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Sonaba como una pelea. Eso parecía. Ella se dio cuenta. Era una de las pocas veces en que el tío Denys había hablado con ella de Trabajar a la gente, pero al tío Denys se le daban bien aquellos trucos y ella estaba segura de que sabía lo que decía.
El Enemigo hace trampa, decía Catlin siempre.
Eso la preocupaba, la preocupaba saber si el jurado hacía trampa o no.
—Sera —le había susurrado Catlin al oído aquella noche cuando todos se habían ido a la cama: Florian y Catlin en sus jergones, ella en su cama con el brazo levantado otra vez—, sera, ¿de qué lado estamos en esto?
Florian era quien hacía las preguntas generalmente. Y ésa era una de las mejores preguntas de Catlin, una de las mejores que recordaba.
Y Catlin esperó mientras ella lo pensaba. Luego ella hizo un gesto para que Catlin se acercara y le murmuró:
—Del mío. De mi lado. Eso es todo. No prestéis atención a lo que os digan los demás, la Regla sigue en pie. No pueden decir que soy otra, todo lo demás no importa.
Así que Catlin y Florian se relajaron.
Ella miró los papeles que le había dado el tío Giraud para estudiar lo que podían preguntarle los jueces y los periodistas y pensó que le hubiera gustado relajarse también.
III
Aquella mañana había muy poca actividad en el Ala Uno y probablemente ocurría lo mismo en todo Reseune, y si había un vídeo portátil, aunque fuera muy viejo, que no estuviera alquilado o prestado en algún lugar de la Casa, estaba muy bien escondido.
Justin y Grant tenían uno, con la puerta de la oficina cerrada, algunos de los diseñadores jóvenes estaban reunidos en el vestíbulo, abajo, pero los que de alguna manera estaban involucrados en el proyecto se habían encerrado en sus oficinas a solas o con sus colegas más cercanos, y nada se movía. Ni siquiera había llamadas telefónicas.
Las cámaras eran las oficiales de la Corte Suprema, sin teatro, sólo la cobertura sencilla, no comercial, que permitía la Corte.
Los abogados habían entregado algunos documentos a los empleados y la Corte preguntó a uno de ellos si había ausencias o faltas en el caso.
Negativo.
Había una chica muy joven sentada de espalda a las cámaras, en la mesa junto a Giraud, sin moverse, nada inquieta al parecer mientras pasaba la rutina de la apertura del caso.
Escuchaba, supuso Justin. Probablemente con el ceño fruncido de esa forma memorable.
Los servicios informativos habían estado atareados apenas aterrizó el avión y una sola cámara del equipo oficial instalada en el vestíbulo de recepción del aeropuerto les había dado la primera visión de Ari Emory; no se permitían preguntas hasta que terminara la sesión en el juicio.
Ari se había quedado allí, de pie, de la mano del tío Giraud, la otra mano escayolada, vestida con un traje celeste muy infantil, con Catlin y Florian, tiesos, de uniforme negro a su lado. Parecían niños disfrazados y obstinados en imitar a la vieja Ari, hasta que una pieza del equipo hizo un ruido extraño y los ojos se pusieron alerta y los cuerpos se tensaron como si los moviera un sólo músculo.
—Eso impresionará a todo el mundo —había murmurado Justin a Grant—. Mierda. Son ellos, nadie puede dudarlo. No importa el tamaño que tengan.
Los servicios informativos habían recurrido a los archivos después de eso para comparar la primera Ari, con la segunda y los dos Florian y las dos Catlin, a partir de viejas fotos de los noticiarios y mostraron un trío tan parecido a ése que era como si hubieran tomado dos fotos una detrás de otra con un leve cambio de luz. Ari con otro traje, de pie junto a Geoffrey Carnath en lugar de Giraud Nye.
—Dios mío, hasta la expresión —había murmurado Justin, refiriéndose al ceño fruncido en la cara de Ari. En la cara de las dos Ari. La forma de mantener la cabeza erguida—. ¿Le enseñaron eso?
—Tal vez —había dicho Grant, impertérrito—. Todas esas cintas de habilidad. Podrían referirse a algo más que al manejo del lápiz, ¿no te parece? Pero muchos de nosotros desarrollamos gestos espontáneos.
No en un CIUD, había sido la objeción interna de Justin. Mierda, tienen que habérselo enseñado. Cintas de habilidad. Aprendizaje muscular. Se puede conseguir eso de una excelente actriz.
O de Ari misma. No se sabe qué cosas pudo haber grabado Olga. ¿Están haciéndolo a ese nivel con el chico Rubin?
Miró a esa niña tranquila, atenta, sentada a la mesa frente al jurado. No habían dejado que Florian y Catlin se sentaran con ella. Sólo Giraud con su equipo de abogados.
—Reseune se niega a permitir que el jurado examine los archivos e informes genéticos —observó el presidente del tribunal—. ¿Es así?
—No necesito recordar al jurado —respondió Giraud, mientras se ponía en pie— que se trata del grupo genético de un Especial...
Los miembros del tribunal y el tío Giraud hablaban sin cesar y Ari escuchaba, escuchaba con mucha atención y recordaba que no debía moverse ni agitar las manos: el tío Giraud le había dicho que no lo hiciera.
Estaban hablando de genética, de fenotipos, huellas dactilares y análisis del dibujo de la retina. Ya habían hecho todos los análisis cuando se presentó en la oficina de identificación del juzgado, todos excepto el de la muestra de piel.
—Ariane Emory —dijo el presidente del tribunal—, ¿podrías ponerte en pie con tu tío, por favor?
Ella se levantó. No tenía que seguir el protocolo, dijo el tío Giraud, el jurado no esperaba que supiera de leyes. Sólo tenía que mostrarse muy educada con ellos porque ellos sí sabían de leyes, eran los abogados que resolvían todos los casos difíciles de la Unión y había que mostrar mucho respeto.
—Sí, ser —dijo Ari e hizo una pequeña inclinación de cabeza como había hecho Giraud y se dirigió hacia el foro, donde tuvo que levantar la mirada para observarlos. Había nueve. Como los cancilleres. Había oído hablar de la Corte en las cintas. Ahora estaba allí. Era interesante.
Pero le hubiera gustado que no fuera su caso.
—¿Te llaman Ari? —preguntó el presidente del jurado.
—Sí, ser.
—¿Cuántos años tienes, Ari?
—Me faltan cuatro días para cumplir los nueve.
—¿Cuál es tu número de CIUD, Ari?
—CIUD 201 08 0089, pero no es R. —El tío Giraud le había dicho eso en el papel que había estudiado.
El presidente examinó sus documentos y hojeó algunos papeles y luego levantó la mirada de nuevo.
—Ari, ¿has crecido en Reseune?
—Sí, ser. Ahí es donde vivo.
—¿Cuándo te pusieron ese yeso en el brazo? Contesta cualquier cosa sobre tu accidente, le había dicho Giraud. Así que ella respondió:
—Me caí del caballo.
—¿Cómo sucedió?
—Florian, Catlin y yo nos escapamos de la Casa y fuimos a la ciudad; y yo monté al caballo y él me tiró sobre la cerca.
—¿Es ese caballo auténtico?
—Sí. Los laboratorios lo hicieron. Es mi favorito. —Ari se sentía bien al recordar aquel fugaz instante antes de caerse sobre la cerca, y el presidente estaba interesado, así que ella dijo—. No tuvo la culpa. No es malo. Lo asusté y saltó. Así que me caí.
—¿No tenía que haber alguien vigilándote?
—Seguridad.
El presidente puso una cara extraña, como si ella hubiera dejado escapar más de lo que era conveniente; y todos los jueces pensaban lo mismo y a algunos les parecía muy gracioso. Pero eso tal vez podía descontrolarse y hacer que alguien se enojara, así que decidió que debía ir con cuidado.
—¿Vas a la escuela?
—Sí, ser.
—¿Te gustan los maestros?
Estaba tratando de Trabajarla, pensó Ari. Sin duda. Puso su mejor cara.
—Sí, me gustan mucho.
—¿Te va bien en los exámenes?
—Sí. Me va bien.
—¿Entiendes lo que es ser una R?
Esa era la pregunta trampa. Ari quería mirar al tío Giraud, pero pensó que eso les diría demasiado. Miró directamente al presidente.