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—Oh Thorin hijo de Thrain, y Balin hijo de Fundin —graznó (y Bilbo entendió lo que dijo, pues el cuervo hablaba la lengua ordinaria y no la de los pájaros)—. Yo soy Roäc hijo de Carc. Carc ha muerto, pero en un tiempo lo conocías bien. Dejé el cascarón hace ciento cincuenta y tres años, pero no olvido lo que mi padre me dijo. Ahora soy el jefe de los grandes cuervos de la Montaña. Somos pocos, pero recordamos todavía al rey de antaño. La mayor parte de mi gente está lejos, pues hay grandes noticias en el Sur..., algunas serán buenas nuevas para vosotros, y otras no os parecerán tan buenas.

»¡Mirad! Los pájaros se reúnen otra vez en la Montaña y en Valle desde el sur, el este y el oeste, ¡pues se ha corrido la voz de que Smaug ha muerto!

—¡Muerto! ¡Muerto! —exclamaron los enanos—. ¡Muerto! Hemos estado atemorizados sin motivo entonces, ¡y el tesoro es nuestro otra vez! —Todos se pusieron en pie de un salto y vitorearon con los gorros en la mano.

—Sí, muerto —dijo Roäc—. El zorzal, al que nunca se le caigan las plumas, lo vio morir, y podemos confiar en lo que él dice. Lo vio caer mientras luchaba con los hombres de Esgaroth, hará hoy tres noches, a la salida de la luna.

Pasó algún tiempo antes de que Thorin pudiese calmar a los enanos y escuchar las nuevas del cuervo. Por fin, el pájaro acabó el relato de la batalla, y prosiguió: —Hay mucho de que alegrarse, Thorin Escudo de Roble. Puedes volver seguro a tus salones; todo el tesoro es tuyo, por el momento. Pero muchos vendrán a reunirse aquí además de los pájaros. Las noticias de la muerte del guardián han volado ya a lo largo y ancho del país, y la leyenda de la riqueza de Thror no ha dejado de aparecer en cuentos, durante años y años; muchos están ansiosos por compartir el botín. Ya una hueste de elfos está en camino, y los pájaros carroñeros les acompañan, esperando la batalla y la carnicería. Junto al Lago los hombres murmuran que los enanos son los verdaderos culpables de tanta desgracia, pues se han quedado sin hogar, muchos han muerto, y Smaug ha destruido Esgaroth. También ellos esperan que vuestro tesoro repare los daños, estéis vivos o muertos.

»Vuestra sabiduría decidirá, pero trece es un pequeño resto del gran pueblo de Durin que una vez habitó aquí, y que ahora está disperso y en tierras lejanas. Si queréis mi consejo, no confiéis en el gobernador de los Hombres del Lago, pero sí en aquel que mató al dragón con una flecha. Bardo se llama, y es de la raza de Valle, de la línea de Girion; un hombre sombrío, pero sincero. Una vez más buscará la paz entre los enanos, hombres y elfos, después de la gran desolación; pero ello puede costarte caro en oro. He dicho.

Entonces Thorin estalló de rabia: —Nuestro agradecimiento, Roäc hijo de Carc. Tú y tu pueblo no seréis olvidados. Pero ni los ladrones ni los violentos se llevarán una pizca de nuestro oro, mientras sigamos con vida. Si quieres que te estemos aún más agradecidos, tráenos noticias de cualquiera que se acerque. También quisiera pedirte, si alguno de los tuyos es aún fuerte y joven de alas, que envíes mensajeros a nuestros parientes en las montañas del Norte, tanto al este como al oeste de aquí, y les hables de nuestra difícil situación. Pero ve especialmente a mi primo Dain en las Colinas de Hierro, pues tiene mucha gente bien armada y vive cerca. ¡Dile que se dé prisa!

—No diré si es bueno o malo ese consejo —graznó Roäc—, pero haré lo que pueda —y se alejó volando lentamente.

—¡De vuelta ahora a la Montaña! —gritó Thorin—. Tenemos poco tiempo que perder.

—¡Y también poco que comer! —chilló Bilbo, siempre práctico en tales cuestiones. En cualquier caso, sentía que la aventura, hablando con propiedad, había terminado con la muerte del dragón —en lo que estaba muy equivocado- y hubiese dado buena parte de lo que a él le tocaba por la pacífica conclusión de estos asuntos.

—¡De vuelta a la Montaña! —gritaron los enanos, como si no lo hubiesen oído; así que tuvo que ir de vuelta con ellos.





Como ya estáis enterados de algunos acontecimientos, sabréis que los enanos disponían aún de unos pocos días. Una vez más exploraron las cavernas, y encontraron como esperaban que sólo la Puerta Principal permanecía abierta; todas las demás entradas (excepto, claro, la pequeña puerta secreta) hacía mucho que habían sido destruidas y bloqueadas por Smaug, y no quedaba ni rastro de ellas. De modo que se pusieron a trabajar duro en las fortificaciones de la entrada principal, y en abrir un nuevo sendero que llevase hasta ella. Encontraron muchas de las herramientas de los mineros, canteros y constructores de antaño, y en tales trabajos los enanos eran aún habilidosos.

Entretanto, los cuervos no dejaban de traer noticias. De esta manera supieron que el Rey Elfo marchaba ahora hacia el Lago, y tenían unos días de respiro. Mejor aún, oyeron que tres de los poneys habían huido y se encontraban vagando salvajes allá abajo, en la ribera del Río Rápido, no lejos del resto de las provisiones. Así, mientras los otros continuaban trabajando, enviaron a Fili y Kili, guiados por un cuervo, a buscar los poneys y traer todo lo que pudieran.

Estuvieron cuatro días fuera, y supieron entonces que los ejércitos unidos de los Hombres del Lago y los Elfos corrían hacia la Montaña. Pero ahora los enanos estaban más esperanzados, pues tenían comida para varias semanas, si se cuidaban —sobre todo cram, por supuesto, y muy cansados estaban de ese alimento, pero mejor es cramque nada—, y ya la Puerta estaba bloqueada con un parapeto alto y ancho, de piedras regulares, puestas una sobre otra. Había agujeros en el parapeto por los que se podía mirar (o disparar), pero ninguna entrada. Entraban y salían con la ayuda de una escalera de mano, y subían con cuerdas las cosas. Para la salida del arroyo habían dispuesto un arco pequeño y bajo en el nuevo parapeto; pero cerca de la entrada habían cambiado tanto el lecho angosto que toda una laguna se extendía ahora desde la pared de la montaña hasta el principio de la cascada que llevaba el arroyo hacia Valle. Aproximarse a la Puerta sólo era posible a nado, o escurriéndose a lo largo de una repisa angosta, que corría a la derecha del risco, mirando desde la entrada. Habían traído los poneys hasta el principio de las escaleras sobre el puente viejo, y luego de descargarlos los habían mandado de vuelta a sus dueños, enviándolos sin jinetes al Sur.

Llegó una noche en la que de pronto aparecieron muchas luces, como de fuego y antorchas, lejos hacia el sur en Valle.

—¡Han llegado! —anunció Balin—. Y el campamento es grande de veras. Tienen que haber entrado en el valle a lo largo de las riberas del río, ocultándose en el crepúsculo.

Poco durmieron esa noche los enanos. La mañana era pálida aún cuando vieron que se aproximaba una compañía. Desde detrás del parapeto observaron cómo subían hasta la cabeza del valle y trepaban lentamente. Pronto pudieron ver que entre ellos venían hombres del lago armados como para la guerra y arqueros elfos. Por fin, la vanguardia escaló las rocas caídas y apareció en lo alto del torrente; mucho se sorprendieron cuando vieron la laguna y la Puerta Principal obstruida por un parapeto de piedra recién tallada.

Mientras estaban allí señalando y hablando entre ellos, Thorin los increpó: —¿Quiénes sois vosotros —dijo en voz muy alta— que venís en son de guerra a las puertas de Thorin hijo de Thrain, Rey bajo la Montaña, y qué deseáis?

Pero no le respondieron. Algunos dieron una rápida media vuelta, y los otros, luego de observar con detenimiento la Puerta, y cómo estaba defendida, pronto fueron detrás de ellos. Ese mismo día el campamento se trasladó al este del río, justo entre los brazos de la Montaña. Voces y canciones resonaron entonces entre las rocas como no había ocurrido por muchísimo tiempo. Se oía también el sonido de las arpas élficas y de una música dulce; mientras los ecos subían, parecía que el aire helado se entibiaba y que la fragancia de las flores primaverales del bosque llegaba débilmente hasta ellos.