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La saco del tablón, mareada de incredulidad. Aquí está. Perfectamente a la vista, destacado sobre los pliegues del chal de mi tía abuela. Ahí están las cuentas de cristal. Y ahí la libélula con diamantes de imitación incrustados. Tal como lo describió. ¡Es real!

- Lamento que ninguna de nosotras pudiese asistir al funeral. -Gi

Hemos llegado a un reducido almacén lleno de estantes polvorientos y me entrega una caja de zapatos. Contiene un antiguo cepillo para el pelo con mango de metal y un par de periódicos viejos. Vislumbro el brillo de un montón de cuentas de cristal arrolladas en el fondo de la caja.

- ¿Nada más? -Estoy desconcertada.

- No hemos guardado sus ropas -dice Gi

- ¿Y qué hay de las cosas de su vida anterior? Los muebles, por ejemplo, o los objetos de recuerdo…

Se encoge de hombros.

- Lo lamento. Sólo llevo aquí cinco años y Sadie era residente desde hacía mucho tiempo. Imagino que las cosas se fueron estropeando o perdiendo, y que no fueron reemplazadas…

- Ya. -Tratando de ocultar mi consternación, empiezo a sacar las escasas pertenencias que han sobrevivido. ¿Una persona vive ciento cinco años y sólo queda esto, una caja de zapatos?

Al hundir la mano en el amasijo de collares y broches del fondo, siento una creciente excitación. Desenredo con cuidado las sartas de cuentas, buscando unas de cristal amarillo, y el destello de los diamantes y el fulgor de la libélula…

No está aquí.

Sin hacer caso de mi repentino presentimiento, sacudo el enredo de collares y los extiendo ante mí. Hay trece en total. Pero ninguno es el que busco.

- Gi

- ¡Ay, Dios! -Se asoma por encima de mi hombro-. Tendría que estar ahí. -Levanta otro collar, hecho de diminutas cuentas moradas, y sonríe con cariño-. Éste era otro de sus favoritos…

- Yo buscaba el de la libélula. -No puedo ocultar mi agitación-. ¿Podría estar en otro sitio?

Gi

- ¡Qué raro! Vamos a hablar con Harriet. Ella se encargó de limpiarlo todo.

La sigo por el pasillo y cruzamos una puerta marcada con el rótulo «Personal», que da a una salita muy acogedora. Hay tres enfermeras sentadas en unos sillones floreados del año de Maricastaña, tomando una taza de té.

- Harriet -le dice Gi

Ay, Dios. ¿Por qué habrá tenido que explicarlo así? Parezco una persona horrible y avariciosa.

- No es para mí -digo-. Es… por una buena causa.

- No está en la caja de Sadie -le explica Gi

- ¿Que no está? -Harriet parece sorprendida-. Bueno, tal vez no estaba en la habitación. Ahora que lo dices, no recuerdo haberlo visto. Lo siento, ya sé que debería haber hecho un inventario. Pero esa habitación la limpiamos muy deprisa -se justifica-. Hemos estado muy agobiadas…

- ¿Se les ocurre adónde puede haber ido a parar? -Las miro con impotencia-. ¿No podrían haberlo guardado en alguna parte? ¿O habérselo dado a otro residente?

- ¡El mercadillo benéfico! -dice de pronto una enfermera morena y delgada sentada en el rincón-. Quizá se vendió en el mercadillo por error.

- ¿Qué mercadillo?

- Una recolecta de fondos que organizamos hace dos semanas. Todos los residentes y sus familias donaron cosas. Había un puesto de curiosidades con un montón de baratijas.

- No. -Meneo la cabeza-. Sadie nunca habría donado su collar. Era demasiado especial para ella.

- Ya. -La enfermera se encoge de hombros-. Pero fueron pasando de habitación en habitación y había cajas por todas partes. Quizá lo cogieron por error.

Lo dice con tanta indiferencia que me enfurezco en nombre de Sadie.





- Pero ¡un error así no debería producirse! Las pertenencias personales tendrían que estar a salvo. ¡Un collar no puede desaparecer sin más!

- Tenemos una caja fuerte en la bodega -interviene Gi

- No es que fuese tan valioso, no lo creo. Pero era… importante. -Me siento, rascándome la frente, y trato de poner en orden las ideas-. ¿Sería posible encontrarlo? ¿Saben quién participó en el mercadillo? -Se miran con aire dubitativo-. No me lo digan. No tienen ni idea.

- ¡Claro que sí! -La enfermera morena deja de golpe su taza de té-. ¿Tenemos aún la lista de la rifa?

- ¡La lista de la rifa! -exclama Gi

- ¿Todavía tiene la lista? -la interrumpo-. ¿Podría dármela?

Cinco minutos después, tengo en las manos una lista fotocopiada de cuatro páginas con nombres y direcciones. Sesenta y siete en total.

Sesenta y siete posibilidades.

No, eso es mucho decir. Sesenta y siete remotas posibilidades.

- Bueno, muchas gracias. -Sonrío, decidida a no desmoralizarme-. Hablaré con toda esta gente. Y si por casualidad llegaran a encontrarlo…

- ¡Desde luego! Nos mantendremos alerta, ¿verdad, chicas? -dice Gi

Las tres asienten.

La sigo otra vez por el pasillo. Cuando ya estamos cerca de la puerta, se detiene.

- Lara, tenemos un libro de visitas. No sé si tal vez le gustaría firmar.

- Ah -vacilo torpemente-. Bueno… sí, ¿por qué no?

Gi

- Todos los residentes cuentan con su propia página. Sadie nunca tuvo muchas firmas, la verdad. Pero, ya que ha venido, sería bonito que firmase, aunque ella ya no esté… -Se sonroja levemente-. ¿Le parece una tontería?

- No, no. Es muy delicado por su parte. -Siento un remordimiento renovado-. Tendríamos que haberla visitado más.

- Es por aquí… -Va pasando páginas de color crema-. ¡Ah, mire! ¡Sí tuvo un visitante este año! Hace pocas semanas. Yo estaba de vacaciones, no me había enterado.

- Charles Reece -leo, mientras estampo un «Lara Lington» bien grande en mitad de la página, para compensar la falta de más firmas-. ¿Quién es?

- No lo sé. -Se encoge de hombros.

Charles Reece. Contemplo la firma, intrigada. Quizá fuera un amigo de la infancia. O su amante. ¡Dios mío, claro! Quizá se trate de un viejecito encantador con bastón, que vino a acariciarle la mano una vez más a su querida Sadie. Y que ni siquiera sabe que ha muerto porque nadie lo invitó al funeral…

Somos una familia de pena, la verdad.

- ¿No dejó ningún dato para contactar con él? -pregunto, levantando la vista-. ¿Era muy viejo?

- Podría preguntar a las chicas… -Coge otra vez el libro y su rostro se ilumina al leer mi apellido-. ¡Lington! ¿Alguna relación con Lingtons Café?

Ay, Dios. Hoy no me veo capaz de soportarlo.

- No. -Sonrío débilmente-. Es sólo una coincidencia.

- Bueno, ha sido un placer conocer a la sobrina nieta de Sadie. -Llegamos a la puerta principal y me da un caluroso abrazo-. ¿Sabes, Lara? Me parece ver en ti algo de ella. Compartís el mismo brío. Y diría que también la misma bondad.

Cuanto más amable se muestra, peor me siento. De buena no tengo nada. Es decir, basta con mirarme. Nunca vine a visitar a mi tía abuela. No participo en carreras benéficas en bicicleta. Vale, sí, compro el periódico de los pobres de vez en cuando, pero no cuando tengo un capuchino en la mano y me cuesta alcanzar el monedero…