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En el vestíbulo, malhumorados soldados semidormidos escogían sus alabardas.

—Me siento extremadamente honrado por su visita —le dijo el anfitrión a Cinci

—Bueno, le deseo buena suerte —le dijo a M'sieur Pierre entre los tradicionales tres besos en las mejillas. Cinci

—Tomándolo en general —le dijo M'sieur Pierre a Cinci

Caminaron largo rato. Todo era oscuridad y niebla. Mientras descendían por Steep Avenue, de algún lugar a la izquierda llegó un apagado golpeteo. Pum-Pum-Pum.

—Sinvergüenzas —murmuró M'sieur Pierre—, me aseguraron que ya estaba todo listo.

Por fin cruzaron el puente y comenzaron a ascender. La luna ya había sido retirada y las oscuras torres de la fortaleza se mezclaban con las nubes.

En la tercera puerta Rodrig Ivanovich con bata y gorra de dormir, esperaba.

—Bueno, ¿qué tal fue todo? —preguntó impaciente.

—Nadie le echó de menos —respondió M'sieur Pierre secamente.

CAPÍTULO XVIII



«Traté de dormir, no pude. Sólo conseguí enfriarme, y ahora amanece» (escribía Cinci

Cinci

«Salve estos apuntes —no sé a quién se lo pido, pero sálvelos— le aseguro que tal ley existe, búsquela, ¡ya lo verá! —déjelos por aquí durante un tiempo— no le costará nada —y se lo pido con tantas ansias— es mi último deseo —¿cómo puede negármelo? Debo tener por lo menos la posibilidad teórica de un lector; de otro modo debería destruirlos. Ya está, eso es todo cuanto necesitaba decir. Ahora es tiempo de prepararse.»

Hizo una nueva pausa. En la celda había bastante claridad y Cinci

«Todas mis palabras giran alrededor de un punto», escribió Cinci

Pero dos horas pasaron, y más también y, como siempre, Rodion trajo el desayuno, limpió la celda, sacó punta al lápiz, retiró el sillico, alimentó a la araña. Cinci

El reloj acababa de dar tres o cuatro campanadas (estaba dormitando y despertó a medias, de modo que no pudo contarlas, y sólo le quedó una impresión aproximada de la suma de sus sonidos) cuando de pronto se abrió la puerta y entró Marthe. Traía las mejillas arreboladas y el moño suelto; el ceñido vestido mal puesto le daba una apariencia extraña, y trataba de enderezárselo tirando de él y meneando las caderas, como si algo le molestara debajo.

—Aquí tienes unas flores —le dijo echando sobre la mesa un ramillete azul de aciano y alzando al mismo tiempo ágilmente el borde de su falda más arriba de las rodillas, poniendo su gorda piernecilla sobre la silla y le yantándose las medias blancas hasta el lugar donde la liga dejara su marca sobre la tierna y temblorosa gordu ra—. Caramba, ¡qué trabajo me dio conseguir permiso! Desde luego tuve que hacer una pequeña concesión —lo de siempre. Bueno, ¿cómo estás, mi pobrecito Cin-cin?

—Debo confesar que no te esperaba —dijo Cinci

—Ayer probé, pero sin suerte —y hoy me dije, pasaré aunque sea lo último que haga en mi vida. Me costó una hora, ese director tuyo. A propósito, habló muy bien de ti. Oh, cómo me apuré hoy, qué miedo tuve de llegar tarde. ¡Qué multitud había esta mañana en Thriller Square!