Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 80 из 85

Durante algunos instantes, no llegué a comprender lo que había pasado ni lo que iba a hacer. Me costó trabajo deshacerme de mi perra y poder salir de la colchoneta. A continuación, me aproximé al goldy lo sacudí por los hombros:

—¿Qué ha pasado? —le pregunté.

¡Amba, Amba!—exclamó con terror—. Ambaha venido derecho a nuestro campamento. Ha atrapado a uno de los perros.

En ese momento me di cuenta de la desaparición de Kady.Dersu se levantó para atizar el fuego. Cuando reapareció la llama de la hoguera, el udehérecobró igualmente sus sentidos, pero arrojó a derecha e izquierda miradas aterrorizadas como si estuviera loco. En otro ambiente, su estado le hubiera hecho parecer grotesco.

Por esa vez, pude guardar el dominio de mí mismo mejor que los otros. Lo debía seguramente a mi sueño, que no me había permitido ver lo que acababa de suceder. Pero bien pronto los papeles se invirtieron: Dersu volvió a la calma mientras yo fui presa de terror. ¿Quién podía asegurar que el tigre no iba a reaparecer y atacar del mismo modo a uno de nosotros? Y sobre todo, ¿qué había pasado exactamente y cómo no había habido ningún tiro? He aquí la explicación que me dieron:

Dersu se despertó el primero, alarmado por los perros, que no cesaban de patear alrededor del fuego, saltando de un lado a otro. Escapando del felino, Alpasaltó sobre la cabeza del gold. Este, aún medio dormido, dio un golpe a mi perra y percibió en el mismo momento al tigre, a su lado. La fiera atrapó al otro perro y se lo llevó muy lentamente hacia la selva, como si supiera que nadie podía impedírselo. Asustada por el golpe recibido, Alpase arrojó a través del fuego y vino a saltar directamente sobre mi pecho. Fue entonces cuando escuché el grito del gold.

Puesto así al corriente de la situación, cogí instintivamente mi arma, pero sin saber en qué dirección iba a tirar. Un estremecimiento repentino se produjo en la maleza, detrás de mi espalda.

—Es por aquí —murmuró Kitenbú, mostrando con la mano un lugar a la derecha del cedro.

—No, por allá —rectificó el gold,indicando el lado diametralmente opuesto.

Pero el mismo ruido se repitió simultáneamente en ambos lados. Por otra parte, el gemido del viento en las copas de los árboles nos impedía escuchar. Yo tenía por momentos la sensación de oír por las buenas un crujido de ramas e incluso de percibir a la fiera, pero sólo para convencerme enseguida de que era otra cosa distinta, simplemente un tronco derribado o un grupo de jóvenes abetos. Y es que nos encontrábamos en medio de un follaje donde hubiera sido imposible distinguir lo que fuese, incluso en pleno día.

—Dersu —dije al gold—, vas a trepar a un árbol. Así podrás ver mejor de allá arriba.

—No —replicó—. No puedo. Soy viejo y no sé ya trepar a los árboles.

Kitenbú rehusó a su vez, así que resolví trepar yo mismo al cedro. Sin embargo, como el tronco estaba no solamente liso sino también cubierto aún de nieve sobre el lado expuesto al viento, no conseguí subir, pese a todos mis esfuerzos, más que a una altura de un metro y medio. Con las manos heladas, debí descender de nuevo.





—No vale la pena —dijo Dersu, mirando al cielo—. La noche acabará pronto.

Tomó su fusil y disparó al aire. Pero una ráfaga súbita impidió al ruido de la detonación propagarse en ecos lejanos. Hicimos un gran fuego y calentamos té. Alpavino muchas veces a apelotonarse, tan pronto contra mí, tan pronto contra Dersu, sin cesar de estremecerse y de echar por todos lados miradas asustadas. Sentados junto al fuego, pasamos todavía unos cuarenta minutos cambiando impresiones.

El alba comenzó por fin a despuntar. El viento se calmó rápidamente, pero la helada se hizo más fuerte. El goldy Kitenbú fueron hacia la maleza vecina y pudieron comprobar, según las huellas, que habían pasado nueve jabalíes. Las huellas de las patas del tigre probaron que era una fiera poderosa y adulta. Había errado largamente alrededor del campamento antes de atacar a los perros, esperando el momento en que la hoguera estuvo extinguida.

Propuse a Dersu dejar nuestros efectos en el campamento y seguir la pista de la fiera. En lugar de la negativa que preveía, tuve la sorpresa de su inmediato consentimiento. El goldme explicó que la taiga ofrecía muchos alimentos al tigre. Pero éste, persiguiendo a los jabalíes, había encontrado hombres, atacando su campamento y llevándose a uno de sus perros. Dersu terminó su largo discurso con esta conclusión:

—No se comete pecado abatiendo un ambade esta especie.

Bebimos de prisa té muy caliente y seguimos la pista del felino. El mal tiempo había casi pasado. Los cedros y abetos seculares perdían sus hermosos ropajes blancos, pero el viento había levantado sobre el suelo un gran montón de nieve donde venían a deslizarse los rayos del sol. La selva parecía iluminada como para una fiesta. Más allá del campamento, las huellas nos mostraron que el tigre había regresado; ellas nos llevaron hacia montones de árboles abatidos donde se mezclaban.

—Nada de prisas, capitán —me dijo el gold—. No hay que avanzar en línea recta. Debemos contornear los árboles abatidos, con el ojo bien abierto...

—¡La encontré! —gritó súbitamente, volviéndose con presteza hacia una nueva pista.

Se podía ver netamente que el tigre había permanecido largo tiempo sentado en aquel lugar, haciendo fundir la nieve. Con el perro posado delante de él, el felino se había puesto a escuchar para saber si era perseguido. Después, se había llevado su presa más lejos. Lo perseguimos aún durante tres horas. El tigre no marchaba en línea recta, eligiendo los lugares donde había menos nieves, o donde la maleza era más espesa y las ramas desgajadas se amontonaban en abundancia. En otro lugar, había subido sobre un tronco abatido y descansó largamente. De súbito asustado por algo, saltó a tierra y franqueó varios metros, arrastrándose sobre el vientre. También llegó a pararse al acecho. Al aproximarnos nosotros, el felino volvía a partir, empezando por algunos saltos para continuar más tarde al paso y al trote.

Dersu acabó por hacer alto y discutir un poco con el viejo Kitenbú. En su opinión, debíamos regresar, ya que el tigre no había sido herido, la nieve no era bastante profunda y la persecución no representaba ya más que una pérdida de tiempo. Por mi parte, no encontré ninguna explicación al curioso hecho de que el tigre continuara arrastrando al perro sin devorarlo. Como para responder a mis pensamientos, el goldobservó que ese felino no era un macho sino una hembra, y que tenía cachorros; era a éstos a quienes la bestia iba a llevar su presa. Pero ella se guardaría bien de conducirnos hasta su guarida, y nos llevaría de colina en colina, hasta que quedáramos definitivamente despistados. No pude dejar de aceptar la opinión del gold.Así que cuando nos decidimos a entrar en el campamento, Dersu se volvió del lado por donde el felino se había escabullido y gritó en aquella dirección:

¡Amba!Has perdido tu reputación. Eres un ladrón peor que un perro. ¡No te temo! En nuestro próximo encuentro, te mato.