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»-Buenos días, pandilla de cretinos.

»-La Compañía contestaba a coro:

»-Buenos días, Herr Feldwebel.

»Luego, Skoday pasaba de soldado en soldado:

»-¿Estarás vivo esta noche?

»-Usted lo decidirá, Herr Feldwebel -contestaban los reclutas.

»-¡Firmes! ¡Armas al hombro! -ordenaba después.

»Pero antes de ordenar media vuelta a la izquierda, pronunciaba este amable discursito.

»-No os imaginéis que estáis aquí para divertiros, pandilla de gandules. Esta noche, en la cantina, os pagaré toda la cerveza que podáis beber. Pero con una condición: que la compañía esté completa cuando regresemos del terreno de ejercicios. Nada de muertos. Nada de enfermos.

»Skoday sabía que esto era imposible.

»Nada le es tan fácil a un suboficial como Skoday, como hacer que uno de sus subordinados se rompa el tobillo; y los reclutas lo sabían. Era algo que nunca fallaba. Al cabo de una hora, caían ya los primeros. Después, pasaban por las manos de Gerner y de Richardt. Mientras los individuos no caían en estado de coma, los accidentes no contaban para Skoday. No necesitaba ni un cuarto de hora para obtener este resultado. Aunque conmigo no le era tan fácil.

– ¿Por qué? -preguntó Hermanito, sorprendido.

Porta guiñó un ojo.

– La única manera de defenderse de tipos como Skoday es hurgar en su pasado. Un día que estábamos juntos ante una jarra de cerveza, le di a entender que sabía bastantes cosas acerca de él, desde el amanecer de su existencia. Naturalmente, Skoday empezó a chillar que no era cierto y que no podía demostrar nada.

»-Bueno, mejor -contesté-. En este caso, no te importa. En el próximo ejercicio intenta hacerme pasar un mal rato. Ya veremos lo que ocurrirá. Entendido, ¿eh? Cuando quieras que empiece el jaleo, dímelo.

Pues bien, imaginaos que Skoday nunca me lo dijo.



«Volviendo a mi historia con el portador del mensaje amoroso, me senté en una piedra para admirar cómo Skoday le hacía meter en todos los fosos. El tipo recibió tal corrección que cuando, por fin, regresó al cuartel, creyeron que estaba borracho. Lo metieron en el calabozo por embriaguez. Pero este episodio demuestra que una insignificancia puede tener consecuencias insospechadas. Trasladaron a aquel tipo a un batallón, en Heuberg, donde le mató un obús de mortero. Y todo, porque se había ofrecido a mi gachí para ser su mensajero y me había reclamado dos marcos. Si se hubiera cuidado de sus cosas, habría seguido en el 929.° Batallón, en Se

»Su furor aumentó aún cuando supo quién era ella y lo que quería. Le lanzó un salchichón a la cara, mientras vociferaba:

»-¿Una indemnización, cretina? Es exactamente lo contrario. Eres tú quien nos debes una indemnización a causa de los jaleos en que nos ha metido ese a quien llamas tu esposo. ¡Y tienes la desvergüenza de presentarte aquí y armarnos aún más líos! ¡Mira! -aulló, mostrando el documento manchado-. Además, has intentado estrangularme. Eso tiene un nombre. Sabotaje. ¡Sabotaje! Te doy diez segundos para que desaparezcas de mi vista, o de lo contrario, llamo a la gendarmería.

»La pobre comprendió que se había metido en algo que rebasaba sus fuerzas. Se marchó con el espíritu por los suelos. Lentamente, se dio cuenta de que, gracias a su difunto marido, en lo sucesivo pertenecería a los parias de la sociedad. En la estación, decidió echarse debajo del tren. Era muy ingenua, y esperaba caer de manera que el tren no la alcanzase.

– ¿Quería meterse entre los rieles, como cuando nos sorprendió aquel tren en el túnel? -exclamó de repente Hermanito.

– Exactamente. Pero de todos los trenes, escogió el 914, el expreso de Colonia. Antes hubiera debido de consultar los horarios.

»Hela en el andén, con un sombrero de plumas amarillas en la cabeza, esperando el tren. Lo vio asomar por la curva. Los dos faros, mirándola de frente, parpadearon una vez, como diciendo: «¡Valor!» Oyó silbar tres veces el tren, como en una invocación a la Santísima Trinidad. Consideró que aquello era un buen presagio. Pero la mala suerte la esperaba. El expreso la partió en dos pedazos. El golpe fue seco cuando las ruedas pasaron sobre su cuerpo. Y tuvo suerte de diñarla en el acto, porque, de lo contrario, habría tenido conflictos. El expreso sufrió un retraso de tres horas a causa de esta historia. Estuvo a punto de chocar con un tren de mercancías. Hubo que desviarlo, lo que era grave ya que se trataba de un tren de municiones. Pero lo peor fue que un general, que viajaba en el expreso no llegó a tiempo para un desfile de despedida del 47.° Regimiento de Infantería, y no pudo clavar su insignia en el estandarte. Y el Regimiento tuvo que ir al frente sin estandarte. Los hombres quedaron tan deprimidos que se pasaron a los griegos durante los combates del valle del Struma. Más adelante, los nuestros les liberaron del campo de prisioneros y les llevaron directamente al campo de concentración de los Cárpatos, donde ahorcaron o fusilaron a toda la pandilla. Aquello se le llamaba: «Motín y contacto ilegal con el enemigo.» Fue creado un nuevo 47.°, pero esta cifra debía de traer la mala suerte, porque los nuevos desertaron en Kiev y se pasaron a los rusos. Les liberamos en Karkov. Después de haberles ahorcado y fusilado, se creó otro 47.° Lo enviaron a Stalino, donde…

– Cállate, Porta -intervino el Viejo-. No nos cuentes que también ellos desertaron y que después fueron liberados por los nuestros…

– No -aseguró Porta-. Aún fue peor. Pero esta es otra historia; ya volveremos a ella. Reconstituyeron nueve veces el 47.° Después se hartaron. En la actualidad, en el Reich el número 47 es sinónimo de alta traición. Pero volvamos a mi gachí. La esperaba frente al hospital. Al cabo de una hora larga, me envió recado de que se había retrasado por culpa de una apendicitis. Esperé otra hora. La paciencia es una virtud. Entretanto, me entretuve con una asistenta que pasaba por allí.

– ¿Era bonita? -preguntó Hermanito.

– No, no era una mujer bonita. Se caía de sueño. Tenía dos empleos. A partir de las diez de la noche, buscaba planes en la acera de la plaza general Goering. Procuraba que no lo supieran en el hospital. Nadie tiene nada contra las rameras, pero a nadie le interesa conocerlas. Sin embargo, en este mundo nada puede ocultarse. Una noche, la pequeña se encontró con el comisario Zital, de la Brigada de Buenas Costumbres.

»-¿Vienes a casa? -le propuso.

»Como era campesina, no conocía los peligros de la ciudad, ni sospechaba hasta qué punto él era un cerdo. Pidió diez marcos.