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Señaló las alturas del lado norte de Rivendel.

—Quizá encuentres la ocasión más tarde —dijo Gandalf—. Hoy hay mucho que oír y decidir.

De pronto mientras caminaban se oyó el claro tañido de una campana. —Es la campana que llama al Concilio de Elrond —exclamó Gandalf—. ¡Vamos! Se requiere tu presencia y la de Bilbo.

Frodo y Bilbo siguieron rápidamente al mago a lo largo del camino serpeante que llevaba a la casa; detrás de ellos trotaba Sam, que no estaba invitado y a quien habían olvidado por el momento.

Gandalf los llevó hasta el pórtico donde Frodo había encontrado a sus amigos la noche anterior. La luz de la clara mañana otoñal brillaba ahora sobre el valle. El ruido de las aguas burbujeantes subía desde el espumoso lecho del río. Los pájaros cantaban, y una paz serena se extendía sobre la tierra. Para Frodo, la peligrosa huida, los rumores de que la oscuridad estaba creciendo en el mundo exterior, le parecían ahora meros recuerdos de un sueño agitado, pero las caras que se volvieron hacia ellos a la entrada de la sala eran graves.

Elrond estaba allí, y muchos otros que esperaban sentados en silencio, alrededor. Frodo vio a Glorfindel y Glóin; y en un rincón estaba sentado Trancos, envuelto otra vez en aquellas gastadas ropas de viaje. Elrond le indicó a Frodo que se sentara junto a él, y lo presentó a la compañía, diciendo:

—He aquí, amigos míos, al hobbit, Frodo hijo de Drogo. Pocos han llegado atravesando peligros más grandes o en una misión más urgente.

Luego señaló y nombró a todos aquellos que Frodo no conocía aún. Había un enano joven junto a Glóin: su hijo Gimli. Al lado de Glorfindel se alineaban otros consejeros de la casa de Elrond, de quienes Erestor era el jefe; y junto a él se encontraba Galdor, un Elfo de los Puertos Grises a quien Círdan, el carpintero de barcos, le había encomendado una misión. Estaba allí también un Elfo extraño, vestido de castaño y verde, Legolas, que traía un mensaje de su padre, Thranduil, el Rey de los Elfos del Bosque Negro del Norte. Y sentado un poco aparte había un hombre alto de cara hermosa y noble, cabello oscuro y ojos grises, de mirada orgullosa y seria.

Estaba vestido con manto y botas, como para un viaje a caballo, y en verdad aunque las ropas eran ricas, y el manto tenía borde de piel, parecía venir de un largo viaje. De una cadena de plata que tenía al cuello colgaba una piedra blanca; el cabello le llegaba a los hombros. Sujeto a un tahalí llevaba un cuerno grande guarnecido de plata que ahora apoyaba en las rodillas. Examinó a Frodo y Bilbo con sorprendido asombro.

—He aquí —dijo Elrond de pronto, volviéndose hacia Gandalf— a Boromir, un hombre del Sur. Llegó en la mañana gris, y busca consejo. Le pedí que estuviera presente, pues las preguntas que trae tendrán aquí respuesta.

No es necesario contar ahora todo lo que se habló y discutió en el Concilio. Se dijeron muchas cosas a propósito de los acontecimientos del mundo exterior, especialmente en el Sur y en las vastas regiones que se extendían al este de las Montañas. De todo esto Frodo ya había oído muchos rumores, pero el relato de Glóin era nuevo para él, y escuchó al enano con atención. Era evidente que en medio del esplendor de los trabajos manuales los Enanos de la Montaña Solitaria estaban bastante perturbados.

—Hace ya muchos años —dijo Glóin— una sombra de inquietud cayó sobre nuestro pueblo. Al principio no supimos decir de dónde venía. Hubo ante todo murmullos secretos: se decía que vivíamos encerrados en un sitio estrecho, y que en un mundo más ancho encontraríamos mayores riquezas y esplendores. Algunos hablaron de Moria: las poderosas obras de nuestros padres que en la lengua de los enanos llamamos Khazad-dûm, y decían que al fin teníamos el poder y el número suficiente para emprender la vuelta.





Glóin suspiró. —¡Moria! ¡Moria! ¡Maravilla del mundo septentrional! Allí cavamos demasiado hondo, y despertamos el miedo sin nombre. Mucho tiempo han estado vacías esas grandes mansiones, desde la huida de los hijos de Durin. Pero ahora hablamos de ella otra vez con nostalgia, y sin embargo con temor, pues ningún enano se ha atrevido a cruzar las puertas de Khazad-dûm durante muchas generaciones de reyes, excepto Thrór, que pereció. No obstante, Balin prestó atención al fin a los rumores, y resolvió partir, y aunque Dáin no le dio permiso de buena gana, llevó consigo a Ori y Óin y muchas de nuestras gentes, y fueron hacia el sur.

”Esto ocurrió hace unos treinta años. Durante un tiempo tuvimos noticias y parecían buenas. Los informes decían que habían entrado en Moria y que habían iniciado allí grandes trabajos. Luego siguió un silencio, y ni una palabra llegó de Moria desde entonces.

”Más tarde, hace un año, un mensajero llegó a Dáin, pero no de Moria... de Mordor: un jinete nocturno que llamó a las puertas de Dáin. El Señor Sauron el Grande, así dijo, deseaba nuestra amistad. Por esto nos daría anillos, como los que había dado en otro tiempo. Y en seguida el mensajero solicitó información perentoria sobre los hobbits, de qué especie eran y dónde vivían. «Pues Sauron sabe —nos dijo—, que conocisteis a uno de ellos en la otra época.»

”Al oír esto nos sentimos muy confundidos y no contestamos. Entonces el tono feroz del mensajero se hizo más bajo, y hubiera endulzado la voz, si hubiese podido. «Sólo como pequeña prueba de amistad Sauron os pide —dijo—, que encontréis a ese ladrón —tal fue la palabra—, y que le saquéis a las buenas o a las malas un anillito, el más insignificante de los anillos, que robó hace tiempo. Es sólo una fruslería, un capricho de Sauron, y una demostración de buena voluntad de vuestra parte. Encontradlo, y tres anillos que los señores enanos poseían desde hace tiempo os serán devueltos, y el reino de Moria será vuestro para siempre. Dadnos sólo noticias del ladrón, si todavía vive y dónde, y obtendréis una gran recompensa y la amistad imperecedera del Señor. Rehusad, y las cosas no irán tan bien. ¿Rehusáis?»

”El soplo que acompañó a estas palabras fue como el silbido de las serpientes, y aquellos que estaban cerca sintieron un escalofrío, pero Dáin dijo: «No digo ni sí ni no. Tengo que pensar detenidamente en este mensaje y en lo que significa bajo tan hermosa apariencia.»

”«Piénsalo bien, pero no demasiado tiempo», dijo él.

”«El tiempo que me lleve pensarlo es cosa mía», respondió Dáin.

”«Por el momento», dijo él, y desapareció en la oscuridad.

”Desde aquella noche un peso ha agobiado los corazones de nuestros jefes. No hubiésemos necesitado oír la voz lóbrega del mensajero para saber que palabras semejantes encerraban a la vez una amenaza y un engaño, pues el poder que se había aposentado de nuevo en Mordor era el mismo de siempre, y ya nos había traicionado antes. Dos veces regresó el mensajero, y las dos veces se fue sin respuesta. La tercera y última vez, así nos dijo, llegara pronto, antes que el año acabe.

”Al fin Dáin me encomendó advertirle a Bilbo que el Enemigo lo busca, y averiguar, si esto era posible, por qué deseaba ese anillo, el más insignificante de los anillos. Deseábamos oír además el consejo de Elrond. Pues la Sombra crece y se acerca. Hemos sabido que otros mensajeros han llegado hasta el Rey Brand en Valle, y que está asustado. Tememos que ceda. La guerra ya está a punto de estallar en las fronteras occidentales de Valle. Si no respondemos, el Enemigo puede atraerse a algunos Hombres y atacar al Rey Brand, y también a Dáin.