Страница 14 из 154
—¡Ay, Aragorn, amigo mío! —dijo Éomer—. Tenía la esperanza de que partiríamos juntos a la guerra; pero si tú buscas los Senderos de los Muertos, ha llegado la hora de separarnos, y es improbable que volvamos a encontrarnos bajo el sol.
—Ese será, sin embargo, mi camino —dijo Aragorn—. Mas a ti, Éomer, te digo que quizá volvamos a encontrarnos en la batalla, aunque todos los ejércitos de Mordor se alcen entre nosotros.
—Harás lo que te parezca mejor, mi señor Aragorn —dijo Théoden—. Es tu destino tal vez transitar por senderos extraños que otros no se atreven a pisar. Esta separación me entristece, y me resta fuerzas; pero ahora tengo que partir, y ya sin más demora, por los caminos de la montaña. ¡Adiós!
—¡Adiós, señor! —dijo Aragorn—. ¡Galopad hacia la gloria! ¡Adiós, Merry! Te dejo en buenas manos, mejores que las que esperábamos cuando perseguíamos orcos en Fangorn. Legolas y Gimli continuarán conmigo la cacería, espero; mas no te olvidaremos.
—¡Adiós! —dijo Merry. No encontraba nada más que decir. Se sentía muy pequeño, y todas aquellas palabras oscuras lo desconcertaban y amilanaban. Más que nunca echaba de menos el inagotable buen humor de Pippin. Ya los Jinetes estaban prontos, los caballos piafaban, y Merry tuvo ganas de partir y que todo acabase de una vez.
Entonces Théoden le dijo algo a Éomer, y alzó la mano y gritó con voz tonante, y a esa señal los Jinetes se pusieron en marcha. Cruzaron la Empalizada, descendieron al Bajo y volviéndose rápidamente hacia el este, tomaron un sendero que corría al pie de las colinas a lo largo de una milla o más, y que luego de girar hacia el sur y replegarse otra vez hacia las lomas, desaparecía de la vista. Aragorn cabalgó hasta la Empalizada y los siguió con los ojos hasta que la tropa se perdió en lontananza, en lo más profundo del Bajo. Luego miró a Halbarad.
—Acabo de ver partir a tres seres muy queridos y el pequeño no menos querido que los otros —dijo—. No sabe qué destino le espera, pero si lo supiese, igualmente iría.
—Gente pequeña pero muy valerosa —dijo Halbarad—. Poco saben de cómo hemos trabajado en defensa de las fronteras de la Comarca, pero no les guardo rencor.
—Y ahora nuestros destinos se entrecruzan —dijo Aragorn—. Y sin embargo, ay, hemos de separarnos. Bien, tomaré un bocado, y luego también nosotros tendremos que apresurarnos a partir. ¡Venid, Legolas y Gimli! Quiero hablar con vosotros mientras como.
Volvieron juntos al Fuerte, y durante un rato Aragorn permaneció silencioso, sentado a la mesa de la sala, mientras los otros esperaban.
—¡Veamos! —dijo al fin Legolas—. ¡Habla y reanímate y ahuyenta las sombras! ¿Qué ha pasado desde que regresamos en la mañana gris a este lugar siniestro?
—Una lucha más siniestra para mí que la batalla de Cuernavilla —respondió Aragorn—. He escrutado la Piedra de Orthanc, amigos míos.
—¿Has escrutado esa piedra maldita y embrujada? —exclamó Gimli con cara de miedo y asombro—. ¿Le has dicho algo a... él? Hasta Gandalf temía ese encuentro.
—Olvidas con quién estás hablando —dijo Aragorn con severidad, y los ojos le relampaguearon—. ¿Acaso no proclamé abiertamente mi título ante las puertas de Edoras? ¿Qué temes que haya podido decirle a él? No, Gimli —dijo con voz más suave, y la expresión severa se le borró, y pareció más bien un hombre que ha trabajado en largas y atormentadas noches de insomnio—. No, amigos míos, soy el dueño legítimo de la Piedra, y no me faltaban ni el derecho ni la entereza para utilizarla o al menos eso creía yo. El derecho es incontestable. La entereza me alcanzó... a duras penas.
Aragorn tomó aliento.
—Fue una lucha ardua, y la fatiga tarda en pasar. No le hablé, y al final sometí la Piedra a mi voluntad. Soportar eso solo ya le será difícil. Y me vio. Sí, Maese Gimli, me vio, pero no como vosotros me veis ahora. Si eso le sirve de ayuda, habré hecho mal. Pero no lo creo. Supongo que saber que estoy vivo y que camino por la tierra fue un golpe duro para él, pues hasta hoy lo ignoraba. Los ojos de Orthanc no habían podido traspasar la armadura de Théoden; pero Sauron no ha olvidado Isildur ni la espada de Elendil. Y ahora, en el momento preciso en que pone en marcha sus ambiciosos designios, se le revelan el heredero de Elendil y la Espada; pues le mostré la hoja que fue forjada de nuevo. No es aún tan poderoso como para ser insensible al temor; no, y siempre lo carcome la duda.
—Pero a pesar de eso, tiene todavía un inmenso poder —dijo Gimli—; y ahora golpeará cuanto antes.
—Un golpe apresurado suele no dar en el blanco —dijo Aragorn—. Ahora hemos de hostigar al Enemigo, sin esperar ya a que sea él quien dé el primer paso. Porque ved, mis amigos: cuando conseguí dominar a la Piedra, me enteré de muchas cosas. Vi llegar del Sur un peligro grave e inesperado para Gondor, que privará a Minas Tirith de gran parte de las fuerza defensoras. Si no es contrarrestado rápidamente, temo que antes de diez días la Ciudad estará perdida para siempre.
—Entonces, está perdida —dijo Gimli—. Pues ¿qué socorros podríamos enviar, y cómo podrían llegar allí a tiempo?
—No tengo ningún socorro para enviar, y he de ir yo mismo —dijo Aragorn—. Pero hay un solo camino en las montañas que pueda llevarme a las tierras de la costa antes que todo se haya perdido: los Senderos de los Muertos.
—¡Los Senderos de los Muertos! —dijo Gimli—. Un nombre funesto; y poco grato para los Hombres de Rohan, por lo que he visto. ¿Pueden los vivos marchar por ese camino sin perecer? Y aun cuando te arriesgues a ir por ahí, ¿qué podrán tan pocos hombres contra los golpes de Mordor?
—Los vivos jamás utilizaron ese camino desde la venida de los Rohirrim —respondió Aragorn—, pues les está vedado. Pero en esta hora sombría el heredero de Isildur puede ir por él, si se atreve. ¡Escuchad! Éste es el mensaje que me transmitieron los hijos de Elrond de Rivendel, hombre versado en las antiguas tradiciones: Exhortad a Aragorn a que recuerde las palabras del vidente, y los Senderos de los Muertos.
—¿Y cuáles pueden ser las palabras del vidente? —preguntó Legolas.
—Así habló Malbeth el Vidente, en tiempos de Arvedui, último rey de Fornost —dijo Aragorn:
Una larga sombra se cierne sobre la tierra,
y con alas de oscuridad avanza hacia el oeste.
La Torre tiembla; a las tumbas de los reyes
se aproxima el destino. Los Muertos despiertan:
ha llegado la hora de los perjuros:
de nuevo en pie en la Piedra de Erech
oirán un cuerno que resuena en las montañas.
¿De quién será ese cuerno? ¿Quién a los olvidados
llama desde el gris del crepúsculo?
El heredero de aquel a quien juraron lealtad.