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Cinci

La luz se movió por la pared. Rodion apareció con lo que él llamaba frühstück. Nuevamente se deslizó de entre sus dedos un ala de mariposa, que dejó sobre ellos polvo de color.

—¿Es posible que él no haya llegado? —preguntó Cinci

—¿Y otra entrevista, eso me lo concederán? —preguntó Cinci

Preparándose para la acedía de costumbre, se acostó sobre el catre y, volviéndose hacia la pared, durante un largo, largo tiempo su mente dibujó allí, partiendo de las diminutas ampollitas de la satinada pintura y sus redondas sombritas; descubría, por ejemplo, un pequeño perfil con una gran oreja ratonesca; lo perdía, sin poder reconstruirlo. Este frío ocre olía a tumba, era gredoso y horrible, y sin embargo su vista aún persistía en elegir y correlacionar las minúsculas protuberancias necesarias; tan hambriento estaba de una vaga semblanza de un rostro humano. Finalmente se dio vuelta y, boca arriba, comenzó a examinar con la misma atención las sombras y las grietas del techo.

—De todos modos, han conseguido ablandarme —musitó Cinci

Durante un rato estuvo sentado en el borde del catre, las manos apretadas entre las rodillas, encorvado. Exhalando un estremecedor suspiro comenzó nuevamente a vagabundear. Es interesante, sin embargo, el lenguaje en que está escrito esto. El tipo ornado y apiñado, con puntos y perifollos dentro de las letras con forma de hoz, parecían ser orientales; traían el recuerdo de las inscripciones en las dagas de los museos. Estos viejos pequeños volúmenes, con sus hojas descoloridas... algunas teñidas con manchones oscuros.

El reloj dio las siete y al punto Rodion apareció con la cena.

—¿Usted está seguro que él todavía no ha llegado? —preguntó Cinci

Rodion estaba por partir pero se volvió al llegar al umbral.

—Debería darle vergüenza —dijo con un sollozo—, día y noche no hace usted nada..., le alimentan, le cuidan amorosamente, se agotan por su culpa, y usted sólo hace preguntas estúpidas. Debería tener vergüenza. Desagradecido.

El tiempo, susurrando suavemente, continuó corriendo. El aire en la celda se oscureció, y cuando era ya bastante denso la luz se hizo, muy formal, en el centro del techo —una dolorosa señal. Cinci



—Es posible que nadie lo haga —repitió Cinci

La corriente de aire se transformó en una brisa. De la densa oscuridad superior cayó y rebotó sobre la manta una gran bellota falsa, dos veces más grande que la vida, espléndidamente pintada de un amarillo satinado, con su cascarón de corcho encerrándola como un huevo.

CAPITULO XII

Lo despertó un golpeteo sordo, como algo que arañaba y se destrozaba en alguna parte. Como cuando uno, habiéndose dormido sano se despierta febril después de medianoche. Escuchó estos sonidos durante largo rato —trup, trup, tock-tock-tock— sin pensar siquiera qué podrían significar; simplemente escuchaba, porque le habían despertado y porque sus orejas no tenían otra cosa que hacer. Trup, tap, arañar, destrizar —destrizar. ¿adónde? ¿A la derecha? ¿A la izquierda? Cinci

Escuchó —toda su cabeza se convirtió en un órgano auditivo; todo su cuerpo un corazón tenso; escuchó y comenzó a sacar consecuencias de ciertas pistas; la débil destilación de oscuridad dentro de la celda... la oscuridad se había instalado sobre el piso. Más allá de las rejas de la ventana, la noche estaba gris, eso indicaba que serían las tres o tres y media... Los guardias dormían al frío... Los ruidos venían de abajo... no, más bien, de arriba, no, no, de abajo, justo del otro lado de la pared, a ras del suelo, como una enorme rata arañando con garras de hierro.

Cinci

Sin darse cuenta, Cinci

Pasó medio minuto y los ruidos, más quedos, más restringidos, pero más expresivos y prudentes, comenzaron otra vez. Volviéndose y quitando con cuidado el talón del cinc, Cinci