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A

Krug se detuvo en el portal y contempló la cara de ella, vuelta hacia arriba. El movimiento (pulsación, radiación) de sus facciones (diminutas ondas arrugadas) se debía a que estaba hablando, y él se dio cuenta de que este movimiento duraba ya desde hacía un rato. Posiblemente, desde que estaban bajando las escaleras del hospital. Con sus marchitos ojos azules y su largo y arrugado labio superior, la mujer se parecía a alguien que él conocía desde hacía años pero a quien no podía recordar —curioso. Una vía lateral de indiferente conciencia le permitió reconocerla como la enfermera jefe. La continuación de su voz se hizo real, como si una aguja hubiese encontrado el surco. Su surco en el disco de la mente de él. De su mente que había empezado a girar al detenerse él en el portal y mirar hacia abajo, a la cara levantada de ella. El movimiento de sus facciones era ahora audible.

Vladimir Nabokov

Barra siniestra

BEND SINISTER

Traducción de

J. FERRER ALEU

Este libro se ha publicado originalmente en inglés con el título de

BEND SINISTER

INTRODUCCIÓN

Barra siniestrafue la primera novela que escribí en América, y esto ocurrió media docena de años después de que ella y yo nos adoptásemos mutuamente. La mayor parte del libro se compuso durante el invierno y la primavera de 1945-1946, en un período de mi vida particularmente despejado y vigoroso. Mi salud era excelente. Mi consumo diario de cigarrillos había alcanzado la marca de cuatro cajetillas. Dormía al menos cuatro o cinco horas, y me pasaba el resto de la noche paseando, lápiz en mano, por el deslucido pisito de Craigie Circle, Cambridge, Massachusetts, donde me alojaba, entre una anciana de pies petrificados y una joven de oído hipersensible. Todos los días, incluidos los domingos, me pasaba diez horas estudiando la estructura de ciertas mariposas en el paraíso-laboratorio del Museo de Zoología Comparada de Harvard; pero, tres veces más por semana, sólo permanecía allí hasta el mediodía, hora en que me apartaba a viva fuerza del microscopio y de la cámara lúcida para trasladarme a Wellesley (en tranvía y autobús, o en Metro y ferrocarril), donde enseñaba gramática y literatura rusa a unas chicas del Instituto.

El libro quedó terminado una cálida noche de lluvia, más o menos como la que describió al final del capítulo XVIII. Un amable amigo, Edmund Wilson, leyó la copia mecanograliada y recomendó el libro a Alien Tate, el cual lo hizo publicar por Holt en 1947. Yo estaba profundamente sumido en otros trabajos, pero no dejé de advertir el poco ruido que armó. Que recuerde, sólo dos semanarios, Timey The New Yorker, según creo, lo alabaron.

El término «barra siniestra» significa una faja o tira heráldica que parte del ángulo siniestro (y que, común pero incorrectamente, se considera signo de bastardía). Su elección como título fue un intento de sugerir un perfil quebrado por refracción, una distorsión en el espejo del ser, un mal giro dado por la vida, un mundo siniestro, en ambos sentidos de la palabra. El inconveniente del título está en que el lector solemne, que busca en una novela «ideas generales» o «interés humano» (que es casi lo mismo), se sienta inducido a buscarlos en ésta.

Existen pocas cosas más aburridas que una discusión de ideas generales, impuesta por el autor o el lector, sobre una obra de ficción. El objeto de este prólogo no es mostrar que Barra siniestrapertenece o deja de pertenecer a la «literatura seria» (que es un eufemismo de la profundidad superficial y de la siempre bien recibida vulgaridad). Nunca me ha interesado la llamada literatura de comentario social (en la jerga periodística y comercial: «grandes libros»). No soy «sincero». No soy «provocador». No soy «satírico». No soy didáctico ni suelo alegorizar. La política y la economía, las bombas atómicas, las formas de arte primitivas o abstractas, todo el Oriente, los síntomas de «deshielo» en la Rusia soviética, el Futuro de la Humanidad, etc., me dejan absolutamente indiferente. Como en el caso de mi Invitation to a Beheading—con el cual tiene este libro visibles afinidades—, una comparación automática de Barra siniestracon las creaciones de Kafka o los tópicos de Orwell sólo serviría para demostrar que el autómata no ha leído al gran escritor germano ni al mediocre escritor inglés.

De manera parecida, la influencia de mi época en el presente libro es tan insignificante como la influencia de mis libros, o al menos de éste, en mi época. Desde luego, pueden percibirse ciertos reflejos en el cristal, causados directamente por los idiotas y despreciables regímenes que todos conocemos y que me rozaron en el curso de mi vida: mundos de tiranía y de tortura, de fascistas y bolcheviques, de pensadores filisteos y de mandriles de botas altas. También es indudable que, sin estos infames modelos ante mí, no habría podido mechar esta fantasía con fragmentos de discursos de Lenin, un trozo de la Constitución soviética y pedazos de seudoeficiencia nazi.

Aunque el sistema de retener personas como rehenes es tan viejo como la más antigua guerra, se introduce un matiz más nuevo cuando un Estado tiránico está en guerra con sus propios subditos y puede tomar a cualquier ciudadano como rehén, sin ninguna ley que lo restrinja. E incluso hubo un perfeccionamiento más reciente, consistente en el uso sutil de lo que llamaré «la palanca del amor» —diabólico método (aplicado con gran éxito por los soviéticos) de atar a un rebelde a su desdichado país con las retorcidas cuerdas de su propio corazón. Sin embargo, es de observar que, en Barra siniestra, el todavía joven Estado policíaco de Paduk —donde cierto embotamiento del ingenio es un rasgo nacional del pueblo (aumentando con ello las posibilidades de confusiones y chapucerías, tan típicas, a Dios gracias, de todas las tiranías)— va retrasado, en relación con los regímenes actuales, en el empleo afortunado de esta palanca del amor, el cual busca al principio bastante a tientas, perdiendo tiempo en la inútil persecución de los amigos de Krug, y sólo advirtiendo por casualidad (en el capítulo XV) que, apoderándose de su hijo pequeño, se le puede obligar a hacer lo que se quiera.

El argumento de Barra siniestrano gira realmente alrededor de la vida y la muerte en un grotesco Estado policíaco. Mis personajes no son «tipos» ni portadores de tal o cual «idea». Paduk, el abyecto dictador y ex condiscípulo de Krug (indefectiblemente atormentado por los chicos, indefectiblemente mimados por el celador del colegio); el doctor Alexander, agente del Gobierno; el inefable Hustav; el frío Crystalsen y el desventurado Kolokololiteishchikov; las tres hermanas Bachofen; el chusco policía Mac; los brutales e imbéciles soldados: todos ellos son sólo absurdos espejismos, ilusiones opresivas para Krug, durante su breve lapso de existencia, pero que se desvanecen, inofensivos, cuando yo despido a los actores.