Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 31 из 70

Así que todos se fueron a desayunar. Beorn parecía cambiado y bien dispuesto; y en verdad estaba de muy buen humor e hizo que todos se rieran con sus divertidas historias; no tuvieron que preguntarse por mucho tiempo dónde había estado o por qué era tan amable con ellos, pues él mismo lo explicó. Había ido al otro lado del río adentrándose en las montañas —de lo cual podéis deducir que podía trasladarse a gran velocidad, en forma de oso, desde luego—. Al fin llegó al claro quemado de los lobos, y así descubrió que esa parte de la historia era cierta; pero aún encontró algo más: había capturado a un wargo y a un trasgo que vagaban por el bosque, y les había sacado algunas noticias: las patrullas de los wargos buscaban aún a los enanos junto con los trasgos horriblemente enfadados a causa de la muerte del Gran Trasgo, y porque le habían quemado la nariz al jefe lobo y el fuego del mago había dado muerte a muchos de los principales sirvientes. Todo esto se lo dijeron cuando los obligó a hablar, pero adivinó que se tramaba algo todavía peor, y que el grueso del ejército de los trasgos y los lobos podía irrumpir pronto en las tierras ensombrecidas por las montañas, en busca de los enanos, o tomar venganza sobre los hombres y criaturas que allí vivían y que quizá estaban encubriéndolos.

—Era una buena historia la vuestra —dijo Beorn—, pero ahora que sé que es cierta, me gusta todavía más. Tenéis que perdonarme por no haberos creído. Si vivieseis cerca de los lindes del Bosque Negro, no creeríais a nadie que no conocieseis tan bien como a vuestro propio hermano, o mejor. Como veis, únicamente puedo deciros que me he dado prisa en regresar para ver si estabais a salvo y ofreceros mi ayuda. Tendré en mejor opinión a los enanos después de este asunto. ¡Dieron muerte al Gran Trasgo, dieron muerte al Gran Trasgo! —se rió ferozmente entre dientes.

—¿Qué habéis hecho con el trasgo y con el wargo? —preguntó Bilbo de repente.

—¡Venid y lo veréis! —dijo Beorn y dieron la vuelta a la casa. Una cabeza de trasgo asomaba empalada detrás de la cancela, y un poco más allá se veía una piel de wargo clavada en un árbol. Beorn era un enemigo feroz. Pero ahora era amigo de ellos, y Gandalf creyó conveniente contarle la historia completa y la razón del viaje, para obtener así toda la ayuda posible.

Esto fue lo que Beorn les prometió. Les conseguiría poneys, para cada uno, y a Gandalf un caballo, para el viaje hasta el bosque, y les daría comida suficiente para varias semanas si la administraban con cuidado; y luego puso todo en paquetes fáciles de llevar: nueces, harina, frutos secos en tarros herméticamente cerrados y potes de barro rojo llenos de miel, y bizcochos horneados dos veces para que se conservasen bien por mucho tiempo; un poco de estos bizcochos bastaba para una larga jornada. La receta era uno de sus secretos, pero tenían miel, como casi todas las comidas de Beorn, y un sabor agradable, aunque dejaban la boca bastante seca. Dijo que no necesitarían llevar agua por aquel lado del bosque, pues había arroyos y manantiales a todo lo largo del camino. —Pero el camino que cruza el Bosque Negro es oscuro, peligroso y arduo —dijo—. No es fácil encontrar agua allá, ni comida. No es todavía tiempo de nueces (aunque en realidad quizá ya haya pasado cuando lleguéis al otro extremo), y las nueces son lo único que se puede comer en esos sitios; las cosas silvestres son allí oscuras, extrañas y salvajes. Os daré odres para el agua, y algunos arcos y flechas. Pero no creo que haya nada en el Bosque Negro que sea bueno para comer o beber. Sé que hay un arroyo, negro y caudaloso, que cruza el sendero. No bebáis ni os bañéis en él, pues he oído decir que produce encantamientos, somnolencia y pérdida de la memoria. Y entre las tenebrosas sombras del lugar no me parece que podáis cazar algo que sea comestible o no comestible, sin extraviaros. Esto tenéis que evitarlo en cualquier circunstancia.

»No tengo otro consejo para vosotros. Más allá del linde del bosque, no puedo ayudaros mucho; tendréis que depender de la suerte, de vuestro valor y de la comida que os doy. He de pediros que en la cancela del bosque me mandéis de vuelta al caballo y los poneys. Pero os deseo que podáis marchar de prisa, y mi casa estará abierta siempre para vosotros si alguna vez volvéis por este camino.





Le dieron las gracias, por supuesto, con muchas reverencias y movimientos de los capuchones, y con muchos: —A vuestro servicio, ¡oh amo de los amplios salones de madera! —Pero las graves palabras de Beorn los habían desanimado, y todos sintieron que la aventura era mucho más peligrosa de lo que habían pensado antes, ya que de cualquier modo, aunque pasasen todos los peligros del camino, el dragón estaría esperando al final.

Toda la mañana estuvieron ocupados con los preparativos. Poco antes del mediodía comieron con Beorn por última vez, y después del almuerzo montaron en los caballos que él les prestó, y despidiéndose una y mil veces, cabalgaron a buen trote dejando atrás la cancela.

Tan pronto como se alejaron de los setos altos al este de las tierras cercadas, se encaminaron al norte y luego al noroeste. Siguiendo el consejo de Beorn no marcharon hacia el camino principal del bosque, al sur de aquellas tierras. Si hubiesen ido por el desfiladero, una senda los habría llevado hasta un arroyo que bajaba de las montañas y se unía al Río Grande, algunas millas al sur de la Carroca. En ese lugar había un vado profundo que podrían haber cruzado, si hubiesen tenido los poneys, y más allá otra senda llevaba a los bordes del bosque y a la entrada del antiguo camino de la floresta. Pero Beorn les había advertido que aquel camino era ahora frecuentado por los trasgos, mientras que el verdadero camino del bosque, según había oído decir, estaba cubierto de maleza, y abandonado por el extremo oriental, y llevaba además a pantanos impenetrables, donde los senderos se habían perdido hacía mucho tiempo. El paso por el este siempre había quedado demasiado al sur de la Montaña Solitaria, y desde allí, cuando alcanzaran al otro lado, les hubiera esperado aún una marcha larga y dificultosa hacia el norte. Al norte de la Carroca, los lindes del Bosque Negro estaban más cerca de las orillas del Río Grande, y aunque las montañas se alzaban también no muy lejos, Beorn les aconsejó que tomaran este camino, pues a unos pocos días de cabalgata al norte de la Carroca había un sendero poco conocido que atravesaba el Bosque Negro y llevaba casi directamente a la Montaña Solitaria.

«Los trasgos —había dicho Beorn— no se atreverán a cruzar el Río Grande en unas cien millas al norte de la Carroca, ni tampoco a acercarse a mi casa; ¡está bien protegida por las noches! Pero yo cabalgaría de prisa, porque si ellos emprenden esa aventura, pronto cruzarán el río por el sur y recorrerán todo el linde del bosque con el fin de cortaros el paso, y los wargos corren más que los poneys. En verdad estaríais a salvo yendo hacia el norte, aunque parezca que así volvéis a las fortalezas; pues eso sería lo que ellos menos esperarían, y tendrían que cabalgar mucho más para alcanzaros. ¡Partid ahora tan rápido como podáis!»

Eso era por lo que cabalgaban en silencio, galopando por donde el terreno estaba cubierto de hierba y era llano, con las tenebrosas montañas a la izquierda, y a lo lejos la línea del río con árboles cada vez más próximos. El sol acababa de girar hacia el oeste cuando partieron, y hasta el atardecer cayó en rayos dorados sobre la tierra de alrededor. Era difícil pensar que unos trasgos los perseguían, y cuando hubo muchas millas entre ellos y la casa de Beorn, se pusieron a charlar y a cantar otra vez, y así olvidaron el oscuro sendero del bosque que tenían delante. Pero al atardecer, cuando cayeron las sombras y los picos de las montañas resplandecieron a la luz del sol poniente, acamparon y montaron guardia, y la mayoría durmió inquieta, con sueños en los que se oían aullidos de lobos que cazaban y alaridos de trasgos.