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Luego dio media vuelta y se alejó.

La hueste élfica estaba en marcha; y aunque tristemente disminuida, todavía muchos iban alegres, pues ahora el mundo septentrional sería más feliz durante largos años. El dragón estaba muerto y los trasgos derrotados, y los corazones élficos miraban adelante, más allá del invierno hacia una primavera de alegría.

Gandalf y Bilbo cabalgaban detrás del rey, y junto a ellos marchaba Beorn a grandes pasos, una vez más en forma humana, y reía y cantaba con una voz recia por el camino. Así fueron hasta aproximarse a los lindes del Bosque Negro, al norte del lugar donde nacía el Río del Bosque. Hicieron alto entonces, pues el mago y Bilbo no penetrarían en el bosque, aun cuando el rey les ofreció que se quedaran un tiempo. Se proponían marchar a lo largo del borde de la floresta, y circundar el extremo norte, internándose en el yermo que se extendía entre él y las Montañas Grises. Era un largo y triste camino, pero ahora que los trasgos habían sido aplastados, les parecía más seguro que los espantosos senderos bajo los árboles. Además Beorn iría con ellos.

—¡Adiós, oh Rey Elfo! —dijo Gandalf—. ¡Que el bosque verde sea feliz mientras el mundo es todavía joven! ¡Y que sea feliz todo tu pueblo!

—¡Adiós, oh Gandalf! —dijo el rey—. ¡Que siempre aparezcas donde más te necesiten y menos te esperen! ¡Cuantas más veces vengas a mis salones, tanto más me sentiré complacido!

—¡Te ruego —dijo Bilbo tartamudeando, y apoyándose en un pie— que aceptes este presente! —y sacó un collar de plata y perlas que Dain le había dado al partir.

—¿Cómo me he ganado este presente, oh hobbit? —dijo el rey.

—Bueno... pensé —dijo Bilbo bastante confuso— que... algo tendría que dar por tu... hospitalidad. Quiero decir que también un saqueador tiene sentimientos. He bebido mucho de tu vino y he comido mucho de tu pan.

—¡Aceptaré tu presente, oh Bilbo el Magnífico! —dijo el rey gravemente—. Y te nombro amigo de los elfos y bienaventurado. ¡Que tu sombra nunca desaparezca (o robarte sería demasiado fácil)! ¡Adiós!

Luego los elfos se volvieron hacia el Bosque, y Bilbo emprendió la larga marcha hacia el hogar.

Pasó muchos infortunios y aventuras antes de estar de vuelta. El Yermo era todavía el Yermo, y había allí otras cosas en aquellos días, además de trasgos; pero iba bien guiado y custodiado —el mago estaba con él, y Beorn lo acompañó una buena parte del camino— y nunca volvió a encontrarse en un apuro grave. Con todo, hacia la mitad del invierno, Gandalf y Bilbo habían dejado atrás los lindes del Bosque, y volvieron a las puertas de la casa de Beorn; y allí se quedaron una temporada. El invierno pasó con días agradables y alegres; y hombres de todas partes vinieron a festejarlo invitados por Beorn. Los trasgos de las Montañas Nubladas eran pocos, y se escondían aterrorizados en los agujeros más profundos que podían encontrar; y los wargos habían desaparecido de los bosques, de modo que los hombres iban de un lado a otro sin temor. Beorn llegó a convertirse en el jefe de aquellas regiones y gobernó una extensa tierra entre el bosque y las montañas, y se dice que durante muchas generaciones los varones que él engendraba podían transformarse en osos, y algunos se mostraron inflexibles y perversos, pero la mayor parte fue como Beorn, aunque de menos tamaño y fuerza. En esos días, los últimos trasgos fueron expulsados de las Montañas Nubladas y hubo una nueva paz en los límites del Yermo.

Era primavera, y una hermosa primavera con aires tempranos y un sol brillante, cuando Bilbo y Gandalf se despidieron al fin de Beorn; y aunque anhelaba volver al hogar, Bilbo partió con pena, pues las flores de los jardines de Beorn eran en primavera no menos maravillosas que en pleno verano.

Al fin ascendieron por el largo camino y alcanzaron el paso donde los trasgos los habían capturado antes. Pero llegaron a aquel sitio elevado por la mañana, y mirando hacia atrás vieron un sol blanco que brillaba sobre la vastedad de la tierra. Allá atrás se extendía el Bosque Negro, azul en la distancia, y oscuramente verde en el límite más cercano, aun en los días primaverales. Allá, bien lejos, se alzaba la Montaña Solitaria, apenas visible. En el pico más alto todavía brillaba pálida la nieve.

—¡Así llega la nieve tras el fuego, y aun los dragones tienen su final! —dijo Bilbo, y volvió la espalda a su aventura. El lado Tuk estaba sintiéndose muy cansado, y el lado Bolsón se fortalecía día a día—. ¡Ahora sólo me falta estar sentado en mi propio sillón! —dijo.

CAPÍTULO XIX

La última jornada

ERA EL PRIMER DÍA DE MAYO cuando los dos regresaron por fin al borde del valle de Rivendel, donde se alzaba la Última (o la Primera) Morada. De nuevo caía la tarde, los poneys se estaban cansando, en especial el que transportaba los bultos, y todos necesitaban algún reposo. Mientras descendían el empinado sendero, Bilbo oyó a los elfos que cantaban todavía entre los árboles, como si no hubiesen callado desde que él estuviera allí hacía tiempo, y tan pronto como los jinetes bajaron a los claros inferiores del bosque, las voces entonaron una canción muy parecida a la de aquel entonces. Era algo así:

¡El dragón se ha marchitado,

le han destrozado los huesos,

roto la armadura,

hasta el brillo le han humillado!

Aunque la espada se oxide,

y la corona perezca,

con una fuerza inflexible

y bienes atesorados,

aún crecen aquí las hierbas,





aún el follaje se mece,

el agua blanca se mueve,

y cantan las voces élficas.

¡Venid! ¡Tra-la-la-lalle!

¡Venid de vuelta al valle!

Las estrellas brillan más

que las gemas incontables,

y la luna es aún más clara

que los tesoros de plata,

el fuego es más reluciente

en el hogar a la noche,

que el oro hundido en las minas.

¿Por qué ir de un lado a otro?

¡Oh! ¡Tra-la-la-lalle!

¡Venid de vuelta al valle!

¿Adónde marcháis ahora

regresando ya tan tarde?

¡Las aguas del río fluyen,

y arden todas las estrellas!

¿Adónde marcháis cargados,

tan tristes y temerosos?

Los elfos y sus doncellas

saludan a los cansados

con un tra-la-la-lalle,

venid de vuelta al valle.

¡Tra-la-la-lalle!

¡Fa-la-la-lalle!

¡Fa-la!

Luego los elfos del valle salieron y les dieron la bienvenida, conduciéndolos a través del agua hasta la casa de Elrond. Allí los recibieron con afecto, y esa misma tarde hubo muchos oídos ansiosos que querían escuchar el relato de la aventura. Gandalf fue quien habló, ya que Bilbo se sentía fatigado y somnoliento. Bilbo conocía la mayor parte del relato, pues había participado en él, y además le había contado muchas cosas al mago en el camino, o en la casa de Beorn; pero algunas veces abría un ojo y escuchaba, cuando Gandalf contaba una parte de la historia de la que él aún no estaba enterado.