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La mañana no estaba muy avanzada. Volvieron la cabeza y miraron desde aquella altura las tierras más bajas del oeste. Lejos, en los terrenos abruptos que se extendían al pie de la montaña, se encontraba la hondonada donde habían comenzado a subir hacia el paso.

A Frodo le dolían las piernas. Estaba helado hasta los huesos y hambriento; y la cabeza le daba vueltas cuando pensaba en la larga y dolorosa bajada. Unas manchas negras le flotaban ante los ojos. Se los frotó, pero las manchas negras no desaparecieron. A lo lejos, abajo, pero ya encima de las primeras estribaciones, unos puntos oscuros describían círculos en el aire.

—¡Otra vez los pájaros! —dijo Aragorn señalando.

—No podemos hacer nada ahora —dijo Gandalf—. Sean bondadosos o malvados, o aunque no tengan ninguna relación con nosotros, tenemos que bajar en seguida. ¡No esperemos ni siquiera en las rodillas de Caradhras a que caiga de nuevo la noche!

Un viento frío sopló detrás de ellos mientras daban la espalda a la Puerta del Cuerno Rojo, y bajaban por la pendiente tropezando de fatiga. Caradhras los había derrotado.

4

UN VIAJE EN LA OSCURIDAD

La luz gris menguaba otra vez rápidamente, cuando se detuvieron a pasar la noche. Estaban muy cansados. La oscuridad creciente velaba las montañas, y el aire era frío. Gandalf le dio a cada uno un trago más del miruvorde Rivendel. Luego de comer invitó a los otros a discutir la situación.

—No podemos, por supuesto, continuar esta noche —dijo—. El ataque a la entrada del Cuerno Rojo nos ha dejado agotados, y tenemos que descansar.

—¿Y luego adónde iremos? —preguntó Frodo.

—El viaje no ha terminado y no hemos cumplido aún nuestra misión —respondió Gandalf—. No podemos hacer otra cosa que continuar, o regresar a Rivendel.

El rostro se le iluminó a Pippin ante la sola mención de retornar a Rivendel. Merry y Sam se miraron esperanzados. Pero Aragorn y Boromir no reaccionaron. Frodo parecía preocupado.

—Me gustaría estar allí de vuelta —dijo—. Pero ¿cómo regresar sin sentirnos avergonzados? A no ser que no haya en verdad otro camino, y que nos declaremos vencidos.

—Tienes razón, Frodo —dijo Gandalf—, regresar es admitir la derrota, y enfrentarse luego a derrotas peores. Si regresamos ahora, el Anillo tendrá que quedarse allí; no podremos partir otra vez. Luego, tarde o temprano, Rivendel será sitiada, y destruida a corto y amargo plazo. Los Espectros del Anillo son enemigos mortales, pero sólo sombras del poder y el terror que llegarían a manejar si el Anillo Soberano cae de nuevo en manos de Sauron.

—Entonces tenemos que continuar, si hay un camino —dijo Frodo suspirando.





Sam tenía de nuevo un aire lúgubre.

—Hay un camino que podemos probar —dijo Gandalf—. Desde el comienzo, cuando consideré por vez primera este viaje, pensé que valía la pena intentarlo. Pero no es un camino agradable, y no os dije nada. Aragorn no estaba de acuerdo, no hasta que intentáramos cruzar las montañas.

—Si es un camino peor que el de la Puerta del Cuerno Rojo, tiene que ser realmente malo —dijo Merry—. Pero será mejor que nos hables, y nos enteremos en seguida de lo peor.

—El camino de que hablo conduce a las Minas de Moria —dijo Gandalf.

Sólo Gimli alzó la cabeza, con un fuego de brasas en la mirada. Todos los demás sintieron miedo de pronto. Aun para los hobbits era una leyenda que evocaba un oscuro terror.

—El camino puede llevar a Moria, ¿pero cómo podríamos saber si nos sacará de Moria? —dijo Aragorn, sombrío.

—Es un nombre de malos augurios —dijo Boromir—. Y no veo la necesidad de ir allí. Si no podemos cruzar las montañas, viajemos hacia el sur hasta el Paso de Rohan donde los hombres son amigos de mi pueblo, tomando el camino que yo seguí hasta aquí. O podemos ir todavía más lejos y cruzar el Isen hasta Playa Larga y Lebe

—Las cosas han cambiado desde que viniste al norte, Boromir —replicó Gandalf—. ¿No oíste lo que dije de Saruman? Quizá tengamos que arreglar cuentas antes que esto haya terminado. Pero el Anillo no ha de acercarse a Isengard, si podemos impedirlo. El Paso de Rohan está cerrado para nosotros mientras vayamos con el Portador.

”En cuanto al camino más largo: no tenemos tiempo. Un viaje semejante podría llevarnos un año, y tendríamos que pasar por muchas tierras desiertas donde no encontraríamos ningún refugio. Y no estaríamos seguros. Los ojos vigilantes de Saruman y el Enemigo están puestos en esas tierras. Cuando viniste al norte, Boromir, no eras a los ojos del Enemigo más que un viajero extraviado del sur, y asunto de poca monta para él; no pensaba en otra cosa que en perseguir el Anillo. Pero ahora volverías como miembro de la Compañía del Anillo, y estarías en peligro mientras permanecieses con nosotros. El peligro aumentaría con cada legua que hiciésemos hacia el sur bajo el cielo desnudo.

”Desde que intentamos cruzar el paso, nuestra situación se ha hecho aún más difícil, temo. Veo pocas esperanzas, si no nos perdemos de vista durante un tiempo y cubrimos nuestras huellas. Por lo tanto aconsejo que no vayamos por encima de las montañas, ni rodeándolas, sino por debajo. De cualquier modo es una ruta que el Enemigo no esperará que tomemos.

—No sabemos lo que él espera —dijo Boromir—. Quizá vigile todas las rutas, las probables y las improbables. En ese caso entrar en Moria sería meterse en una trampa, apenas mejor que ir a golpear las puertas de la Torre Oscura. El nombre de Moria es tétrico.

—Hablas de lo que no sabes, cuando comparas a Moria con la fortaleza de Sauron —respondió Gandalf—. De todos nosotros yo he sido el único que he estado alguna vez en los calabozos del Señor Oscuro, y esto sólo en la morada de Dol Guldur, más antigua y menos importante. Quienes cruzan las puertas de Barad-dûr no vuelven nunca. Pero yo no os llevaría a Moria si no hubiese ninguna esperanza de salir. Si hay orcos allí, lo pasaremos mal, es cierto. Pero la mayoría de los orcos de las Montañas Nubladas fueron diseminados o destruidos en la Batalla de los Cinco Ejércitos. Las Águilas informan que los orcos están viniendo otra vez desde lejos, pero hay esperanzas de que Moria esté todavía libre.

”Hasta es posible que haya enanos allí, y que en alguna sala subterránea construida en otro tiempo encontremos a Balin hijo de Fundin. De cualquier modo, la necesidad nos dicta este camino.

—¡Iré contigo, Gandalf! —dijo Gimli—. Iré contigo y exploraré las salas de Durin, cualquiera que sea el riesgo, si encuentras las puertas que están cerradas.

—¡Bien, Gimli! —dijo Gandalf—. Tú me alientas. Buscaremos juntos las puertas ocultas, y las cruzaremos. En las ruinas de los Enanos, una cabeza de enano se confundirá menos que un Elfo, o un Hombre o un Hobbit. No será la primera vez que entro en Moria. Busqué allí mucho tiempo a Thráin hijo de Thrór, después que desapareció. ¡Estuve en Moria y salí con vida!