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La verdad es que Natalie siempre me ha tenido un poco deslumbrada. Se la ve tan brillante y segura de sí misma… Incluso cuando íbamos al colegio, ella siempre sabía la jerga de moda y se las arreglaba para colarnos en los pubs. Al principio, cuando fundamos la empresa, todo funcionaba de fábula. Enseguida consiguió algunos contactos importantes y se pasaba la mayor parte del tiempo fuera, haciendo relaciones públicas. Yo me dedicaba a montar la página web y a aprender (eso se suponía) los trucos del oficio. Todo iba viento en popa. Hasta que desapareció y caí en la cuenta de que no había aprendido ningún truco.

A Natalie le pirran los mantras de negocios y los tiene pegados en post-its por todo su escritorio. Yo no dejo de estudiarlos como si fueran signos rúnicos de una antiquísima religión, con la esperanza de averiguar qué se supone que debo hacer. Por ejemplo, encima del ordenador hay uno que reza: «Los mejores talentos ya están en el mercado.» Al menos éste lo entiendo: significa que no has de revisar el currículo de todos los ejecutivos despedidos la semana pasada de algún banco de inversiones y tratar de presentarlos como si fueran directores de marketing. Lo que tienes que hacer es buscar auténticos directores de marketing.

Pero ¿cómo? ¿Y si ni siquiera se dignan hablar conmigo?

Después de hacer este trabajo por mi cuenta unas cuantas semanas, ya tengo varios mantras de mi propia cosecha: «Los mejores talentos no se ponen al teléfono», «Los mejores talentos no devuelven las llamadas, aunque dejes tres mensajes a su secretaria», «Los mejores talentos no quieren dedicarse a la venta de material deportivo», «Los mejores talentos, cuando mencionas el descuento del cincuenta por ciento a los empleados en raquetas de tenis, se ríen en tus narices.»

Saco por millonésima vez nuestra lista original, arrugada y manchada de café, y la hojeo con pesimismo. Los nombres brillan sobre el papel como caramelos relucientes. Talentos genuinos y con trabajo. El director de marketing de Woodhouse Retail. El jefe de marketing para Europa de Dartmouth Plastics. No todos pueden estar contentos con su puesto, ¿no? Tiene que haber alguno que estaría encantado de trabajar en Leonidas Sports. Aunque la verdad es que ya he probado con todos, uno a uno, y no he llegado a ninguna parte. Levanto la vista y veo a Kate, de pie sobre una pierna y rascándose la pantorrilla con la otra. Me mira preocupada.

- Tenemos tres semanas para encontrar un director de marketing expeditivo e implacable para Leonidas Sports.

Hago un esfuerzo tremendo para mantener el optimismo. Natalie consiguió este cliente. Natalie iba a ganarse a todos los candidatos de categoría. Natalie sabe cómo se hace. Yo no.

Pero no tiene sentido seguir pensándolo.

- En fin. -Doy una palmada en la mesa-. Voy a hacer unas llamadas.

- Te traeré un café recién hecho. -Kate se pone las pilas-. Nos quedaremos aquí toda la noche si hace falta.

Adoro a Kate. Se comporta como si actuara en una película sobre multinacionales agresivas, en lugar de trabajar para dos personas en un despacho de tres metros cuadrados y con una moqueta medio mohosa.

- «El sueldo, el sueldo, el sueldo» -dice.

- «Si te duermes, pierdes»-contesto.

A Kate también le ha dado por leer los mantras de Natalie, y ahora solemos citárnoslos mutuamente. El problema es que no te enseñan cómo se hace el trabajo. Lo que necesito es un mantra que me explique cómo ir más allá de la pregunta con que siempre te salen al paso: «¿Para qué tema es?»

Me deslizo con mi silla hasta el escritorio de Natalie para sacar todos los documentos de Leonidas Sports. El clasificador de cartón se ha caído de las varillas dentro del cajón, así que empiezo a recoger todos los papeles del fondo, mascullando maldiciones. Me detengo de pronto al notar un viejo post-it que se me ha pegado no sé cómo en la mano. No lo había visto antes. La nota, escrita con rotulador morado, aunque ya un poco borrosa, dice: «James Yates, móvil.» Y luego un número.

¡El móvil de James Yates! No puedo creerlo. ¡Es el director de marketing de Feltons Breweries, la fábrica de cerveza! Figura en la lista original. ¡Sería perfecto! Siempre que llamo a su oficina me dicen que ha salido «de viaje». Pero allí donde esté, llevará el móvil encima, ¿no? Temblando de excitación, deslizo la silla hasta mi escritorio y marco el número.

- James Yates. -La línea crepita un poco, pero aun así lo oigo.

- Hola -digo, procurando aparentar aplomo-. Soy Lara Lington. ¿Puede hablar? -Es lo que siempre dice Natalie cuando está al teléfono: la he oído un montón de veces.

- ¿Quién es? -responde con tono suspicaz-. ¿Dice que llama de Lingtons?

Doy un suspiro mental.

- No; soy de L amp;N Selección de Ejecutivos, y lo llamo para ver si estaría interesado en un nuevo puesto, al frente del departamento de marketing de una empresa dinámica y pujante dedicada a la venta al por menor. Es una oportunidad apasionante; si le apeteciera hablarlo, quizá durante un almuerzo discreto en un restaurante de su elección… -Voy a desmayarme si no respiro un poco, así que me detengo para tomar aire.

- ¿L amp;N? -Parece receloso-. No los conozco.

- Somos una empresa relativamente nueva, yo misma y Natalie Masser…





- No me interesa.

- Es una oportunidad maravillosa -me apresuro a replicar-. Tendrá la oportunidad de expandir sus horizontes, hay un enorme potencial en Europa…

- Lo siento. Adiós.

- ¡Y el diez por ciento de descuento en ropa de deporte! -grito al tono de marcar.

Ni siquiera me ha dado una oportunidad.

- ¿Qué ha dicho? -Kate se acerca con una taza de café en la mano y una expresión esperanzada en la cara.

- Ha colgado. -Me desplomo en mi silla mientras ella me deja delante la taza-. No vamos a conseguirlo.

- Sí, claro que sí -dice Kate, y el teléfono empieza a sonar-. A lo mejor es un brillante ejecutivo deseoso de encontrar un nuevo trabajo. -Va a su mesa y atiende con su mejor estilo-. L amp;N Selección de Ejecutivos… ¡Ah, Shireen! ¡Un placer oírla de nuevo! Le paso con Lara. -Me dedica una sonrisa radiante y yo se la devuelvo. Al menos hemos tenido un éxito.

Bueno, estrictamente hablando, ha sido un éxito de Natalie, porque fue ella quien la colocó, pero yo he hecho todo el trabajo de seguimiento. En todo caso, es un éxito de la empresa.

- ¡Hola, Shireen! -digo jovialmente-. ¿Todo listo para tu nuevo trabajo? Sé que es un puesto muy importante para ti…

- Lara -me interrumpe con voz tensa-. Hay un problema.

Se me cae el alma a los pies. No, por favor. Más problemas no.

- ¿Un problema? -Intento sonar relajada-. ¿Qué clase de problema?

- Mi perro.

- ¿Tu perro?

- Tengo la intención de llevarme cada día a Flash al trabajo. Pero acabo de hablar con recursos humanos para ver dónde podría colocar una cesta para él y me han dicho que es imposible. Que la política de la empresa no contempla la entrada de animales en la oficina. ¿Puedes creerlo?

Obviamente, espera que me sienta tan indignada como ella. Miro perpleja el auricular. ¿Cómo ha aparecido de repente un perro en esta historia?

- ¿Lara, sigues ahí?

- ¡Sí! -digo, saliendo de mi estupor-. Escucha, Shireen, no me cabe duda de que le tienes mucho cariño a Flash. Pero no es algo habitual llevar perros al lugar de trabajo…

- Claro que sí. Hay otro perro en el edificio. Lo oí la primera vez que fui allí, y luego varias veces más. ¡Por eso di por supuesto que no habría problemas! De no ser así, nunca habría aceptado el puesto. Me están discriminando.

- Tranquila. Estoy segura de que no te discriminan. Voy a llamarlos ahora mismo. -Cuelgo y marco el número de recursos humanos de Macrosant-. ¿Jean? Soy Lara Lington, de L amp;N Selección de Ejecutivos. Sólo quería aclarar una cosita. ¿Shireen Moore puede llevar su perro al trabajo?