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El extraño asfódelofue objeto de muchas reseñas y la mayoría de ellas resultaron muy halagüeñas. Pero aquí y allá se reiteraba la insinuación de que el autor era un autor cansado, lo cual parecía otro modo de decir que era aburrido. Y hasta percibí como un asomo de conmiseración..., como si ellos supieran ciertos tristes detalles sobre el autor que no estaban en el libro, pero que influían en la actitud con que lo consideraban. Un crítico llegó a decir que lo había leído con «sentimientos dispares, porque era una experiencia más bien desagradable para el lector sentarse junto a un lecho de muerte sin tener la certeza de si el autor es el paciente o el médico». Casi todas las reseñas dieron a entender que el libro era quizá demasiado largo y que muchos pasajes eran oscuros y oscuramente pesados. Todos elogiaban la «sinceridad» de Sebastian Knight..., sea lo que fuere tal «sinceridad». Me pregunto qué pensó Sebastian de todas esas reseñas.

Presté mi ejemplar a un amigo que pasó varias semanas sin leerlo y al final lo perdió en un tren. Compré otro y no lo presté a nadie. Sí, creo que entre todos sus libros ése era mi favorito. Ignoro si le hace «pensar» a uno y poco me importa si lo consigue o no... Me gusta por lo que es. Me gusta su estilo. Y a veces me digo que no sería demasiado difícil traducirlo al ruso.

19

He procurado reconstruir el último año de la vida de Sebastian: 1935. Murió a principios de 1936 y observando esta cifra no puedo sino decirme que hay un extraño parecido entre un hombre y la fecha de su muerte. Sebastian Knight m. 1936... Esa fecha me parece el reflejo del nombre en un estanque de agua rizada. Hay algo en las curvas de los últimos tres números que recuerda el sinuoso perfil de la personalidad de Sebastian... Como he solido hacer a lo largo de este libro, procuro expresar una idea que le hubiera agradado... Si aquí y allá no he captado siquiera la sombra de su pensamiento, o si de cuando en cuando la actividad cerebral inconsciente no me ha llevado a encontrar el camino acertado en su laberinto privado, mi libro es un fracaso total.

La aparición de El extraño asfódeloen la primavera de 1935 coincidió con el último intento de Sebastian por. ver a Nina. Cuando uno de aquellos jóvenes rufianes con pelo engominado le anunció que Nina estaba harta de él, Sebastian regresó a Londres y no se movió de allí durante un par de meses; hasta hizo un lastimoso esfuerzo para burlar la soledad mostrándose en público cuanto podía. Figura silenciosa, frágil y lúgubre, se le veía en todas partes con un pañuelo en torno al cuello, hasta en el comedor más caldeado, exasperando a los anfitriones por su distracción y su amable resistencia a las preguntas, vagabundeando en medio de una reunión o refugiado en la habitación de los niños, absorto en un rompecabezas. Un día, cerca de Charing Cross, Helen Pratt vio a Clare en una librería y pocos minutos después, mientras seguía su marcha, tropezó con Sebastian. Sebastian enrojeció ligeramente al dar la mano a Miss Pratt y la acompañó hasta la estación del metro. Miss Pratt agradeció al cielo que no hubiera aparecido un minuto antes y, más aún, que él no aludiera al pasado. En cambio Sebastian le contó una extraña historia sobre dos hombres que habían intentado engañarlo la noche anterior, jugando al poker.

—Me alegro de haberla encontrado —dijo él, cuando se despidieron—. Lo encontraré aquí, supongo...





—¿Qué encontrará usted? —preguntó Miss Pratt.

—Iba a... —nombró la librería—, pero ya veo que encontraré lo que buscaba en este quiosco.

Sebastian iba a conciertos, al teatro, bebía leche caliente en mitad de la noche, en cafés llenos de taxistas. Cuentan que fue a ver tres veces la misma película —una película increíblemente trivial, llamada El jardín encantado—.Dos meses después de su muerte, y pocos días después de enterarme de quién era en realidad Madame Lecerf, descubrí esa película en un cine francés. Entré con el solo objeto de averiguar qué le había interesado tanto. Parte de la historia pasaba en la Riviera, y se veía una rápida escena de bañistas tendidos al sol. ¿Estaría Nina entre ellas? ¿Era suya esa espalda desnuda? Creo que una muchacha que se volvió a la cámara se le parecía, pero el aceite bronceador y las gafas negras y las quemaduras del sol hacen difícil reconocer una cara que pasa. Sebastian estuvo bastante enfermo durante el mes de agosto, pero se negó a acostarse, como ordenó el doctor Oates. En septiembre visitó a unos amigos en el campo: tenía poca relación con ellos, que lo habían invitado por mera cortesía, porque él había dicho que había visto la foto de su rasa en el Prattler.Durante una semana vagabundeó por una casa fría donde los demás huéspedes se conocían íntimamente; una mañana caminó quince kilómetros hasta la estación y regresó tranquilamente a la ciudad, dejando a sus espaldas el smoking y la esponja de baño. A principios de noviembre comió con Sheldon en el círculo de este último, y se mostró tan taciturno que su amigo se preguntó por qué habría ido a la comida. Después hay un espacio en blanco. Quizá viaja al extranjero, pero no creo que hiciera planes para reencontrarse con Nina, aunque quizá una débil esperanza de esa índole fuera el origen de su inquietud.

Yo pasé casi todo el invierno de 1935 en Marsella, ocupado por algunos negocios de mi compañía. A mediados de enero de 1936 recibí una carta de Sebastian. Cosa extraña, estaba escrita en ruso:

«Como ves, estoy en París, y quizá me quede pegado (zasstrianoo)aquí por algún tiempo. Si puedes venir, ven; si no puedes, no me ofenderé. Pero sería mejor que vinieras. Estoy harto (osskomina)de un montón de cosas tortuosas, y en especial de mis mudas de piel de serpiente (vypolziny),de modo que ahora encuentro un poético solaz en lo obvio y lo corriente que, por algún motivo u otro, he desdeñado durante toda mi vida. Me gustaría preguntarte, por ejemplo, qué has estado haciendo durante todos estos años y contarte de mí mismo: espero que lo hayas pasado mejor que yo. Últimamente he visto con frecuencia al doctor Starov, que trató a maman(así llamaba Sebastian a mi madre). Me lo encontré por casualidad una noche en la calle, cuando yo tomaba un respiro forzoso en el estribo de un automóvil estacionado. Me pareció que suponía que yo había vegetado en París desde la muerte de maman,y no contradije esa versión de mi existencia de emigrado porque (eeboh)cualquier explicación parecía demasiado complicada. Algún día tendrás entre manos ciertos papeles míos; los quemarás de inmediato; en verdad, han oído voces en (una o dos palabras indescifrables: dot chetu?},pero ahora han de sufrir el tormento. Los he conservado y les he dado albergue nocturno (notchleg)porque es más seguro dejar que esas cosas duerman, sin que nos acosen como espectros cuando las matamos. Una noche en que me sentí particularmente mortal, firmé su sentencia de muerte, y por ella los reconocerás. He vivido en el hotel de siempre, pero acabo de mudarme a un sanatorio lejos de la ciudad. Anota la dirección. He empezado esta carta hace una semana, y hasta la palabra "vida" estaba destinada (prednaznachalos)a otra persona. Después, por algún motivo, la dirigí a ti, como un invitado tímido en una casa extraña hablaría con insólita extensión con el pariente que lo ha acompañado a la reunión. Perdóname si te abrumo (dokoochayou),pero no me gustan esas ramas desnudas que veo desde mi ventana.»