tomaba notas con aire impasible. ¿En qué estaría yo pensando?

- Hola. ¿Qué tal?

- Bien, gracias. -Amable pero enérgica-. Estoy por la zona y me gustaría pasarme por su oficina para hablar un momento. ¿Está libre ahora mismo?

Ay, Dios. ¿Hablar con una poli? No me apetece nada.

- Sí, estoy libre -digo con voz chillona-. ¡Me encantará! Nos vemos aquí.

Cuelgo, sofocada. ¿Por qué se empeña en investigar? ¿No dicen que la policía sólo se dedica a poner multas de tráfico y pasa olímpicamente de los asesinatos? ¿Por qué no pasan también de este caso?

Kate me mira con unos ojos como platos.

- ¿Nos hemos metido en un lío?

- Descuida -la tranquilizo-. No hay por qué preocuparse. Es sólo por el asesinato de mi tía abuela.

- ¿Asesinato? -Se tapa la boca con una mano.

Se me olvida una y otra vez cómo suena la palabra «asesinato» si la dejas caer sin previo aviso en una conversación.

- Eh.. . sí. Bueno. ¿Cómo te ha ido el fin de semana?

La artimaña no funciona. El aire patidifuso de Kate no varía. Se agrava un poquito, de hecho.