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El mundo comenzó a moverse más deprisa y luego se vio en la luna sin ninguna sensación de transición. La Tierra colgaba, marrón, cerca del horizonte; pese a las masas de nubes pudo reconocer el extremo oriental de Asia.

El paisaje lunar era suave y bello. Había grandes árboles, plantas luminosas, aves y animales pequeños. Hacia el este asomaba la aurora. Luego apareció el sol e iluminó la falda occidental de una montaña, en tiempos pared de un cráter, supuso, suavizada por la erosión del viento y el agua. O quizás alterada por los poderes como de dioses de los seres que habían dado a la luna una atmósfera y océanos y transmutado los pétreos suelos en fértil y oscura tierra.

Los seres como dioses debían haber proporcionado también a la luna una rotación más rápida, porque el sol se alzó rápidamente y, en unas doce horas, se ocultó de nuevo. Por entonces Ulises había cruzado la zona como de parque y visto los árboles que crecían allí, y que albergaban hombres y varios tipos distintos de géneros y especies de seres inteligentes. Todos los pueblos no humanos, salvo uno, parecían descender de animales terrestres.

La excepción era unos bípedos altos y de piel rosada con pelo muy rizado del cuello para arriba, en los sobacos, en las regiones púbicas y en la parte posterior de las piernas. Su cara era bastante humana salvo la excrescencia carnosa, como una especie de lunar, que adornaba la punta de su nariz. Había muchos de éstos, indudablemente visitantes de un planeta de alguna estrella distante. Si tenían naves espaciales, no había ninguna a la vista.

Ulises continuó deslizándose como un fantasma sobre la superficie de la luna y luego penetró, invisible y suave como la brisa, en un árbol que contenía un laboratorio. Y vio allí a humanos y no humanos observando un experimento. Había una figura inmóvil dentro de un cubículo transparente de plástico. Era el objetivo de unos rayos fluctuantes y multicolores que le dirigía un instrumento parecido a un disparador láser. Este derramaba sus rayos, que atravesaban las paredes del cubículo y bañaban a la inmóvil figura.

Reconoció la estatua. Era él mismo.

Al parecer, los científicos intentaban restaurar el movimiento natural de sus átomos.

Sabía muy bien el éxito que tendrían.

Pero, ¿qué hacía él en la luna? ¿Había sido prestado a los científicos de allí por alguna razón que nunca conocería? Si así era, habrían tenido que enviarle de nuevo a la Tierra, aunque tardasen en hacerlo miles de años.

Tan bruscamente como había salido de la Tierra se vio de nuevo en ella. No sólo había atravesado espacio. También mucho tiempo.

La Tierra estaba desolada. Soplaban feroces vientos. Las capas polares se habían fundido y terremotos, volcanes en erupción y desprendimientos de masas costeras habían alterado la superficie de lo que quedaba de la Tierra.

No había explicación para lo sucedido o para lo que había causado el holocausto global. Posiblemente fuesen la causa las inmensas gotas luminosas que cruzaban el humo que cubría la agostada Tierra. Pero nadie había que pudiese explicar. El humo desapareció y el aire volvió a ser claro salvo por las grandes tormentas de polvo. Pequeños grupos de seres inteligentes, y los animales que se habían refugiado bajo tierra con ellos, salieron. Sembraron semillas y cultivaron pequeñas parcelas de tierra. Plantaron también algunos árboles pequeños salvados bajo tierra.

Las gotas aparecieron de nuevo y se situaron sobre las colonias durante un tiempo. Sólo una actuó. Desprendió rayos energéticos que calcinaron el arbolito en que estaban los cuarenta supervivientes del homo sapiens.

Los otros seres inteligentes, hombres gato, hombres perro, hombres leopardo, hombres oso y hombres elefante no fueron atacados. Al parecer, los que manejaban las gotas (si es que no eran entidades vivas) querían exterminar sólo al homo sapiens.

Los hombres murciélago eran una forma modificada del homo sapiens, y también habían sido exterminados.

Pero cuando las gotas desaparecieron, salieron de sus escondites nuevos hombres murciélago.





Los esclavos de los neshgais y los vroomaws no eran humanos. Descendían de monos mutados. Por eso no les habían atacado las gotas.

Continuó caminando por la superficie de la Tierra. El tiempo se deslizaba a su paso y él se deslizaba sobre el tiempo. Ahora cada gran masa de tierra tenía sólo un árbol. Los árboles habían evolucionado y todos los de una masa de tierra se unían y fundían hasta convertirse en uno solo. Todos crecían y crecían. Los seres inteligentes, uno a uno, se fueron a vivir en su superficie. Llegaría un momento en que el Árbol se extendería por todo el continente. Sólo las regiones costeras se verían libres de él, porque el agua salada frenaba su crecimiento. Pero el Árbol podía evolucionar de modo que superase este freno, y lo haría. Y entonces cada Árbol continental se fundiría con el otro rindiendo su individualidad a través de algún mecanismo vegetal que Ulises no comprendía. Tendría un cerebro, una identidad, un cuerpo. Y sería el dueño del planeta. Por los siglos de los siglos. Amén.

A menos que los neshgais y el dios de piedra pudiesen derrotarle.

Ulises tuvo la sensación de volver a salir del disco… una Alicia recelosa, pensó.

Después, hablando con el sumo sacerdote, formuló su propia teoría respecto al Libro de Tiznak. El sumo sacerdote tenía una explicación teológica para las extrañas cosas que les ocurrían a los lectores del Libro. Nesh dictaba la experiencia según lo que consideraba que cada lector debía encontrar en el Libro. Pero el sumo sacerdote admitía que su explicación podía ser un error. No era un dogma.

Ulises pensó que el que había hecho el disco, fuese quien fuese, había puesto en él un registrador del pasado. Este registrador probablemente no existiese cuando sucedieron los acontecimientos que reflejaba. La peculiaridad del Libro (una de ellas) era que contenía lo que Ulises sólo podía describir como «puntos resonantes» Es decir, las demandas individuales de cada lector despertaban en el Libro aquello que interesaba al lector. Era lo mismo que elegir un libro sobre un determinado tema histórico en una biblioteca. El Libro, trabajando por medios mentales, detectaba lo que el lector quería saber y luego proporcionaba la información a su modo.

– Eso puede ser cierto -dijo el sumo sacerdote. Miró a Ulises con sus ojos azul oscuro desde debajo de su tricornio-. Tu explicación puede ajustarse a los hechos sin chocar por ello con la explicación oficial de que Nesh dicta los contenidos. Después de todo, quien hiciese el disco lo hizo porque Nesh le pidió que lo hiciera.

Ulises hizo una inclinación. No tenía sentido discutir aquello.

– ¿Comprendes ahora por qué el Árbol es una entidad inteligente y es nuestro enemigo? -preguntó el sumo sacerdote.

– El Libro me explicó que eso era así.

El sumo sacerdote sonrió y dijo:

– ¿Pero tú no crees necesariamente en el Libro?

Ulises pensó que era mejor no contestar. Estaba seguro, y podría haberlo dicho, de que gran parte de lo que contenía el Libro era cierto, pero que el disco lo habían construido seres inteligentes, y que toda criatura de carne y hueso podía cometer errores o estar equivocada. Pero, si decía eso, el sumo sacerdote le contestaría que el disco no podía equivocarse, puesto que Nesh había dictado su contenido, y Nesh, único dios, no podía cometer error alguno.

Cuando volvió al aeropuerto, había cambiado su actitud hacia Thebi. Ya no era la posible madre de sus hijos. Dudaba mucho que ella o cualquier esclava o vroomaw pudiesen concebir de él. Aunque parecían una forma levemente alterada de homo sapiens, probablemente tuviesen una estructura cromosómica distinta. Thebi probablemente fuese estéril respecto a él. Había pasado tiempo suficiente para demostrarlo.

Por supuesto, cabía la posibilidad de que ella fuese estéril también con los de su especie. Pero Lusha había estado con él suficiente tiempo como para poder concebir también. Aunque también era posible que ella fuese estéril. O que ambas mujeres, sin que él lo supiera, estuviesen utilizando métodos anticonceptivos. Esto no le parecía probable, pues jamás había oído tal cosa entre ninguno de los pueblos con que se había encontrado. La fertilidad se reverenciaba tanto entonces como en la primera era paleolítica de la Tierra.