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Más allá de este mundo de árboles

flota saliendo hacia la brisa,

más allá de las cañadas y los juncos,

más allá de las hierbas del pantano,

en la neblina blanca que asciende

del lago nocturno y de los charcos.

¡Sigue, sigue a las estrellas que asoman

arriba en cielos fríos y empinados,

gira con el alba sobre la tierra,

sobre la arena, sobre los rápidos!

¡Lejos al Sur, y más lejos al Sur!

¡Busca la luz del sol y la del día,

de vuelta a los pastos, y a los prados,

que a vacas y bueyes apacientan!

¡De vuelta a los jardines de las lomas

donde las bayas crecen y maduran

bajo la luz del sol y bajo el día!





¡Lejos al Sur, más lejos al Sur!

¡Bajas la rápida corriente oscura

de vuelta a tierras que antaño conociste!

¡Ya el último de los barriles iba rodando hacia las puertas! Desesperado, y no sabiendo qué hacer, el pobre pequeño Bilbo se aferró al barril y fue empujado con él sobre el borde. Cayó abajo en el agua fría y oscura, con el barril encima, y subió otra vez balbuceando y arañando la madera como una rata, pero a pesar de todos sus esfuerzos no pudo trepar. Cada vez que lo intentaba, el barril daba una media vuelta y lo sumergía otra vez. El barril estaba realmente vacío, y flotaba como un corcho. Aunque Bilbo tenía las orejas llenas de agua, aún podía oír a los elfos cantando arriba en la bodega. Entonces, de súbito, las escotillas cayeron y las voces se desvanecieron a lo lejos. Bilbo estaba ahora en un túnel oscuro, flotando en el agua helada, completamente solo... pues no puedes contar con amigos que flotan encerrados en barriles.

Muy pronto una mancha gris apareció delante, en la oscuridad. Oyó el chirrido de la compuerta que se levantaba, y se encontró en medio de una fluctuante y entrechocante masa de toneles y cubas, todos empujando juntos para pasar por debajo del arco y salir a las aguas del río. Trató por todos los medios de impedir que lo golpearan y machacaran; pero al fin, los barriles apiñados comenzaron a dispersarse y a balancearse, uno por uno, bajo la arcada de piedra y más allá. Entonces Bilbo vio que no le habría servido de mucho si hubiese subido a horcajadas sobre el barril, pues apenas había espacio, ni siquiera para un hobbit, entre el barril y el techo ahora inclinado de la compuerta.

Fuera salieron, bajo las ramas que colgaban desde las dos orillas. Bilbo se preguntaba qué sentirían en ese momento los enanos, y si no estaría entrando mucha agua en las cubas. Algunas de las que pasaban flotando en la oscuridad, junto a él, parecían bastante hundidas en el agua, y supuso que llevarían enanos dentro.

«¡Espero haber ajustado bastante las tapas!», pensó, pero en seguida estuvo demasiado preocupado por sí mismo para acordarse de los enanos. Conseguía mantener la cabeza sobre el agua de algún modo, pero temblaba de frío, y se preguntó si moriría congelado antes de que la suerte cambiase, cuánto tiempo sería capaz de resistir, y si podía correr el riesgo de soltarse e intentar nadar hasta la orilla.

La suerte cambió de pronto: la corriente arremolinada arrastró varios barriles a un punto de la ribera, y allí se quedaron un rato, varados contra alguna raíz oculta. Bilbo aprovechó entonces la ocasión para trepar por el costado del barril apoyado contra otro. Subió arrastrándose como una rata ahogada, y se tendió arriba, tratando de mantener el equilibrio. La brisa era fría, pero mejor que el agua, y esperaba no caer rodando de repente.

Los barriles pronto quedaron libres otra vez y giraron y dieron vueltas río abajo, saliendo a la corriente principal. Bilbo descubrió entonces que era muy difícil mantenerse sobre el barril, tal como había temido, y además se sentía bastante incómodo. Por fortuna, Bilbo era muy liviano, y el barril grande, y bastante deteriorado, de modo que había embarcado una pequeña cantidad de agua. Aun así, era como cabalgar sin brida ni estribos un poney panzudo que no pensara en otra cosa que en revolcarse sobre la hierba.

De este modo el señor Bolsón llegó por fin a un lugar donde los árboles raleaban a ambos lados. Alcanzaba a ver el cielo pálido entre ellos. El río oscuro se ensanchó de pronto, y se unió al curso principal del Río del Bosque, que fluía precipitadamente desde los grandes portones del rey. En la móvil superficie de una extensión de agua que las sombras ya no cubrían, se reflejaban las nubes y las estrellas en luces danzantes y rotas. Las rápidas aguas del Río del Bosque llevaron toda la compañía de toneles y cubas a la ribera norte, donde habían abierto una ancha bahía. Ésta tenía una playa de guijarros al pie del barranco, y estaba cerrada en el extremo oriental por un pequeño cabo sobresaliente de roca dura. Muchos de los barriles encallaron en los bajíos arenosos, aunque unos pocos fueron a golpear contra el dique de roca.

Había gente vigilando las riberas. Empujaron rápidamente y movieron con pértigas todos los barriles hacia los bajíos, y los contaron y ataron juntos y los dejaron allí hasta la mañana. ¡Pobres enanos! Bilbo no estaba tan mal ahora. Bajó deslizándose del barril, y vadeó el río hasta la orilla, y luego se escurrió hacia unas cabañas que alcanzaba a ver cerca del río. Si tenía la oportunidad de tomar una cena sin invitación, esta vez no lo pensaría mucho; se había visto obligado a hacerlo durante mucho tiempo, ahora sabía demasiado bien lo que era tener verdadera hambre, y no sólo un amable interés por las delicadezas de una despensa bien provista. Había llegado a ver la luz de un fuego entre los árboles, y era una luz atractiva; las ropas caladas y andrajosas se le pegaban frías y húmedas al cuerpo.

No es necesario contaros mucho de las aventuras de Bilbo aquella noche, pues nos estamos acercando ya al término del viaje hacia el este, llegando a la última y mayor aventura, de modo que hemos de darnos prisa. Ayudado, como es natural, por el anillo mágico, a Bilbo le fue muy bien al principio, pero al cabo fue traicionado por sus pisadas húmedas y el rastro de gotas que iba dejando dondequiera que fuese o se sentase; y luego se puso a lagrimear, y cuando intentaba ocultarse era descubierto por las terribles explosiones de unos estornudos contenidos. Muy pronto hubo una gran conmoción en la villa ribereña; mas Bilbo escapó hacia los bosques llevando una hogaza y un pellejo de vino y un pastel que no le pertenecían. El resto de la noche tuvo que pasarla mojado como estaba y sin fuego, pero el pellejo de vino lo ayudó, y hasta alcanzó a dormitar un rato sobre unas hojas secas, aunque el año estaba avanzado y el aire era cortante.

Despertó de nuevo con un estornudo especialmente ruidoso. La mañana era gris, y había un alegre alboroto río abajo. Estaban construyendo una almadía de barriles, y los elfos de la almadía la llevarían pronto aguas abajo hacia la Ciudad del Lago. Bilbo estornudó otra vez. Las ropas ya no le chorreaban, pero tenía el cuerpo helado. Descendió gateando tan rápido como se lo permitían las piernas entumecidas, y logró alcanzar justo a tiempo el grupo de toneles sin que nadie lo advirtiera en la confusión general. Por suerte, no había sol entonces que proyectase una sombra reveladora, y por misericordia no estornudó otra vez durante un buen rato.