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Sin embargo he tenido mi pequeño desquite: la falsa interpretación pública me ha ayudado indirectamente a obtener el derecho de publicar Pálido fuego. Mi buen jardinero, al contar con entusiasmo a todo el mundo lo que había visto, se equivocó seguramente en varios puntos, no tanto quizá en su relato exagerado de mi "heroísmo", como en la suposición de que había sido deliberadamente el blanco del tal Jack Grey; pero la -viuda de Shade se sintió tan profundamente afectada por la idea de que me hubiese "lanzado" entre el pistolero y su víctima, que durante una escena que nunca olvidaré, exclamó, estrechándome las manos: -Hay cosas para las que ni en este mundo ni en el otro hay recompensa bastante grande. -Ese "otro mundo" es cómodo cuando el infortunio castiga al infiel, pero dejé pasar, naturalmente, y decidí no refutar nada, diciendo por el contrario: -Oh, pero existe una recompensa, mi querida Sybil. Quizá le parezca un pedido muy fastidioso, pero… autoríceme, Sybil, para poner a punto y publicar el último poema tle John. -El permiso fue acordado en seguida, con nuevos gritos y nuevos abrazos, y al día siguiente mismo su firma estaba al pie del contrato que yo había hecho preparar por un abogadito diligente. Ese momento de dolorosa gratitud usted no tardó en olvidarlo, querida muchacha. Pero le aseguro que no tengo ninguna intención de hacer daño y que quizá John Shade no se aburrirá demasiado con mis notas, a pesar de las intrigas y la basura.

A causa de estas maquinaciones me vi enfrentado con problemas de pesadilla en mis esfuerzos por conseguir que las gentes vieran tranquilamente -sin que se pusieran en seguida a gritarme y atropellarme- la verdad de la tragedia, una tragedia en la cual yo no había sido un "testigo casual", sino el protagonista y la principal víctima, aunque sólo fuese potencial. Toda esa batahola terminó por afectar el curso de mi nueva vida y me obligó a trasladarme a este modesto chalet de montaña; pero conseguí obtener, poco después del arresto, una entrevista, quizá dos, con el prisionero. Estaba ahora mucho más lúcido que cuando se desplomó, sangrando, en los peldaños de mi entrada, y me contó todo lo que yo deseaba saber. Haciéndole creer que podría ayudarlo en el proceso, le obligué a confesar su odioso crimen: su manera de engañar a la policía y a la nación haciéndose pasar por Jack Grey, escapado de un manicomio, que había tomado a Shade por el hombre que lo había hecho encerrar. Pocos días después, ay, frustró a la justicia abriéndose la garganta con una navaja que había recogido de un cajón de basuras no vigilado. Murió, no tanto porque desempeñado ya su papel en la historia no veía razón para seguir viviendo, sino porque no podía sobrevivir a su última plancha: haber matado a quien no debía cuando su verdadero blanco estaba allí delante. En otras palabras, su viJa no terminó con un leve chisporroteo del mecanismo, sino con un gesto de desesperación humanoide. Basta. Exit Jack Grey.

No puedo recordar sin un estremecimiento la semana lúgubre que pasé en New Wye antes de irme, lo espero, para siempre. Viví en un temor constante de que los ladrones me privaran de mi tierno tesoro. Algunos de mis lectores quizá se rían cuando sepan que trasladé con apresuramiento la valija negra a una caja de hierro vacía que había en el estudio de mi propietario, y que pocas horas más tarde saqué de nuevo el manuscrito y durante varios días lo usé, puede decirse, distribuyendo las noventa y dos fichas en mi persona, veinte en el bolsillo derecho de mi chaqueta, otras tantas en el izquierdo, un paquete de cuarenta contra la tetilla derecha y las doce preciosas con las variantes en el bolsillo interior izquierdo de la chaqueta. Bendije mis estrellas reales por haberme enseñado labores de esposa, porque cosí los cuatro bolsillos. Así, a pasos prudentes, entre enemigos engañados, circulé, blindado de poesía, armado de rimas, robustecido por el canto de otro hombre, rígido de fichas, en fin, a prueba de balas.

Hace muchos años -cuántos, no quisiera decirlo- recuerdo que mi nodriza zemblana me decía, siendo un hombrecito de seis años presa del insomnio del adulto: " Mi

Sí, es preferible que me detenga. Mis notas y yo mismo estamos agotados. Señores, he sufrido mucho, más de lo que cualquiera de ustedes puede imaginar. Ruego que la bendición del Señor caiga sobre mis infortunados compatriotas. Mi obra está terminada. Mi poeta ha muerto.

- ¿Y usted, qué hará de usted mismo, pobre Rey, pobre Kinbote? -me preguntará quizá una voz joven y dulce.

Dios me ayudará, espero, a librarme de todo deseo de seguir el ejemplo de otros dos personajes de esta obra. Seguiré existiendo. Quizá adopte otros disfraces, otras formas, pero trataré de existir. Me encontrarán tal vez en otra Universidad, bajo la apariencia de un viejo ruso feliz, saludable, heterosexual, un escritor en el exilio, sansfam, sansfuturo, sanspúblico, sansnada salvo su arte. Tal vez me una a Odón para una nueva película: Evasión de Zembla(baile en el palacio, bomba en la plaza del palacio). Quizá me complazca en los simples gustos de los críticos y teatros y cocine una pieza, un melodrama a la antigua con tres personajes principales: un loco que trata de asesinar a un rey imaginario, otro loco que se imagina que es ese rey, y un distinguido y viejo poeta que se encuentra por casualidad en la línea de fuego y perece en el choque entre las dos ficciones. ¡Oh, puedo hacer muchas cosas! Si la historia lo permite, puedo volver a mi reino recobrado, y con un gran sollozo saludar la costa gris y el reflejo de un techo bajo la lluvia. Puedo esconderme y gemir en un manicomio. Pero ocurra lo que ocurra, cualquiera que sea el escenario, alguien, en alguna parte, se pondrá tranquilamente en camino, alguien se ha puesto ya en camino, alguien todavía muy lejos compra un billete, sube a un autobús, a un barco, a un avión, ha aterrizado, se dirige hacia un millón de fotógrafos y pronto llamará a mi puerta, un Gradus más grande, más respetable, más competente.

ÍNDICE

Los números en itálicas remiten a los versos del poema y a los comentarios respectivos. Las mayúsculas G., K., S. designan a los tres personajes principales de esta obra.

A., Barón: Oswin Affenpin, último barón de Aff, traidor de opereta, 286.

Acht, Iris: célebre actriz muerta en 1888; mujer apasionada y poderosa, favorita de Thurgus III (q. v.), 130. Murió oficialmente por su propia mano; extraoficialmente, estrangulada en su camarín por un camarada actor, un joven gothlandés celoso que ahora, a los noventa años, es el miembro más viejo y menos importante del grupo de las Sombras (q. v.).

Alfin, Rey: apodado El Vago, 1873-1918, reinó a partir de 1900; padre de K.; monarca amable, bondadoso, distraído, interesado sobre todo en automóviles, aparatos voladores, barcos de motor y, en cierta época, en caracolas; se mató en un accidente de aviación, 71.

Andro