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De pronto la charla de Tom dejó los árboles para remontar el joven arroyo, por encima de cascadas burbujeantes, guijarros y rocas erosionadas, y entre florecitas que se abrían en la hierba apretada y en grietas húmedas, trepando así hasta las Quebradas. Los hobbits oyeron hablar de los Grandes Túmulos y de los montículos verdes, y de los círculos de piedra sobre las colinas y en los bajos. Las ovejas balaron en rebaños. Se levantaron muros blancos y verdes. Había fortalezas en las alturas. Reyes de pequeños reinos se batieron entre ellos, y el joven sol brilló como el fuego sobre el rojo metal de las espadas codiciosas y nuevas. Hubo victorias y derrotas; y se derrumbaron torres, se quemaron fortalezas, y las llamas subieron al cielo. El oro se apiló sobre los catafalcos de reyes y reinas, y los montículos los cubrieron, y las puertas de piedra se cerraron, y la hierba creció encima. Las ovejas pacieron allí un tiempo, pero pronto las colinas estuvieron desnudas otra vez. De sitios lejanos y oscuros vino una sombra, los huesos se agitaron en las tumbas. Los Tumularios se paseaban por las oquedades con un tintineo de anillos en los dedos fríos y cadenas de oro al viento. Los círculos de piedra salieron a la superficie de la tierra como dientes rotos a la luz de la luna.

Los hobbits se estremecieron. Hasta en la misma Comarca se había oído hablar de los Tumularios, que frecuentaban las Quebradas de los Túmulos, más allá del Bosque. Pero no era ésta una historia que complaciese a los hobbits, ni siquiera junto a una lejana chimenea. La alegría de la casa los había distraído, pero ahora los cuatro recordaron de pronto: la casa de Tom Bombadil se apoyaba en el hombro mismo de las temibles Quebradas. Perdieron el hilo del relato y se movieron inquietos, mirándose a hurtadillas.

Cuando volvieron a prestar atención, descubrieron que Tom deambulaba ahora por regiones extrañas, más allá de la memoria y los pensamientos de los hobbits, en días en que el mundo era más ancho, y los mares golpeaban la costa del oeste; y siempre yendo y viniendo Tom cantó la luz de las estrellas antiguas, cuando sólo los ancianos Elfos estaban despiertos. De pronto hizo una pausa, y vieron que cabeceaba como atacado por el sueño. Los hobbits se quedaron sentados, frente a él, como hechizados; y bajo el encantamiento de aquellas palabras les pareció que el viento se había ido, y las nubes se habían secado, y el día se había retirado, y la oscuridad había venido del este y del oeste: en el cielo resplandecía una claridad de estrellas blancas.

Frodo no hubiese podido decir si había pasado la mañana y la noche de un solo día o de muchos días. No se sentía ni hambriento ni cansado, sólo colmado de asombro. Las estrellas brillaban del otro lado de la ventana y el silencio de los cielos parecía rodearlo. Al fin ese mismo asombro y un miedo repentino al silencio que había sobrevenido lo llevaron a preguntar:

—¿Quién sois, Señor?

—¿Eh? ¿Qué? —dijo Tom enderezándose, y los ojos le brillaron en la oscuridad—. ¿Todavía no sabes cómo me llamo? Ésa es la única respuesta. Dime, ¿quién eres tú, solo, tú mismo y sin nombre? Pero tú eres joven, y yo soy viejo. El Antiguo, eso es lo que soy. Prestad atención, amigos míos: Tom estaba aquí antes que el río y los árboles. Tom recuerda la primera gota de lluvia y la primera bellota. Abrió senderos antes que la Gente Grande, y vio llegar a la Gente Pequeña. Estaba aquí antes que los Reyes y los sepulcros y los Tumularios. Cuando los Elfos fueron hacia el oeste, Tom ya estaba aquí, antes que los mares se replegaran. Conoció la oscuridad bajo las estrellas antes que apareciera el miedo, antes que el Señor Oscuro viniera de Afuera.

Pareció que una sombra pasaba por la ventana, y los hobbits echaron una rápida mirada a través de los vidrios. Cuando se volvieron, Baya de Oro estaba en la puerta de atrás, enmarcada en luz. Traía una vela encendida que protegía del aire con la mano; y la luz se filtraba a través de la mano como el sol a través de una concha blanca.

—La lluvia ha cesado —dijo—, y las aguas nuevas corren por la falda de la colina, a la luz de las estrellas. ¡Riamos y alegrémonos!

—¡Y comamos y bebamos! —exclamó Tom—. Las historias largas dan sed. Y escuchar mucho tiempo es una tarea que da hambre, ¡mañana, mediodía y noche!

Diciendo esto se incorporó de un salto, tomó una vela de la repisa de la chimenea, y la encendió en la llama que traía Baya de Oro, y se puso a bailar alrededor de la mesa. De súbito atravesó de un salto la puerta y desapareció.





Regresó pronto, trayendo una gran bandeja cargada. Luego él y Baya de Oro pusieron la mesa; y los hobbits se quedaron sentados, mirándolos, en parte maravillados y en parte riendo: tan hermosa era la gracia de Baya de Oro y tan alegres y estrafalarias las cabriolas de Tom. Sin embargo, de algún modo, los dos parecían tejer una sola danza, no molestándose entre sí, entrando y saliendo, y alrededor de la mesa; y los alimentos, los recipientes y las luces fueron prontamente dispuestos. Las velas blancas y amarillas se reflejaron en los platos. Tom hizo una reverencia a los huéspedes.

—La cena está servida —dijo Baya de Oro, y los hobbits vieron ahora que ella estaba vestida toda de plata y con un cinturón blanco, y que los zapatos eran como escamas de peces. Pero Tom tenía un traje de color azul puro, azul como los nomeolvides lavados por la lluvia, y medias verdes.

La comida fue todavía mejor que la anterior. Quizá bajo el encanto de las palabras de Tom los hobbits hubieran podido saltearse una comida o dos, pero cuando tuvieron el alimento ante ellos pareció que no comían desde hacía una semana. No cantaron ni siquiera hablaron mucho durante un rato, del todo dedicados a la tarea. Pero al cabo de un tiempo el corazón y el espíritu se les animó otra vez, y las voces resonaron, en alegría y risas.

Después de la cena, Baya de Oro cantó muchas canciones para ellos, canciones que comenzaban felizmente en las colinas y recaían dulcemente en el silencio; y en los silencios vieron imágenes de estanques y aguas más vastos que todos los conocidos, y observando esas aguas vieron el cielo abajo, y las estrellas como joyas en los abismos. Luego, una vez más, Baya de Oro les dio a todos las buenas noches y los dejó junto a la chimenea. Pero Tom estaba ahora muy despierto y los acosó a preguntas.

Descubrieron entonces que ya sabía mucho de ellos y de sus familias, y que conocía la historia y costumbres de la Comarca desde tiempos que los hobbits mismos recordaban apenas. Esto no los sorprendió, pero Tom no ocultó que una buena parte de sus conocimientos le venía del granjero Maggot, a quien parecía atribuirle una importancia que los hobbits no habían imaginado.

—Hay tierra bajo los pies del viejo Maggot, y tiene arcilla en las manos, sabiduría en los huesos, y muy abiertos los dos ojos.

Fue también evidente que Tom había tenido tratos con los Elfos, y que de alguna manera se había enterado por Gildor de la huida de Frodo.

En verdad tanto sabía Tom, y sus preguntas eran tan hábiles, que Frodo se encontró hablándole de Bilbo y de sus propias esperanzas y temores como no se había atrevido a hacerlo ni siquiera con Gandalf. Tom asentía con movimientos de cabeza, y los ojos le brillaron cuando oyó nombrar a los Jinetes.