Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 62 из 85

Yo quería ir a la izquierda, pero Dersu me aconsejó tomar la dirección opuesta, porque él acababa de notar huellas de pies humanos que se extendían en los dos sentidos a lo largo de la costa que se sitúa entre los estuarios del Chakira y del Bilihe. Aquello le hizo presumir que el campamento de M. Merzliakov debía encontrarse a nuestra derecha. Yo disparé dos tiros al aire y la respuesta me llegó inmediatamente del lado del río Chakira. Unos minutos después, nos reuníamos con el resto del destacamento. De una parte y de otra nos hicimos preguntas sobre las aventuras y las experiencias de aquellos últimos días. Nos retardamos cerca del fuego para cambiar en detalle nuestras impresiones. La noche era fría y los soldados se levantaron a menudo para acercarse más a las hogueras. Al alba, el termómetro no indicó más que 7º. Cuando el sol hubo caldeado un poco la tierra, todo el mundo se volvió a dormir, para no levantarse hasta las nueve de la mañana.

Teníamos necesidad de reposo; los mulos parecían rendidos; había que acomodar nuestras ropas y nuestro calzado, reparar las sillas, limpiar las armas. Además, nuestras reservas de provisiones estaban a punto de agotarse. Yo decidí cazar y envié a dos soldados para hacer ciertas compras entre los chinos de la vecindad. Mientras estos dos hombres se preparaban, regresé hacia el Bilihe para examinar la disminución de la marea, que había tenido lugar durante la noche. Pero, apenas andados cien pasos, escuché que me llamaban y volví al campamento, donde vi llegar a dos chinos con caballos cargados. Eran precisamente dos obreros que venían de la fanzade Dun-Tavaiza, donde yo quería que fuesen a buscar las provisiones. Estos hombres me dijeron que sus patrones, figurándose nuestra impotencia para atravesar en aquel momento el Bilihe, habían resuelto enviarnos algunas mercancías. Agradecido por esta atención de los chinos, quise ofrecer a los enviados algunos regalos, pero ellos no quisieron aceptarlos. Los dos trabajadores pasaron la noche con nosotros y me contaron que había también una fuerte crecida del Yodzy-khé, en el curso de la cual varias personas se habían ahogado. Por otra parte, el río Sanhobé arrastró en su corriente algunas fanzas,sin que hubiera que deplorar pérdida de vidas humanas, si bien perecieron muchos caballos y otras bestias.

Acompañé a los chinos y llegué al estuario del Bilihe. El mar tenía un aspecto extraño: cerca de la costa, sobre una anchura de dos o tres kilómetros, se extendía una superficie de agua amarilla y embarrada, toda cubierta de madera flotante. De lejos, parecía una flotilla de barcos de diversas especies, veleros, chalupas y otros. Ciertos árboles mantenían todavía su verdor. Era el cambio de viento el que había empujado toda aquella madera hacia el litoral.

Dos días más tarde, el agua del río comenzó a bajar y pudimos planear su travesía. Mis compañeros se pusieron contentos al recibir la orden de partida. Todos se afanaron, poniéndose a ordenar y embalar sus efectos.

Después de la tempestad, la atmósfera había recobrado su equilibrio y la naturaleza entera se había vuelto apacible. Las tardes fueron particularmente calmas, pero seguidas de noches bastante frías.

Cuando los últimos resplandores nocturnos se extinguieron y reinó la oscuridad completa, tuvimos ocasión de observar un fenómeno meteorológico producido por la electricidad: era un fulgor marítimo, que se acompañaba esa vez de un estallido excepcional de la Vía Láctea. No se veía el menor remolino sobre el mar y su superficie lisa proyectaba una especie de luz mate. A veces, esta luz irradiaba de un extremo al otro como si un relámpago viniera a atravesar el océano entero. Los estallidos súbitos desaparecían en uno de los sectores para renacer en otro e ir a extinguirse en el horizonte. Al mismo tiempo, el cielo estaba sembrado de tantas estrellas que semejaba una inmensa nebulosa compacta en medio de la cual destacaba con resplandor especial la Vía Láctea. Todavía hoy me pregunto si aquello era un simple resultado de la transparencia del aire o si existía entre estas dos apariciones simultáneas, resplandor marítimo y claridad celeste, alguna relación directa. No nos acostamos hasta muy tarde, admirando tan pronto el cielo como el mar. Aquel resplandor, según me dijeron por la mañana nuestros centinelas, duró toda la noche y no cesó hasta un poco antes del alba.





24

Travesía peligrosa

La tempestad fue seguida de un hermoso tiempo que nos permitió avanzar bastante rápido. Pero cada vez que el sendero se aproximaba a la corriente de agua, veía que mis guías cambiaban impresiones, reflejando una cierta inquietud. Todo se explicó pronto: las lluvias recientes habían hecho subir las aguas del río Takema por encima del nivel ordinario, lo que nos impedía vadearlo. Tras una corta deliberación, decidimos intentar la travesía con ayuda de una balsa. Sólo en el caso de fracasar estábamos dispuestos a considerar la necesidad de hacer un rodeo. Para el éxito del proyecto, era necesario primero buscar un lugar del río que ofreciese aguas calmas y bastante profundas. No tardamos en encontrar lo que nos convenía, un poco más arriba del último de los rápidos. El lecho permanente del curso de agua se extendía precisamente, en este lugar, por la orilla opuesta, mientras que nuestra orilla representaba un banco extendido y, en aquel momento, sumergido. Abatimos tres grandes abetos que desgajamos de sus ramas y cortamos cada uno en dos para hacer una balsa bastante sólida, atada con cuerdas. Terminado este trabajo antes del crepúsculo, reemprendimos la travesía al día siguiente por la mañana. La misma noche en el curso de nuestra deliberación se decidió que, en el momento en que la balsa fuera acarreada a lo largo de la orilla izquierda, Arinin y Tchan-Bao serían los primeros en abandonarla, saltando a tierra, y yo tendría que lanzarles nuestros efectos, mientras que Tchan-Lin y Dersu se encargarían de dirigir la balsa. A continuación, deberíamos saltar a nuestra vez, observando el orden siguiente: primero yo, después Dersu y, por fin, Tchan-Lin.

Al día siguiente, procedimos a la realización de nuestro plan. Habiendo depositado nuestras mochilas en medio de la balsa, colocamos nuestras armas encima y tomamos plaza nosotros mismos sobre los bordes. Cuando la balsa fue empujada desde la orilla, la corriente se apoderó de ella y, pese a todos nuestros esfuerzos, la arrastró aguas abajo, bastante más abajo del lugar donde queríamos desembarcar. Apenas nos acercamos a la orilla opuesta, Tchan-Bao y Arinin se apoderaron cada uno de dos fusiles y ganaron de un salto la tierra firme. Como consecuencia de este choque, la balsa se desvió de nuevo hacia el medio de la corriente. Mientras era llevada a lo largo del río, comencé a lanzar nuestros efectos. Dersu y Tchan-Lin aplicaron todas sus fuerzas a empujar la balsa lo más cerca posible del borde del río para facilitarme el descenso. Pero cuando estaba todo preparado, la pértiga de Tchan-Lin se rompió y él cayó de cabeza al agua. Reapareciendo en la superficie, el udehénadó hacia la orilla. Yo tomé entonces una pértiga de recambio para ayudar a Dersu. Una saliente rocosa se levantaba delante de nosotros, y el goldme gritó que saltara muy rápidamente. Yo no comprendí sus intenciones y continué manejando mi pértiga. De improviso, me cogió con toda la fuerza de su brazo y me arrojó al agua. Me pude agarrar a una zarza ribereña y trepar hasta la orilla. En ese mismo instante, la balsa chocó con una piedra, se dio vuelta y se apartó de nuevo hacia el centro de la corriente. Entretanto, Dersu permanecía solo a bordo.