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Por eso empezó sus seminarios Dos Pequeñas Monedas. Hace unos meses, yo misma asistí en secreto a uno de ellos. Por si podía pillar alguna pista para dirigir una nueva empresa. Había doscientas personas, todas absorbiendo cada una de sus palabras, y al final teníamos que lanzar dos monedas al aire y decir: «Éste es el comienzo.» Una situación completamente falsa y más bien embarazosa, aunque la gente que me rodeaba parecía en estado de trance. Yo escuché con mucha atención y sin perderme un ripio, y todavía no entiendo cómo lo consiguió.

Quiero decir: tenía veintiséis años cuando ganó su primer millón. ¡Veintiséis! Abrió un negocio y se convirtió en un triunfador en el acto. Mientras que yo abrí mi empresa hace seis meses y sólo me he convertido en una chiflada en el acto.

- ¡Quizá Natalie y tú también escribáis un día un libro sobre vuestro negocio! -dice mamá, como si pudiera leerme el pensamiento.

- El éxito está a la vuelta de la esquina -añade papá con buena fe.

- ¡Mirad, una ardilla! -Me apresuro a señalarla por la ventanilla. Mis padres se han mostrado tan animosos con mi nuevo trabajo que no puedo contarles la verdad. Prefiero cambiar de tema cada vez que lo sacan a relucir.

Bueno, para ser exactos, no es que mamá se mostrara muy animosa al principio. De hecho, podría afirmarse sin faltar a la verdad que cuando anuncié que dejaba mi trabajo de marketing y que iba a invertir todos mis ahorros en abrir una empresa de cazatalentos (aunque en mi vida había hecho nada parecido ni sabía nada al respecto), a ella se le fundieron de golpe todos los circuitos.

Pero se calmó cuando le expliqué que iba a asociarme con mi mejor amiga, Natalie; que ella era una alta ejecutiva de cazatalentos, que se pondría al frente del negocio al principio y que yo me ocuparía de la parte administrativa y el marketing, mientras aprendía a cazar talentos por mí misma. Añadí que ya teníamos varios contratos en ciernes y que pagaríamos el crédito del banco en un abrir y cerrar de ojos.

Parecía un plan genial. Era un plan genial. Hasta que Natalie se fue de vacaciones hace un mes, se enamoró de un ligón playero de Goa y una semana después me envió un mensaje para anunciarme que no sabía exactamente cuándo volvería, pero que todos los asuntos pendientes estaban en el ordenador y que no tendría problemas en coger las riendas, que el surf allá en Goa era fabuloso, que yo también debería hacer una escapada, muchos besos, Natalie.

Nunca volveré a meterme en negocios con Natalie. ¡Uff!

- ¿Este trasto está apagado? -pregunta mamá, apretando botones en su móvil sin saber muy bien lo que hace-. Sólo faltaría que se pusiera a sonar durante el servicio.

- Déjame ver. -Papá se detiene en una plaza de aparcamiento, apaga el motor y coge el teléfono-. Debes ponerlo en modo silencioso.

- ¡No! -exclama mamá, alarmada-. Quiero apagarlo. El modo silencioso podría fallar.

- Bueno, ya está. -Papá pulsa el botón lateral-. Apagado. -Se lo devuelve a mamá, que lo examina con inquietud.

- ¿Y si se enciende solo dentro del bolso? -Nos mira con aprensión-. Le pasó a Mary, la del club náutico, ¿no lo sabíais? El cacharro cobró vida en su bolso y empezó a sonar justo cuando estaba de jurado en un tribunal. Dicen que debió de darle un golpe, o que lo tocó sin querer…

Ha empezado a alzar la voz, casi le falta el aliento. Ahora es cuando mi hermana Tonya perdería la paciencia y le soltaría: «¡No seas idiota, mamá! ¡No va a encenderse solo!»

- Mami. -Se lo quito de las manos con delicadeza-. ¿Qué tal si lo dejamos en el coche?

- Tienes razón. -Parece relajarse un poco-. Sí, buena idea. Lo dejaré en la guantera.

Miro a papá, que me devuelve una sonrisa de complicidad. Pobre mamá, con todas esas ideas absurdas circulando en la cabeza… Necesita con urgencia ver las cosas en su justa proporción.

Al acercarnos al tanatorio oigo el peculiar acento del tío Bill. Nos abrimos paso entre la pequeña aglomeración y ahí está, con su chaqueta de cuero, su bronceado permanente y su pelo esponjoso. Todo el mundo sabe que tío Bill está obsesionado con su pelo. Lo tiene espeso, exuberante y negro azabache, y si algún periódico se atreve a insinuar que se lo tiñe, amenaza con ponerle una demanda.

- La familia es lo primero -está diciéndole a un entrevistador con tejanos-. La familia es la roca en que todos nos apoyamos. Si he de modificar mi agenda por un funeral familiar, lo hago sin vacilar.

Percibo la oleada de admiración que sacude a todos los presentes. Una chica que sujeta un vaso de plástico de Lingtons parece fuera de sí y le susurra a su amiga: «¡Es él, es él!»

- Si pudiéramos dejarlo aquí… -Es uno de sus ayudantes, dirigiéndose al periodista-. Bill tiene que entrar en el tanatorio. Gracias, chicos. Sólo unos cuantos autógrafos -añade mirando a los curiosos.

Esperamos en un lado con paciencia hasta que todos consiguen que el tío Bill les firme con un rotulador sus vasos de café y sus recordatorios del funeral. La cámara no deja de filmar. Al fin, cuando todos se alejan, él se acerca a nosotros.

- Qué tal, Michael. Me alegro de verte. -Le estrecha la mano a papá, pero de inmediato se vuelve hacia su asistente-. ¿Tienes a Steve al teléfono?

El ayudante se apresura a tenderle un móvil.





- Hola, Bill. -Papá siempre lo trata con toda cortesía-. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez. ¿Cómo te va todo? Felicidades por tu libro.

- ¡Gracias por el ejemplar dedicado! -añade mamá.

Bill nos hace un gesto rápido y dice por el móvil:

- Steve, recibí tu correo.

Mis padres se miran. Evidentemente, la plática familiar ha concluido.

- Entremos a averiguar dónde es exactamente -susurra mamá-. ¿Vienes, Lara?

- Me quedo aquí un segundo -respondo en un impulso-. Nos vemos dentro.

Aguardo a que desaparezcan y me acerco al tío Bill. Se me acaba de ocurrir un plan diabólico. En su seminario, él aseguraba que la clave del éxito para un empresario consiste en pillar las oportunidades al vuelo. Bueno, pues yo soy una empresaria, ¿no? Y esto es una oportunidad, ¿verdad?

Espero hasta que parece terminar su conversación y le digo con voz titubeante:

- Hola, tío Bill. ¿Podría hablar contigo un momento?

- Espera -dice alzando una mano y poniéndose su BlackBerry en el oído-. Qué tal, Paulo. ¿Qué pasa? -Se vuelve hacia mí y me hace una seña, como dándome la entrada.

- ¿Sabías que ahora soy cazatalentos? -digo con una sonrisa nerviosa-. Me he asociado con una amiga. Nos llamamos L amp;N Selección de Ejecutivos. ¿Puedo hablarte un momento de nuestra empresa?

Él me examina, ceñudo.

- Espera un momento, Paulo -dice.

¡Hala! ¡Ha dejado la llamada en espera! ¡Por mí!

- Estamos especializadas en buscar personas motivadas y altamente cualificadas para ocupar cargos directivos de primera línea -le comento, tratando de no aturullarme-. ¿Sería posible que hablara con alguien de tu departamento de recursos humanos para explicarle cuáles son nuestros servicios y quizá encontrar alguna forma de colaborar…?

- Lara. -Levanta la mano-. ¿Qué dirías si te pusiera en contacto con mi jefa de recursos humanos y le dijera: «Es mi sobrina, dale una oportunidad»?

Siento una descarga de placer. Quiero cantar el Aleluya. La apuesta ha valido la pena.

- Diría que muchísimas gracias, tío Bill -respondo, procurando mantener el tipo-. Lo haría lo mejor posible, trabajaría las veinticuatro horas, incluidos sábados y domingos, y te estaría inmensamente…

- No -me corta-. Lo que pasaría es que te perderías el respeto a ti misma.

- ¿Có… cómo? -farfullo desconcertada.

- Te digo que no. -Me lanza una sonrisa deslumbrante-. Y estoy haciéndote un favor, Lara. Si lo logras por tus propios medios, te sentirás mucho mejor. Sentirás que te lo has ganado.

- Vale. -Trago saliva; la cara me arde de humillación-. O sea, yo quiero ganármelo. Quiero trabajar duro. Sólo pensaba que tal vez…