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—¿Por qué lo aplazaron? —preguntó Cinci

—Bueno, dicen que todo el mundo estaba cansado y que no habían dormido bastante anoche. Sabes, la gente no quería irse por nada. Puedes estar orgulloso.

Lágrimas oblongas, maravillosamente bruñidas, se deslizaron por sus mejillas y mentón, siguiendo cuidadosamente todos sus contornos; una fluyó por su cuello hasta el oyuelo de la clavícula... Sus ojos, sin embargo, siguieron mirando tan redondos, sus cortos dedos con manchas blancas en las uñas siguieron separados y sus labios finos y movedizos siguieron emitiendo palabras:

—Hay algunos que insisten en que ahora lo han atrasado por largo tiempo, pero la noticia no está confirmada. No te puedes imaginar los rumores que corren... la confusión...

—¿Por qué lloras? —preguntó sonriendo Cinci

—No lo sé —estoy agotada...— (Con voz baja y de pecho)—. Estoy enferma y cansada de todo esto. ¡Cinci

—Pero en verdad, era mi madre —dijo Cinci

—Quizás, quizás. Después de todo no es tan importante. Pero dime, ¿por qué estás tan tétrico y malhumorado, Cin-Cin? Pensé que ibas a estar tan feliz de verme, pero tú...

Miró el catre y luego la puerta.

—No sé cuáles son los reglamentos aquí —dijo con« teniendo el aliento— pero si lo necesitas mucho, Cin-Cin, hazlo, pero rápido.

—Oh, no, qué tontería —dijo Cinci

Sus cortas y gruesas pestañas volvieron a brillar y las lágrimas rodaron, visitando cada hoyuelo de sus rosadas mejillas.

Cinci



De pronto crujió la puerta y se abrió una pulgada; un dedo pelirrojo con señas llamó a Marthe, quien acudió rápidamente.

—Bueno, ¿qué quiere? Todavía no es hora. Me prometieron una hora entera-murmuró rápidamente—. Le contestaron algo.

—¡De ninguna manera! —dijo indignada. Puede decírselo. El trato era que sólo debía hacerlo con el direc...

Fue interrumpida; escuchó cuidadosamente el insistente murmullo; miró el piso frunciendo el entrecejo y rascándolo con la punta del zapato.

—Bueno, está bien —y con inocente vivacidad se volvió hacia su marido—. Volveré dentro de cinco minutos Cin-Cin.

(Mientras Marthe no estaba, pensó que no sólo ni siquiera había comenzado su urgente conversación con ella, sino que ahora ya no podía decirle aquellas cosas importantes... Le dolía el corazón y el mismo viejo recuerdo sollozaba en un rincón; pero era hora, era hora de arrancarse de toda esa angustia).

Ella recién volvió después de tres cuartos de hora, resollando despreciativamente. Puso un pie sobre la silla, hizo sonar la liga y acomodando enojada los pliegues debajo de su cintura, se sentó a la mesa exactamente en el mismo lugar de antes. Todo para nada —dijo con un gruñido y comenzó a manosear las flores azules. Bueno, ¿por qué no me dices algo, mi pequeño Cin-Cin, mi gallito...? ¿Sabes que yo misma las elegí? Las amapolas no me gustan, pero éstas son hermosas. No se debe probar si no se puede —añadió inesperadamente en otro tono de voz entrecerrando los ojos—. No, Cin-Cin, no hablaba contigo. (Suspiró). —Bueno, dime algo, consuélame.

—Mi carta... la... —comenzó a decir Cinci

—Por favor, por favor —gritó Marthe apretándose las sienes—. ¡Hablemos de cualquier cosa menos de esa carta!

—No, hablemos de ella —dijo Cinci

Marthe se puso de pie de un salto, enderezándose espasmódicamente el vestido, y comenzó a hablar incoherentemente, tartamudeando un poco como hacía cuando estaba enojada. —Era una carta horrible. Una especie de delirio; de todos modos no la entendí; se podría haber pensado que habías estado aquí sentado solo, con una botella y escribiendo. Yo no quería traer a colación esa carta, pero ahora que tú... Escucha, sabes que los mensajeros la leyeron, la copiaron y se dijeron a sí mismos:

«¡Oh! Ella debe ser su cómplice si él le escribe así». No te das cuenta que no quiero saber nada con tus crímenes. —No te he escrito nada criminal —dijo Cinci