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Esto en cuanto a las paredes: inalterablemente eran cuatro; estaban pintadas de uniforme color amarillo; pero, a causa de la sombra que las cubría, el tono básico parecía oscuro y parejo, arcilloso como era, en comparación con el punto mudable donde pasaba el día el brillante reflejo de la ventana: allí, a la luz, quedaban en evidencia todas las pequeñas protuberancias de la gruesa pintura amarilla —hasta la ondulada curva de las marcas dejadas por el pincel— y allí estaba el familiar raspón que el precioso paralelogramo de sol alcanzaba a las diez de la mañana.

Una rasante corriente de aire que se aferraba a los talones, subía del polvoriento piso de piedra; un mezquino y raquítico eco habitaba en algún lugar del techo ligeramente cóncavo, que tenía una luz (con cables empotrados) en su centro —no, no exactamente en el centro: imperfección que irritaba dolorosamente la vista— y, en este mismo sentido, igualmente doloroso era el fracasado intento de pintar la puerta de hierro.

De los tres muebles —catre, mesa, silla— solamente esta última era movible. La araña también se movía. Allá arriba, donde comenzaba el nicho de la ventana, la bien alimentada bestezuela negra había hallado puntas donde soportar una excelente tela con la misma ingeniosidad qual desplegaba Marthe cuando encontraba, en el más ínverosímil de los rincones, un punto donde sujetar una cuerdita para poner a secar la ropa. Con las patas dobladas de modo tal que los peludos codos sobresalían a los costados, miraba con redondos ojos color avellana la mano con el lápiz extendida hacia ella, y comenzaba a retroceder sin apartar la vista. Le interesaba más tomar una mosca o una polilla de los largos dedos de Rodion y ahora, por ejemplo, en el rincón sudeste de la tela, colgaba una solitaria ala posterior de mariposa, roja como una cereza, de un sombreado sedoso y con rombos azules a lo largo de su dentado borde. Temblaba ligeramente por la delicada corriente de aire.

Las inscripciones de la pared: ya habían sido borradas. La lista de reglas había desaparecido. También se habían llevado —o se había roto— el clásico jarro con cavernarias aguas en sus resonantes profundidades. Todo era desnudo, temible y frío en esa cámara donde el carácter de prisión era eliminado por una neutralidad de sala de espera —sea de una oficina, hospital, o de cualquier otra cosa— cuando ya está anocheciendo y uno sólo siente el zumbido de los propios oídos... y el horror de esta espera estaba relacionado de algún modo con el centro incorrecto del techo.

Libros encuadernados en cuero como de zapatos color negro, yacían sobre la mesa que había sido cubierta, ya tiempo ha, por un hule a cuadros. El lápiz, que perdiera su esbelta longitud, estaba todo mordido y descansaba so— bre unas páginas escritas con violencia, y abandonadas en confuso montón. Allí estaba también tirada una carta para Marthe que Cinci

Ahora nos ocuparemos de la preciosa cualidad de Cinci

La cara de Cinci



La negra pila de libros que había sobre la mesa, comprendía: primero, una novela contemporánea que Cinci

La idea de la novela era considerada la cima del pensamiento moderno. Siguiendo el gradual desarrollo del árbol (que crecía solo y poderoso a la orilla de un desfiladero a cuyos pies las aguas no cesaban de aturdir), el autor exponía todos los acontecimientos —o sombras de acontecimientos— de la historia, de los que el roble pudo haber sido testigo; ya era un diálogo entre dos guerreros que desmontaron de sus corceles —uno pinto, el otro oscuro— a fin de reposar bajo el fresco techo de su noble follaje; ya unos bandidos que se detenían allí y el canto de una damisela fugitiva; ya, bajo el azul zig-zag de la tormenta el apurado pasar de un caballero escapando de las iras reales; ya, sobre una capa desplegada, un cadáver temblando aún por el latir de las frondosas sombras; ya un breve drama en la vida de unos villanos. Había un párrafo de una página y media en el cual todas las palabras comenzaban con la letra p. Parecía como si el autor hubiera estado sentado con su cámara entre las más altas ramas del roble, espiando y cogiendo su presa. Varias imágenes de vida iban y venían, deteniéndose entre las verdes máculas de luz. Los períodos normales de inacción eran llenados por descripciones científicas del propio roble, desde el punto de vista de la dendrocronología, ornitología, coleopterología, mitología, o descripciones populares con toques de humor campesino. Entre otras cosas había una lista detallada de todas las iniciales grabadas sobre la corteza, con sus interpretaciones. Y, finalmente, se dedicaba no poca atención a la música de las aguas, la paleta de los atarde» ceres y las variaciones del tiempo.