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JULIETA.-¡Buena ocasión para gratas nuevas! ¿Y cuál es, señora?

SEÑORA DE CAPULETO.-Hija, tu padre es tan bueno que, deseando consolarte, te prepara un día de felicidad que ni tú ni yo espejamos.

JULIETA.-¿Y qué día es ése?

SEÑORA DE CAPULETO.-Pues es que el jueves, por la mañana temprano, el conde Paris, ese gallardo y discreto caballero, se desposará contigo en la iglesia de San Pedro.

JULIETA.-Pues te juro, por la iglesia de San Pedro, y por San Pedro purísimo, que no se desposará. ¿A qué es tanta prisa? ¿Casarme con él cuando todavía no me ha hablado de amor? Decid a mi padre, señora, que todavía no quiero casarme. Cuando lo haga, con juramento os digo que antes será mi esposo Romeo, a quien aborrezco, que Paris. ¡Vaya una noticia que me traéis!

SEÑORA DE CAPULETO.-Aquí viene tu padre. Díselo tú, y verás cómo no le agrada. (Entran Capuleto y el ama.)

CAPULETO.-A la puesta del sol cae el rocío, pero cuando muere el hijo de mi hermano, cae la lluvia a torrentes. ¿Aún no ha acabado el aguacero, niña? Tu débil cuerpo es nave y mar y viento. En tus ojos hay marea de lágrimas, y en ese mar navega la barca de tus ansias, y tus suspiros son el viento que la impele. Dime, esposa, ¿has cumplido ya mis órdenes?

SEÑORA DE CAPULETO.-Sí, pero no lo agradece. ¡Insensata! Con su sepulcro debía casarse.

CAPULETO.-¿Eh? ¿Qué es eso, esposa mía? ¿Qué es eso de no querer y no agradecer? ¿Pues no la enorgullece el que la hayamos encontrado para esposo un tan noble caballero?

JULIETA.-¿Enorgullecerme? No… agradecer, sí. ¿Quién ha de estar orgullosa de lo que aborrece? Pero siempre se agradece la buena voluntad, hasta cuando nos ofrece lo que odiamos.

CAPULETO.-¡Qué retóricas son ésas! “¡Enorgullecerse!”… “Sí y no”. “¡Agradecer y no agradecer!”… Nada de agradecimientos ni de orgullo, señorita. Prepárate a ir por tus pies el jueves próximo a la iglesia de San Pedro a casarte con Paris, o si no, te llevo arrastrando en un zarzo, ¡histérica, nerviosa, pálida, necia!

SEÑORA DE CAPULETO.-¿Estás en ti? Cállate.

JULIETA.-Padre mío, de rodillas os pido que me escuchéis una palabra sola.

CAPULETO.-¡Escucharte! ¡Necia, malvada! Oye, el jueves irás a San Pedro, o no me volverás a mirar la cara. No me supliques ni me digas una palabra más. El pulso me tiembla. Esposa mía, yo siempre creí que era poca bendición de Dios el tener una hija sola, pero ahora veo que es una maldición, y que aun ésta sobra.

AMA.-¡Dios sea con ella! No la maltratéis, señor.

CAPULETO.-¿Y por qué no, entremetida vieja? Cállate, y habla con tus iguales.

AMA.-A nadie ofendo… no puede una hablar.

CAPULETO.-Calla, cigarrón, y vete a hablar con tus comadres, que aquí no metes baza.

SEÑORA DE CAPULETO.-Loco estás.

CAPULETO.-Loco, sí. De noche, de día, de mañana, de tarde, durmiendo, velando, solo y acompañado, en casa y en la calle, siempre fue mi empeño el casarla, y ahora que le encuentro un joven de gran familia, rico, gallardo, discreto, lleno de perfecciones, según dicen, contesta esta mocosa que no quiere casarse, que no puede amar, que es muy joven. Pues bien, te perdonaré, si no te casas, pero no vivirás un momento aquí. Poco falta para el jueves. Piénsalo bien. Si consientes, te casarás con mi amigo. Si no, te ahorcarás, o irás pidiendo limosna, y te morirás de hambre por esas calles, sin que ninguno de los míos te socorra. Piénsalo bien, que yo cumplo siempre mis juramentos. (Vase.)

JULIETA.-¿Y no hay justicia en el cielo que conozca todo el abismo de mis males? No me dejes… madre. Dilatad un mes, una semana el casamiento, o si no, mi lecho nupcial será el sepulcro de Teobaldo.

SEÑORA DE CAPULETO.-Nada me digas, porque no he de responderte. Decídete como quieras. (Se va.)



JULIETA.-¡Válgame Dios! Ama mía, ¿qué haré? Mi esposo está en la tierra, mi fe en el cielo. ¿Y cómo ha de volver a la tierra mi fe, si mi esposo no la envía desde el cielo? Aconséjame, consuélame. ¡Infeliz de mí! ¿Por qué el cielo ha de emplear todos sus recursos contra un ser tan débil como yo? ¿Qué me dices? ¿Ni una palabra que me consuele?

AMA.-Sólo te diré una cosa. Romeo está desterrado, y puede apostarse doble contra sencillo a que no vuelve a verte, o vuelve ocultamente, en caso de volver. Lo mejor sería, pues, a mi juicio, que te casaras con el conde, que es mucho más gentil y discreto caballero que Romeo. Ni un águila tiene tan verdes y vivaces ojos como Paris. Este segundo esposo te conviene más que el primero. Y además, al primero puedes darle por muerto. Para ti como si lo estuviera.

JULIETA.-¿Hablas con el alma?

AMA.-Con el alma, o maldita sea yo.

JULIETA.-Así sea.

AMA.-¿Por qué?

JULIETA.-Por nada. Buen consuelo me has dado. Vete, di a mi madre que he salido. Voy a confesarme con fray Lorenzo, por el enojo que he dado a mi padre.

AMA.-Obras con buen seso. (Vase.)

JULIETA.-¡Infame vieja! ¡Aborto de los infiernos! ¿Cuál es mayor pecado en ti: querer hacerme perjura, o mancillar con tu lengua al mismo a quien tantas veces pusiste por las nubes? Maldita sea yo si vuelvo a aconsejarme de ti. Sólo mi confesor me dará amparo y consuelo, o a lo menos fuerzas para morir.

ACTO CUARTO

ESCENA PRIMERA

Celda de fray Lorenzo

(FRAY LORENZO y PARIS)

FRAY LORENZO.-¿El jueves dices? Pronto es.

PARIS.-Así lo quiere Capuleto, y yo lo deseo también.

FRAY LORENZO.-¿Y todavía no sabéis si la novia os quiere? Mala manera es ésa de hacer las cosas, a mi juicio.

PARIS.-Ella no hace más que llorar por Teobaldo y no tiene tiempo para pensar en amores, porque el amor huye de los duelos. A su padre le acongoja el que ella se angustie tanto, y por eso quiere hacer la boda cuanto antes, para atajar ese diluvio de lágrimas, que pudiera parecer mal a las gentes. Esa es la razón de que nos apresuremos.