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—Lástima de manzana —se lamentó Sam, y siguió caminando a grandes pasos.

Por último dejaron atrás la aldea. La escolta de niños y vagabundos que venía siguiéndolos se cansó y dio media vuelta en la Puerta del Sur. Ellos continuaron por la calzada durante algunas millas. El Camino torcía ahora a la izquierda, volviéndose hacia el este mientras rodeaba la Colina de Bree, y descendiendo luego rápidamente hacia una zona boscosa. Alcanzaban a ver a la izquierda algunos agujeros de hobbits y casas de la villa de Entibo en las faldas más suaves del sudeste de la loma. Allá abajo, en lo profundo de un valle, al norte del Camino, se elevaban unas cintas de humo; era la aldea de Combe. Archet se ocultaba entre los árboles, más lejos.

Camino abajo, luego de haber dejado atrás la Colina de Bree, alta y parda, llegaron a un sendero estrecho que llevaba al norte.

—Aquí es donde dejaremos el camino abierto y tomaremos el camino encubierto —dijo Trancos.

—Que no sea un atajo —dijo Pippin—. Nuestro último atajo por los bosques casi termina en un desastre.

—Ah, pero todavía no me teníais con vosotros —dijo Trancos riendo—. Mis atajos, largos o cortos, nunca terminan mal.

Echó una mirada al Camino, de uno a otro extremo. No había nadie a la vista, y los guió rápidamente hacia el valle boscoso.

El plan de Trancos, en la medida en que ellos podían entenderlo sin conocer la región, era encaminarse al principio hacia Archet, pero tomar en seguida a la derecha y dejar atrás la aldea por el este, y luego marchar en línea recta todo lo posible por las tierras salvajes hacia la Cima de los Vientos. De este modo, si todo iba bien, podrían ahorrarse una gran vuelta del Camino, que más adelante doblaba hacia el sur para evitar los Pantanos de Moscagua. Pero por supuesto, tendrían que cruzarlos al fin, y la descripción que hacía Trancos no era alentadora.

Mientras, sin embargo, no les desagradaba caminar. En verdad, sí no hubiese sido por los acontecimientos perturbadores de la noche anterior, habrían disfrutado de esta parte del viaje más que de ninguna otra hasta entonces. El sol brillaba en un cielo despejado, pero no hacía demasiado calor. Los árboles del valle estaban todavía cubiertos de hojas de colores vivos, y parecían pacíficos y saludables. Trancos guiaba sin titubear entre los muchos senderos entrecruzados; era evidente que abandonados a ellos mismos los hobbits se hubieran extraviado en seguida. El complicado itinerario tenía muchas vueltas y revueltas, para evitar cualquier persecución.

—Bill Helechal estaba espiándonos sin duda alguna cuando dejamos la calzada —dijo Trancos—, pero no creo que nos haya seguido. Conoce bastante bien la región, pero sabe que no podría rivalizar conmigo en un bosque. Me importa más lo que Helechal podría decir a otros. Se me ocurre que no están muy lejos de aquí. Tanto mejor si piensan que nos encaminamos a Archet.

Ya fuese por la habilidad de Trancos o por alguna otra razón, ese día no vieron señales ni oyeron sonidos de cualquier otra criatura viviente; ni bípedos, excepto pájaros; ni cuadrúpedos, excepto un zorro y unas pocas ardillas. Al día siguiente marcharon en línea recta hacia el oeste, y todo estuvo tranquilo y en paz. Al tercer día salieron del Bosque de Chet. El terreno había estado descendiendo poco a poco desde que dejaran el Camino, y ahora entraban en un llano amplio, mucho más difícil de recorrer. La frontera de las Tierras de Bree había quedado muy atrás, y estaban en un desierto donde no había ningún sendero, ya cerca de los Pantanos de Moscagua.

El suelo era cada vez más húmedo, barroso en algunos lugares, y de cuando en cuando tropezaban con charcos, y anchas cañadas y juncos donde gorjeaban unos pajaritos escondidos. Tenían que cuidar dónde ponían los pies, para no mojarse y no salirse del curso adecuado. Al principio avanzaron rápidamente, pero luego la marcha se hizo más lenta y peligrosa. Los pantanos los confundían, y eran traicioneros, y ni siquiera los Montaraces habían podido descubrir una senda permanente que cruzara los tembladerales. Las moscas empezaron a atormentarlos, y en el aire flotaban nubes de mosquitos minúsculos que se les metían por las mangas y pantalones y en el cabello.

—¡Me comen vivo! —gritó Pippin—. ¡Moscagua! ¡Hay más moscas que agua!

—¿De qué viven cuando no tienen un hobbit cerca? —preguntó Sam rascándose el cuello.





Pasaron un día desdichado en aquella región solitaria y desagradable. El sitio donde acamparon era húmedo, frío e incómodo, y los insectos no los dejaron dormir. Había también unas criaturas abominables que merodeaban entre las cañas y las hierbas, y que por el ruido que hacían parecían parientes endemoniados del grillo. Había miles de ellos, chillando todos alrededor, nic-bric, bric-nic, incesantemente, toda la noche, hasta poner frenéticos a los hobbits.

El día siguiente, el cuarto, fue poco mejor, y la noche casi tan incómoda. Aunque los nique-brique (como Sam los llamaba) habían quedado atrás, los mosquitos todavía los perseguían.

Frodo estaba tendido, cansado pero incapaz de cerrar los ojos, cuando creyó ver que en el cielo oriental, muy lejos, aparecía una luz; brillaba y se apagaba, una y otra vez. No era el alba, para la que faltaban todavía algunas horas.

—¿Qué es esa luz? —le preguntó a Trancos, que se había puesto de pie y ahora escrutaba la noche.

—No sé —respondió Trancos—. Está demasiado lejos. Parecerían relámpagos que estallan en las cimas de las colinas.

Frodo se acostó de nuevo, pero durante largo rato continuó viendo las luces blancas, y recortándose contra ellas la figura alta y oscura de Trancos, erguida, silenciosa y vigilante. Al fin cayó en un sueño intranquilo.

No habían andado mucho en el quinto día cuando dejaron atrás los últimos charcos y las cañadas de los pantanos. El suelo comenzó a subir otra vez ante ellos. Al este, a lo lejos, podían ver ahora una cadena de colinas. La más alta estaba a la derecha de la cadena y un poco separada de las otras. La cima era cónica, un poco aplastada.

—Aquélla es la Cima de los Vientos —dijo Trancos—. El Viejo Camino que dejamos atrás a la derecha pasa no muy lejos por el lado sur. Llegaremos allí mañana al mediodía, si continuamos en línea recta. Supongo que es lo mejor que podemos hacer.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Frodo.

—Quiero decir que no sabemos a ciencia cierta qué encontraremos allí. Está cerca del Camino.

—Pero ¿al menos tenemos la esperanza de encontrar a Gandalf?

—Sí, pero la esperanza es débil. Si viene por este camino, quizá no pase por Bree, y no sabría qué ha sido de nosotros. Y de cualquier modo, a menos que por alguna fortuna no lleguemos casi al mismo tiempo, no coincidiremos; sería peligroso para él y para nosotros detenernos mucho. Si los Jinetes no nos encuentran en las tierras salvajes, es probable que ellos también vayan a la Cima de los Vientos. Desde allí se dominan los alrededores. En verdad hay muchos pájaros y bestias de esta región que podrían vernos aquí desde esa cima. No todos los pájaros son de fiar, y hay otros espías todavía más malévolos.