Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 24 из 43

Sebastian volvió a Londres a comienzos de 1930 y se metió en cama después de un grave ataque al corazón. De algún modo se las ingenió para seguir trabajando en El bien perdido,que me parece su libro más fácil. Es necesario tener presente, para leer las líneas que siguen, que Clare había tenido a su cargo exclusivo la dirección de los negocios literarios de Sebastian. Con su partida, las cosas se convirtieron en una maraña. En muchos casos Sebastian no tenía la menor idea del estado de sus asuntos e ignoraba cuáles eran sus relaciones con tal o cual editor. Estaba confundido, era tan ineficaz, tan absolutamente incapaz de recordar un solo nombre o una dirección o lugar donde había dejado algo, que se encontró en las dificultades más absurdas. Cosa curiosa, la distracción infantil de Clare había sido reemplazada por una claridad perfecta y una firmeza inquebrantable en cuanto se refería a los asuntos de Sebastian. Ahora todo cayó en desorden. Sebastian no había aprendido a escribir a máquina y estaba ahora demasiado nervioso para intentarlo. La montaña cómicase publicó simultáneamente en dos revistas norteamericanas y Sebastian era incapaz de explicar cómo había vendido el libro a dos personas diferentes. Después hubo una confusión con un hombre que deseaba filmar Éxitoy que había pagado de antemano a Sebastian (sin que éste reparara en ello, tal era la distracción con que leía sus cartas) una versión reducida e «intensificada» que nunca había pensado hacer. Caleidoscopiose puso nuevamente a la venta, pero Sebastian lo ignoraba. Las invitaciones no encontraban respuestas. Los números telefónicos eran fuente de dudas y la busca de tal o cual sobre donde había garabateado un número era más agotadora que la elaboración de un capítulo. Y además... su mente estaba en otra parte, tras las huellas de una amante lejana, aguardando su visita y la visita se habría producido y él no habría sido capaz de esperar y habría ocurrido lo mismo que aquella vez en que Roy Carswell lo vio: un hombre escuálido envuelto en un gran abrigo, en pantuflas y subiendo a un coche-cama.

Fue a principios de este período cuando apareció Goodman. Poco a poco, Sebastian lo dejó encargarse de todos sus negocios literarios, y se sintió muy aliviado de encontrar un secretario tan eficaz. «Solía encontrarlo —escribe Goodman— tendido en la cama como un leopardo sombrío» (esto me recuerda de algún modo el lobo con cofia de Caperucita roja)...«Nunca en mi vida había visto —sigue en otro párrafo— un ser de aire tan abandonado... Me dicen que Marcel Proust, al que Knight imitaba consciente o inconscientemente, también mostraba gran inclinación hacia ciertas actitudes "interesantes" y descuidadas...» Más adelante: «Knight era muy delgado, pálido y de manos muy sensibles, que le gustaba exhibir con femenina coquetería. Una vez me confesó que le gustaba echar media botella de perfume francés en su baño matinal, pero a pesar de todo ello tenía un aspecto muy descuidado. Knight era extraordinariamente vanidoso, como muchos de los autores de vanguardia. Una o dos veces lo sorprendí pegando recortes, que sin duda eran reseñas de sus libros, en un álbum muy lujoso que guardaba bajo llave en su escritorio, quizá un poco avergonzado de que mi mirada crítica atestiguara el fruto de su humana flaqueza... Solía viajar al extranjero, dos veces al año, por lo menos, quizá a divertirse... Pero hacía de ello gran misterio y exhibía una languidez byroniana. No puedo sino presumir que sus viajes al Continente formaban parte de su programa artístico... Era el perfecto poseur.»

Pero Goodman se vuelve realmente elocuente cuando empieza a discurrir sobre cosas más profundas. Su idea es mostrar y explicar el «abismo fatal entre el artista Knight y el mundo fragoroso que lo rodea» (una fisura circular, evidentemente). «El inconformismo de Knight era su ruina», exclama Goodman, y se demora en tres puntos suspensivos. «El aislamiento es un pecado capital en una era en que una humanidad perpleja se vuelve ávida a sus escritores y pensadores y les exige atención —si no remedio— para sus lamentos y heridas... La "torre de marfil" es inaceptable, a menos que se transforme en un faro o en una radioemisora... En tal época... agitada por problemas acuciantes... la crisis económica... mudo... hostigado... el hombre de la calle... el auge del capitalismo... el desemplo... la inmediata guerra supermundial... nuevos aspectos de la vida de familia... el sexo... la estructura del universo...» Los intereses de Goodman, como vemos, son vastos. «Knight se negó a interesarse de cualquier modo por los problemas contemporáneos...

Cuando se le pedía que se uniera a tal o cual movimiento, que tomara parte en alguna asamblea momentánea o simplemente que pusiera su firma, entre nombres más famosos, al pie de algún manifiesto de verdad imperecedera o que denunciara una gran iniquidad... se negaba de lleno a pesar de todos mis consejos y hasta ruegos... En verdad, en su último (y más oscuro) libro, contempla el mundo, pero el ángulo que elige y los aspectos que advierte son completamente diferentes de lo que un lector serio esperaría de un autor serio... Es como si a un investigador consciente de la vida y de los sistemas de una gran empresa se le mostrara, con elaborados circunloquios, una abeja muerta en el alféizar de una ventana... Cuando le llamaba la atención acerca de tal o cual libro que me había fascinado porque era de interés vital o general, respondía puerilmente que era un engañabobos o hacía cualquier otra observación inoportuna... Confundía soledad con altitud y el sol con el latín. No comprendía que era tan sólo un rincón oscuro. Sin embargo, como era hipersensible (recuerdo cómo se estremecía cuando me estiraba los dedos para que crujieran las articulaciones, mala costumbre que tengo cuando medito) no podía sino sentir que algo andaba mal..., que se apartaba cada vez más de la vida... y que el interruptor no funcionaba en su solario. El sufrimiento que había empezado como la reacción de un joven honrado contra el mundo violento en que su juventud temperamental había sido arrojada, y que después siguió exhibiéndose como una máscara elegante en los días de éxito, adquirió una realidad nueva y horrible. La banda que ornaba su pecho no decía ya: "Soy el artista solitario." Manos invisibles la habían reemplazado por otra que decía: "Estoy ciego."»

Sería un insulto para la agudeza del lector comentar la amenidad de Goodman. Si Sebastian estaba ciego, su secretario, en todo caso, no hace figura muy brillante en su papel de lazarillo. Roy Carswell, que pintó en 1933 el retrato de Sebastian, me dijo que se reía a carcajadas al oír contar a Sebastián sus relaciones con Goodman. Es posible que no hubiera tenido nunca bastante energía para librarse de ese pomposo personaje de no haberse mostrado éste demasiado emprendedor. En 1934, Sebastian escribió a Roy Carswell desde Ca

es comentándole que había descubierto por casualidad (muy pocas veces releía sus propios libros) que Goodman había cambiado un epíteto en la edición Swan de La montaña cómica.«Lo he despedido», agregó. Goodman se abstiene modestamente de mencionar el detalle. Después de agotar su acopio de impresiones, y concluyendo que la causa real de la muerte de Sebastian fue la conciencia final de haber sido «un fracaso humano y, por ende, también artístico», explica alegremente que su trabajo como secretario terminó porque se dedicó a otra clase de negocios. No volveré a referirme al libro de Goodman. Descartémoslo.

Pero cuando miro el retrato que pintó Roy Carswell me parece ver un guiño imperceptible en los ojos de Sebastian, a pesar de toda la tristeza de su expresión. El pintor ha reproducido maravillosamente el oscuro gris verdoso y húmedo de sus pupilas, con un halo aún más oscuro y una insinuación de polvo dorado como una constelación en torno al iris. Los párpados son pesados y quizá un poco inflamados, y una o dos venas parecen haber estallado en el esplendor del blanco. Esos ojos, el rostro mismo, están pintados de tal modo que parecen reflejarse como Narciso en el agua clara: hay en la mejilla hundida un leve ondular debido a la presencia de una araña de agua que se ha posado sobre la frente reflejada, arrugada como la de quien mira intensamente. Sobre ella, el pelo rizado parece esfumado por otro ondular, pero un mechón sobre la sien refleja un húmedo destello de sol. Hay una honda arruga entre las cejas rectas, y otra desde la nariz hasta los labios herméticamente cerrados. No hay mucho más en esa cabeza. Una oscura sombra opalescente nubla el cuello, como si la parte superior del cuerpo se retirara. El fondo es de un azul misterioso, con una delicada trama de ramas en un ángulo. Sebastian se mira, pues, en un estanque.