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—Pero no fue juego limpio —dijo Gollum—. No era un verdadero acertijo, preciosso, no.

—¡Oh, bien!, si se trata de preguntas corrientes yo he hecho una antes —respondió Bilbo—. ¿Qué has perdido, quieres decirme?

—¿Qué tiene en los bolsilloss? —El sonido llegó siseando más agudo y fuerte, y como Gollum estaba mirándolo, Bilbo vio alarmado dos pequeños puntos de luz que lo observaban. A medida que la sospecha crecía en la mente de Gollum, la luz le ardía en los ojos con una llama descolorida.

—¿Qué has perdido? —insistió Bilbo.

Pero la luz en los ojos de Gollum era ahora un fuego verde y se acercaba con rapidez. Gollum estaba de nuevo en el bote, remando como desesperado de vuelta a la orilla; y tal era la rabia por la pérdida y la sospecha que tenía en el corazón, que ya no le atemorizaba ninguna espada.

Bilbo no podía adivinar qué había maquinado la malvada criatura, pero vio que todo estaba descubierto, y que Gollum pretendía terminar con él, sea como fuere. Justo a tiempo se volvió y corrió a ciegas, subiendo el pasadizo que había bajado antes, manteniéndose pegado a la pared y tocándola con la mano izquierda.

—¿Qué tiene en los bolsilloss? —Bilbo oyó el siseo fuerte detrás de él, y el chapoteo cuando Gollum saltó del bote. «Qué tengo yo, me pregunto», se dijo, mientras avanzaba jadeando y tropezando. Se metió la mano izquierda en el bolsillo. El anillo estaba muy frío cuando se le deslizó de pronto en el dedo índice, con el que tanteaba buscando.

El siseo estaba detrás, muy cerca. Bilbo se volvió y vio los ojos de Gollum como pequeñas lámparas verdes que subían la pendiente. Aterrorizado, intentó correr más rápido y cayó cuan largo era, con la pequeña espada debajo del cuerpo.

Gollum estuvo en seguida sobre él. Pero antes que Bilbo pudiese hacer algo, recuperar el aliento, levantarse o esgrimir la espada, Gollum pasó de largo sin prestarle atención, maldiciendo y murmurando mientras corría.

¿Qué podía significar esto? Gollum veía en la oscuridad. Bilbo alcanzaba a distinguir la luz pálida de los ojos, aun desde atrás. Se levantó, dolorido, envainó la espada, que ahora brillaba débilmente otra vez, y con mucha cautela siguió andando. Parecía que no se podía hacer otra cosa. No convenía volver arrastrándose a las aguas de Gollum. Quizá si lo seguía, Gollum lo conduciría sin querer hasta alguna vía de escape.

—¡Maldito ssea! ¡Maldito ssea! ¡Maldito ssea! —siseaba Gollum—. ¡Maldito Bolsón! ¡Se ha ido! ¿Qué tiene en los bolsilloss? ¡Oh, lo suponemos, lo adivinamos! Preciosso mío. Lo ha encontrado, ssí, tiene que tenerlo. Mi regalo de cumpleaños.

Bilbo aguzó el oído. Por fin estaba empezando a adivinar. Apresuró el paso, acercándose a Gollum por detrás hasta donde se atrevió. Gollum corría aún de prisa, sin mirar atrás, pero volviendo la cabeza a los lados, como Bilbo podía ver por el pálido reflejo de luz en las paredes.

—¡Mi regalo de cumpleaños! ¡Maldito! ¿Cómo lo perdimos, preciosso mío? Sí, eso es. ¡Maldito sea! Cuando vinimos por aquí la última vez, cuando estrujamos a aquel asqueroso jovencito chillón. Eso es. ¡Maldito sea! Se nos cayó, ¡después de tantos siglos y siglos! No está, ¡gollum!

De pronto Gollum se sentó y se puso a sollozar, con un ruido silbante y gorgoteante, horrible al oído. Bilbo se detuvo, pegándose a la pared de la galería. Pasado un rato, Gollum dejó de lloriquear. Parecía tener una discusión consigo mismo.

—No vale la pena volver a buscarlo, no. No recordamos todos los lugares que hemos visitado. Y no serviría de nada. El Bolsón lo tiene en sus bolsilloss; el asqueroso fissgón lo ha encontrado, lo decimos nosotross.

»Lo suponemos, preciosso, sólo lo suponemos. No podemos estar seguros hasta encontrar a la asquerosa criatura y estrujarla. Pero no conoce las virtudes que tiene, ¿verdad? Sólo lo guarda en los bolsillos. No lo sabe y no puede ir muy lejos. Se ha perdido el puerco fissgón. No conoce la salida. Eso fue lo que dijo.





»Así dijo, sí, pero es un tramposo. ¡No dice lo que piensa! No dirá lo que tiene en los bolsillos. Lo sabe. Conoce el camino de entrada; tiene que conocer el de salida. Está más allá de la puerta trasera. Hacia la puerta trasera, eso es.

»Los trasgos lo capturarán entonces. No puede salir por ahí, preciosso.

»Sss, sss, ¡gollum! ¡Trasgoss! Sí, pero si tiene el regalo, nuestro regalo de cumpleaños, entonces los trasgos lo tomarán, ¡gollum! Descubrirán, descubrirán sus propiedades. ¡Nunca más estaremos seguros, gollum! Uno de los trasgos se lo pondrá y no lo verá nadie. Estará allí, pero nadie podrá verlo. Ni siquiera nuestros más agudos ojoss, y se acercará escurriéndose y engañando y nos capturará, ¡gollum! ¡gollum!

»¡Dejemos la charla, preciosso, y vayamos de prisa! Si el Bolsón se ha ido por ahí, tenemos que apresurarnos y verlo. ¡Vamoss! No puede estar muy lejos. ¡De prisa!

Gollum se levantó de un brinco y se alejó bamboleándose, a grandes zancadas. Bilbo corrió tras él, todavía cauteloso, aunque ahora lo que más temía era tropezar de nuevo y caer haciendo ruido. Tenía en la cabeza un torbellino de asombro y esperanza. Parecía que el anillo que llevaba era un anillo mágico: ¡te hacía invisible! Había oído de tales cosas, por supuesto, en antiguos relatos; pero le costaba creer que en realidad él, por accidente, había encontrado uno. Sin embargo, así era: Gollum había pasado de largo sólo a una yarda.

Siguieron adelante, Gollum avanzando a los trompicones, siseando y maldiciendo; Bilbo detrás, tan silenciosamente como puede marchar un hobbit. Pronto llegaron a unos lugares donde, como había notado Bilbo al bajar, se abrían pasadizos a los lados, uno acá, otro allá. Gollum comenzó en seguida a contarlos.

—Uno a la izquierda, sí. Uno a la derecha, sí. Dos a la derecha, sí, sí; dos a la izquierda, eso es. —Y así una vez y otra.

A medida que la cuenta crecía, aflojó el paso sollozando y temblando. Pues cada vez se alejaba más del agua, y tenía miedo. Los trasgos acechaban quizá, y él había perdido el anillo. Por fin se detuvo ante una abertura baja, a la izquierda.

—Siete a la derecha, sí. Seis a la izquierda, ¡bien! —susurró—. Éste es. Éste es el camino de la puerta trasera. ¡Aquí está el pasadizo!

Miró hacia adentro y se retiró, vacilando. —Pero no nos atreveremos a entrar, preciosso, no nos atreveremos. Hay trasgos allá abajo. Montones de trasgoss. Los olemos. ¡Sss!

»¿Qué podemos hacer? ¡Malditos y aplastados sean! Tenemos que esperar aquí, preciosso, esperar un momento y observar.

Y así se detuvieron. Al fin y al cabo, Gollum había traído a Bilbo hasta la salida, ¡pero Bilbo no podía cruzarla! Allí estaba Gollum, acurrucado justamente en la abertura, y los ojos le brillaban fríos mientras movía la cabeza a un lado y a otro entre las rodillas.

Bilbo se arrastró, apartándose de la pared, más callado que un ratón; pero Gollum se enderezó en seguida y venteó en torno y los ojos se le pusieron verdes. Siseó, en un tono bajo aunque amenazador. No podía ver al hobbit, pero ahora estaba atento, y tenía otros sentidos que la oscuridad había aguzado: olfato y oído. Parecía que se había agachado, con las palmas de las manos extendidas sobre el suelo, la cabeza estirada hacia adelante y la nariz casi tocando la piedra. Aunque era sólo una sombra negra en el brillo de sus propios ojos, Bilbo alcanzaba a verlo o sentirlo: tenso como la cuerda de un arco, dispuesto a saltar.

Bilbo casi dejó de respirar y también se quedó quieto. Estaba desesperado. Tenía que escapar, salir de aquella horrible oscuridad mientras le quedara alguna fuerza. Tenía que luchar. Tenía que apuñalar a la asquerosa criatura, sacarle los ojos, matarla. Quería matarlo a él. No, no sería una lucha limpia. Él era invisible ahora. Gollum no tenía espada. No había amenazado matarlo, o no lo había intentado aún. Y era un ser miserable, solitario, perdido. Una súbita comprensión, una piedad mezclada con horror asomó en el corazón de Bilbo: un destello de interminables días iguales, sin luz ni esperanza de algo mejor, dura piedra, frío pescado, pasos furtivos, y susurros. Todos estos pensamientos se le cruzaron como un relámpago. Se estremeció. Y entonces, de pronto, en otro relámpago, como animado por una energía y una resolución nuevas, saltó hacia adelante.