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—¡Gracias sean dadas por no haberme enterado de ese horrible peligro! —dijo Frodo con voz débil—. Yo estaba mortalmente asustado, por supuesto, pero si hubiera sabido más no me hubiese atrevido ni a moverme. ¡Es una maravilla que haya escapado con vida!

—Sí, la fortuna o el destino te ayudaron sin duda —dijo Gandalf—, para no mencionar el coraje. Pues no te tocaron el corazón, y sólo te hirieron en el hombro, y esto fue así porque resististe hasta el fin. Pero te salvaste no se sabe cómo. El peligro mayor fue cuando tuviste puesto el Anillo, pues entonces tú mismo estabas a medias en el mundo de los espectros, y ellos podían haberte alcanzado. Tú podías verlos, y ellos te podían ver.

—Sí, es cierto —dijo Frodo—. ¡Mirarlos fue algo terrible! Pero ¿cómo vemos siempre a los caballos?

—Porque son verdaderos caballos, así como las ropas negras son verdaderas ropas, que dan forma a la nada que ellos son, cuando tienen tratos con los vivos.

—¿Por qué esos caballos negros soportan entonces a semejantes jinetes? Todos los otros animales se espantan cuando los Jinetes andan cerca, aun el caballo élfico de Glorfindel. Los perros les ladran, y los gansos les graznan.

—Porque esos caballos nacieron y fueron criados al servicio del Señor Oscuro. ¡Los sirvientes y animales de Mordor no son todos espectros! Hay orcos y trolls, huargos y licántropos; y ha habido y todavía hay muchos Hombres, guerreros y reyes, que andan a la luz del sol y sin embargo están sometidos a Mordor. Y el número de estos servidores crece todos los días.

—¿Y Rivendel y los Elfos? ¿Está Rivendel a salvo?

—Sí, por ahora, hasta que todo lo demás sea conquistado. Los Elfos pueden temer al Señor Oscuro, y quizá huyan de él, pero nunca jamás lo escucharán o le servirán. Y aquí, en Rivendel, viven algunos de los principales enemigos de Mordor: los Sabios Elfos, Señores del Eldar, de más allá de los mares lejanos. Ellos no temen a los Espectros del Anillo, pues quienes han vivido en el Reino Bendecido viven a la vez en ambos mundos, y tienen grandes poderes contra lo Visible y lo Invisible.

—Creí ver una figura blanca que brillaba y no palidecía como las otras. ¿Era entonces Glorfindel?

—Sí, lo viste un momento tal como es en el otro lado, uno de los poderosos Primeros Nacidos. Es el Señor Elfo de una casa de príncipes. En verdad hay poder en Rivendel capaz de resistir la fuerza de Mordor, por un tiempo al menos, y hay también otros poderes fuera. Hay poder también, de otra especie, en la Comarca. Pero todos estos lugares pronto serán como islas sitiadas, si las cosas continúan como hasta ahora. El Señor Oscuro está desplegando toda su fuerza.

”Sin embargo —continuó Gandalf, incorporándose de pronto y adelantando el mentón mientras se le erizaban los pelos de la barba como alambre de púas—, no nos desanimemos. Pronto te curarás, si no te mato con mi charla. Estás en Rivendel, y no te preocupes por ahora.





—No tengo ningún ánimo, y no entiendo cómo podría desanimarme —dijo Frodo—, pero ahora no hay nada que me preocupe. Dame simplemente noticias de mis amigos, y dime cómo terminó el asunto del Vado, como he venido preguntando, y me declararé satisfecho por el momento. Luego dormiré otro poco, me parece, pero no podré cerrar los ojos hasta que hayas terminado esa historia para mí.

Gandalf acercó la silla a la cabecera del lecho, y miro con atención a Frodo. El color le había vuelto a la cara; los ojos se le habían aclarado, y tenía una mirada despejada y lúcida. Sonreía, y parecía que todo andaba bien. Pero el ojo del mago alcanzó a notar un cambio imperceptible, como una cierta transparencia alrededor de Frodo, y sobre todo alrededor de la mano izquierda, que descansaba sobre la cobertura.

«Sin embargo, era algo que podía esperarse», reflexionó Gandalf. «No está ni siquiera curado a medias, y lo que le pasará al fin ni siquiera Elrond podría decirlo. Creo que no será para mal. Podría convertirse en algo parecido a un vaso de agua clara, para los ojos que sepan ver.»

—Tienes un aspecto espléndido —dijo en voz alta—. Me arriesgaré a contarte una breve historia, sin consultar a Elrond. Pero muy breve, recuérdalo, y luego dormirás otra vez. Esto es lo que ocurrió, según lo que he averiguado. Los Jinetes fueron directamente detrás de ti, tan pronto como escapaste. Ya no necesitaban que los caballos los guiaran: te habías vuelto visible para ellos: estabas en el umbral del mundo de los fantasmas. Y además el Anillo los llamaba de algún modo. Tus amigos saltaron a un lado, fuera del camino, o los hubieran aplastado sin remedio. Sabían que estabas perdido, si no te salvaba el caballo blanco. Los Jinetes eran demasiado rápidos y hubiese sido inútil perseguirlos, y demasiado numerosos y hubiese sido inútil oponerse. A pie, ni siquiera Glorfindel y Aragorn luchando juntos hubieran podido resistir a los Nueve a la vez.

”Cuando los Espectros del Anillo pasaron rápidos como el viento, tus amigos corrieron detrás. Muy cerca del Vado hay una pequeña hondonada, oculta tras unos pocos árboles achaparrados junto al camino. Allí encendieron rápidamente un fuego, pues Glorfindel sabía que habría una crecida, si los Jinetes trataban de cruzar; él entonces tendría que vérselas con quienes estuvieran de este lado del río. En el momento en que llegó la creciente, Glorfindel corrió hacia el agua, seguido por Aragorn y los otros, todos llevando antorchas encendidas. Atrapados entre el fuego y el agua, y viendo a un Señor de los Elfos, a quien la furia había hecho visible, los Jinetes se acobardaron, y los caballos enloquecieron. Tres fueron arrastrados río abajo por el primer asalto de la crecida; luego los caballos echaron a los otros al agua.

—¿Y ése fue el fin de los Jinetes? —preguntó Frodo.

—No —dijo Gandalf—. Los caballos tienen que haber muerto, y sin ellos son como impedidos. Pero los Espectros del Anillo no pueden ser destruidos con tanta facilidad. Sin embargo, y por el momento, no son ya criaturas de temer. Tus amigos cruzaron, cuando pasó la inundación, y te encontraron tendido de bruces en lo alto del barranco, con una espada rota bajo el cuerpo. El caballo hacía guardia a tu lado. Tú estabas pálido y frío, y temieron que hubieses muerto o algo peor. La gente de Elrond los encontró allí, y te trajeron lentamente a Rivendel.

—¿Quién provocó la crecida? —dijo Frodo.

—Elrond la ordenó —respondió Gandalf—. El río de este valle está bajo el dominio de Elrond. Las aguas se levantan furiosas cuando él cree necesario cerrar el Vado. Tan pronto como el capitán de los Espectros del Anillo entró a caballo en el agua, soltaron la avenida. Si me lo permites añadiré un toque personal a la historia: quizá no lo notaste, pero algunas de las olas se encabritaron como grandes caballos blancos montados por brillantes jinetes blancos; y había muchas piedras que rodaban y crujían. Por un momento temí que hubiésemos liberado una furia demasiado poderosa, y que la crecida se nos fuera de las manos y os arrastrara a todos vosotros. Hay un enorme vigor en las aguas que descienden de las nieves de las Montañas Nubladas.

—Sí, todo me viene a la memoria ahora —dijo Frodo—: el tremendo rugido. Pensé que me ahogaba, con mis amigos y todos. ¡Pero ahora estamos a salvo!