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—¡Nos magullaremos y nos haremos pedazos, y nos ahogaremos también, seguro! —dijeron—. Creímos que habías ideado algo sensato cuando te apoderaste de las llaves. ¡Esto es una locura!

—¡Muy bien! —dijo Bilbo, desanimado y también bastante molesto—. Regresad a vuestras agradables celdas, os encerraré otra vez, y allí podréis sentaros cómodamente y pensar en un plan mejor... aunque supongo que no conseguiré de nuevo las llaves, aun cuando me sintiese con ganas de intentarlo.

Aquello fue demasiado para ellos, y se calmaron. Al final, desde luego, tuvieron que hacer exactamente lo que Bilbo había sugerido, pues era obviamente imposible buscar y encontrar el camino en los salones de arriba, o luchar y salir cruzando unas puertas que se cerraban por arte de magia; y no era bueno refunfuñar en los pasadizos y esperar a que los capturasen otra vez. De modo que siguiendo con cautela al hobbit, fueron a las bodegas inferiores. Pasaron ante la puerta de la pequeña bodega donde el jefe de los guardias y el mayordomo todavía roncaban felices con rostros sonrientes. El vino de Dorwinion produce sueños profundos y agradables. Habría una expresión diferente en la cara del jefe de los guardias al otro día, aun cuando Bilbo, antes de continuar, se deslizó sigiloso y amablemente le puso las llaves de vuelta en el cinturón.

—Eso le ahorrará alguno de los problemas en que está metido —se dijo—. No era un mal muchacho, y trató con decencia a los prisioneros. Quedarán muy desconcertados. Pensarán que teníamos una magia muy poderosa para traspasar las puertas cerradas y desaparecer. ¡Desaparecer! ¡Tenemos que darnos prisa, si queremos que así sea!

Se encargó a Balin que vigilase al guardia y al mayordomo, y que avisara si hacían algún movimiento. El resto entró en la bodega aledaña, donde estaban las escotillas. Había poco tiempo que perder. En breve, como sabía Bilbo, algunos elfos bajarían a ayudar al mayordomo en la tarea de pasar los barriles vacíos por las puertas y echarlos a la corriente. Los barriles estaban ya dispuestos en hileras en medio del suelo, aguardando a que los empujasen. Algunos eran barriles de vino, y no muy útiles, pues no podían abrirse por el fondo sin hacer ruido, ni cerrarse de nuevo con facilidad. Pero había algunos que habían servido para traer otras mercancías, mantequilla, manzanas y toda suerte de cosas, al palacio del rey.

Pronto encontraron trece cubas con espacio suficiente para un enano en cada una. Algunas eran demasiado grandes, y los enanos pensaron con angustia en las sacudidas y topetazos que soportarían dentro, aunque Bilbo buscó paja y otros materiales para embalarlos lo mejor que pudo, en tan corto tiempo. Por último, doce enanos estuvieron dentro de los barriles. Thorin había causado muchas dificultades, daba vueltas y se retorcía en la cuba, y gruñía como perro grande en perrera pequeña; mientras que Balin, que fue el último, levantó un gran alboroto a propósito de los agujeros para respirar, y dijo que se estaba ahogando aun antes de que taparan el barril. Bilbo había tratado de cerrar los agujeros en los costados de los barriles y sujetar bien todas las tapaderas, y ahora se encontraba de nuevo solo, corriendo alrededor, dando los últimos retoques al embalaje, y aguardando contra toda esperanza que el plan no fracasara.

Había concluido con el tiempo justo. Sólo uno o dos minutos después de encajar la tapadera de Balin, llegó un sonido de voces y un parpadeo de luces. Algunos elfos venían riendo y charlando y cantando a las bodegas. Habían dejado un alegre festín en uno de los salones y estaban resueltos a retornar tan pronto como les fuese posible.

—¿Dónde está el viejo Galion, el mayordomo? —dijo uno—. No le he visto a la mesa esta noche. Tendría que encontrarse aquí ahora, para mostrarnos lo que hay que hacer.

—Me enfadaré si el viejo perezoso se retrasa —dijo otro—. ¡No tengo ganas de perder el tiempo aquí abajo mientras se canta allá arriba!

—¡Ja, ja! —llegó una carcajada—. ¡Aquí está el viejo tunante con la cabeza metida en un jarro! Ha estado montando un pequeño banquete para él y su amigo el capitán.

—¡Sacúdelo! ¡Despiértalo! —gritaron los otros, impacientes.

A Galion no le gustó nada que lo sacudieran y despertaran, y mucho menos que se rieran de él. —Estáis retrasados —gruñó—. Aquí estoy yo, esperando y esperando, mientras vosotros bebéis y festejáis y olvidáis vuestras tareas. ¡No os maraville que caiga dormido de aburrimiento!

—No nos maravilla —dijeron ellos—, ¡cuando la explicación está tan cerca en un jarro! ¡Vamos, déjanos probar tu soporífero antes de que comencemos la tarea! No es necesario despertar al joven de las llaves. Por lo que parece, ha tenido su ración.

Bebieron entonces una ronda, y de repente todos se pusieron muy contentos. Pero no perdieron por completo la cabeza. —¡Sálvanos, Galion! —gritó de pronto alguien—. ¡Empezaste la fiesta temprano y se te embotó el juicio! Has apilado aquí algunos toneles llenos en lugar de los vacíos, a juzgar por lo que pesan.

—¡Continuad con el trabajo! —gruñó el mayordomo—. Los brazos ociosos de un levantacopas nada saben de pesos. Éstos son los que hay que llevar y no otros. ¡Haced lo que digo!





—¡Está bien, está bien! —le respondieron haciendo rodar los barriles hasta la abertura—. ¡Tú serás el responsable si las cubas de mantequilla del rey y el vino mejor son empujados al río para que los hombres del lago se regalen gratis!

¡Rueda-rueda-rueda-rueda,

rueda-rueda-rueda bajando a la cueva!

¡Levantad, arriba, que caigan a plomo!

Allá abajo van, chocando en el fondo.

Así cantaban, mientras primero uno, y luego otro, los barriles bajaban retumbando a la oscura abertura y eran empujados hacia las aguas frías que corrían unos pies más abajo. Algunos eran barriles realmente vacíos; algunos eran cubas bien cerradas con un enano dentro; todos cayeron, uno tras otro, golpeando y entrechocándose, precipitándose en el agua, sacudiéndose contra las paredes del túnel, y flotando lejos corriente abajo.

Fue entonces precisamente cuando Bilbo descubrió de pronto el punto débil del plan. Seguro que ya os disteis cuenta hace tiempo, y os habéis reído de él; pero no creo que hubierais conseguido ni la mitad de lo que él consiguió. ¡Por supuesto, él no estaba en ningún barril, ni había nadie allí para embalarlo, aun si se hubiera presentado la oportunidad! Parecía como si esta vez fuese a perder de veras a sus amigos (ya habían desaparecido casi todos a través de la escotilla oscura), que lo dejarían atrás para siempre, de modo que él tendría que quedarse allí escondido, como un saqueador sempiterno de las cuevas de los elfos. Pues aun si hubiera podido escapar en seguida por los portones superiores, no tenía muchas posibilidades de reencontrarse con los enanos. No sabía cómo llegar al sitio donde recogían los barriles. Se preguntó qué demonios les ocurriría sin él; pues no había tenido tiempo de contar a los enanos todo lo que había averiguado, o lo que se había propuesto hacer, una vez fuera del bosque.

Mientras todos estos pensamientos le cruzaban por la mente, los elfos, que parecían ahora muy animados, comenzaron a entonar una canción junto a la puerta del río. Algunos habían ido ya a tirar de las cuerdas que alzaban la compuerta para dejar salir los barriles tan pronto como todos flotaran abajo.

¡Bajas la rápida corriente oscura

de vuelta a tierras que antaño conociste!

Deja las salas y cavernas profundas,

las escarpadas montañas del norte,

donde el bosque tenebroso y ancho

en sombras grises y hoscas se inclina.