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Llegados a este punto, hay que mencionar que David llevaba un pequeño anillo esmaltado en el cuarto dedo de la mano izquierda. Krug estaba a punto de atacar al policía una vez más, cuando se dio cuenta de que un estrecho callejón, flanqueado de mustias ortigas, discurría al lado de la casa de ladrillos de la Policía (hacía un rato que los campesinos miraban en esta dirección), y se metió en él, tropezando dolorosamente con un leño.
—Cuidado; no vaya a romperse las piernas, las necesitará —dijo el granjero, con una risa amistosa.
En el callejón, un niño escrofuloso y descalzo, con camisa de color de rosa y remiendos colorados, estaba jugando con una peonza, y David lo contemplaba con las manos cruzadas a la espalda.
—Esto es intolerable —gritó Krug—. Nunca debiste marcharte de esta manera. ¡Silencio! Sí, te llevaré cogido. Vamos. Vamos.
Uno de los campesinos se tocó ligeramente la sien con aire juicioso, y su compañero asintió con la cabeza. Desde una ventana abierta, un joven policía apuntó con una manzana a medio comer a la espalda de Krug, pero un camarada más formal le contuvo.
La carreta reemprendió su marcha. Krug buscó su pañuelo, no lo encontró y se enjugó la cara con la palma de una mano que aún temblaba.
El lago, haciendo honor a su nombre, era una amorfa extensión de agua gris, y, al entrar el vehículo en la carretera que discurría a lo largo de la orilla hacia la estación, una brisa fría levantó, con unos invisibles dedos índice y pulgar, la crin plateada de la vieja yegua.
—¿Habrá vuelto mamá cuando lleguemos? —preguntó David.
CAPITULO VII
Un vaso estriado, de color violeta veteado de azul, y una jarra de ponche caliente, están sobre la mesita de noche de Ember. Una serie de tres grabados pende de la pared color ante, directamente sobre su cabeza (Ember tiene un fuerte resfriado).
El grabado número uno representa a un caballero del siglo xvi en el acto de entregar un libro a un hombre humilde que sostiene un venablo y un sombrero coronado de laurel en la mano izquierda. Adviértase el detalle siniestro (¿Por qué? Ah, «ésta es la cuestión», como observó una vez MonsieurHomais, citando el journal d'hier; una cuestión que es contestada con voz torpe por el Retrato de la página titular del Primer Infolio). Adviértase también el pie: Ink, a Drug(La Tinta, una Droga). El lápiz ocioso de alguien (Ember aprecia muchísimo este escolio) numeró las letras de manera que digan Grudinka, que significa «tocino» en varias lenguas eslavas.
El número dos muestra al rústico (vestido ahora con las ropas del caballero) quitando de la cabeza del caballero (ahora escribiendo sentado a una mesa) una especie de shapska. Garrapateado al pie, en la misma caligrafía: «Hamlet, u Homelette aun Lard.»
Por último, el número tres representa una carretera, un viajero a pie (que lleva la shapskarobada) y un rótulo indicador: A High Wycombe.
Su nombre es proteico. Engendra dobles en cada esquina. Su caligrafía es imitada inconscientemente por abogados que escriben en parecido estilo. En la húmeda mañana del 27 de noviembre de 1582, es Shaxpere, y ella es una Wately de Temple Grafton. Un par de días más tarde, él es Shagspere, y ella es una Hathway de Stratford-on-Avon. ¿Quién es él? William X, astutamente compuesto de dos brazos izquierdos y una máscara. ¿Quién más? La persona que dijo (no por primera vez) que la gloria de Dios es esconder las cosas, y la gloria del hombre, encontrarlas. Sin embargo, el hecho de que el hombre de Warwickshire escribió las obras está satisfactoriamente demostrado por la fuerza de una manzana tardía y de una pálida vellorita.
Ahora, pueden tratarse dos temas: el shakespeariano vertido en tiempo presente, con Ember presidiendo en su melle; y otro completamente distinto, una complicada mezcla de pasado, presente y futuro, con la monstruosa ausencia de Olga causando una terrible turbación. Éste era su primer encuentro desde la muerte de ella. Krug no quiere hablar de ella, ni siquiera quiere preguntar por sus cenizas; y Ember, que siente también la vergüenza de la muerte, no sabe qué decir. Si hubiese podido moverse libremente, tal vez habría abrazado a su gordo amigo en silencio (una miserable derrota en el caso de los filósofos y los poetas acostumbrados a creer que las palabras son superiores a los hechos), pero esto es imposible cuando uno de los dos yace en la cama. Krug, semiintencionadamente, se mantiene fuera del alcance del otro. Es una persona difícil. Describe la habitación. Alude a los brillantes ojos castaños de Ember. Ponche caliente y un poco de fiebre. Su firme y reluciente nariz surcada de venas azules, y el brazalete en su hirsuta muñeca. Di algo. Pregunta por David. Relata el horror de aquellos ensayos.
—David está también en cama, resfriado ( ist auk beterkeltet), pero no ha sido ésta la causa de nuestro regreso ( zueruk). ¿Qué ( shto bish) estabas diciendo sobre esos ensayos ( repetitia)?
Ember recibe con agradecimiento el tema elegido. Podía haber preguntado: «entonces, ¿por qué?» Tardará un poco en aprender a razonar. Percibe vagamente peligros emocionales en esta vaga región. Prefiere hablar de negocios, ultima oportunidad de describir la habitación.
Demasiado tarde. Ember habla a chorros. Exagera su propia verborrea. En forma deshidratada y condensada, las nuevas impresiones de Ember como Asesor Literario del Teatro del Estado pueden expresarse en estos términos:
—Los dos mejores Hamlet que teníamos, en realidad los únicos aceptables, salieron disfrazados del país y, según se dice, están ahora intrigando furiosamente en París, después de haber estado a punto de matarse el uno al otro en el camino. Ninguno de los jóvenes a quienes hemos entrevistado valen para nada, aunque uno o dos de ellos tienen, por lo menos, la apostura que requiere el personaje. Por razones que en seguida explicaré, Osric y Fortinbras han adquirido un tremendo ascendiente sobre el resto del reparto. La reina está embarazada. Laertes es constitucionalmente incapaz de aprender los rudimentos de la esgrima. He perdido todo interés en el montaje de la obra, porque no puedo cambiar el grotesco rumbo que ha tomado. Mi único y pobre objetivo actual es hacer que los actores adopten mi propia traducción, en vez de aquella, abominable, a la que están acostumbrados. Por otra parte, su trabajo de aficionados, empezado hace mucho tiempo, no ha terminado aún del todo, y el hecho de tener que acelerarlo con un propósito bastante incidental (por no decir algo peor) me causa una intensa irritación, que, sin embargo, no es nada en comparación con el horror de oír que los actores se entregan, con una especie de alivio atávico, a la jerga de la versión tradicional (de Kronberg), siempre que Wern, hombre débil y que prefiere las ideas a las palabras, se lo permite a espaldas mías.
Ember sigue explicando por qué el nuevo Gobierno creyó que valía la pena sufrir la producción de una embrollada obra isabelina. Explica la idea en que se basa la producción. Wern, que propuso humildemente el proyecto, tomó su concepción de la obra del extraordinario libro del difunto profesor Hamm, La verdadera trama de Hamlet.