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»Si el Árbol es sólo un medio del que se sirven los hombres murciélago para controlar esta tierra, el matar a los hombres murciélago desorganizaría a los otros pueblos que viven en el Árbol. Y entonces podríamos afrontar el problema de matar al propio Árbol. Yo sugeriría envenenarle.

– Haría falta mucho veneno -dijo Shegnif.

– Yo sé mucho de venenos.

Shegnif alzó la piel donde deberían haber estado sus cejas, caso de tenerlas.

– ¿De veras? Bueno, venenos aparte, ¿cómo se podría localizar a los hombres murciélago? O atacarlos… Tienen todas las ventajas.

Ulises le explicó cómo creía que se podía hacer. Habló durante más de una hora. Shegnif dijo por último que ya había oído bastante. Habría rechazado sus ideas inmediatamente si se las hubiese expuesto cualquier otro. Pero Ulises había dicho que los instrumentos que construiría habían sido en otros tiempos comunes, y no veía ninguna razón para dudarlo. Tendría que meditar aquella propuesta.

Un poco atontado por el vino bebido, Ulises dejó al Gran Visir. Se sentía optimista, pero sabía también que Shegnif hablaría de nuevo con los hombres murciélago, y Dios sabía lo que podrían influir en él.

El oficial que le conducía le llevó a una suite de varias habitaciones en vez de a la gran sala donde había dormido. Ulises le preguntó por qué le separaban de los suyos.

– No lo sé -dijo el oficial-. Tengo orden de traerle a usted aquí.

– Yo preferiría estar con mi gente.

– No lo dudo -dijo el oficial, mirándole con la trompa rígida, extendida en un ángulo de cuarenta y cinco grados respecto al plano de su cara-. Pero mis órdenes dicen lo contrario. Transmitiré, sin embargo, su petición a mis superiores.

La suite había sido construida para neshgais, no para humanos. El mobiliario era enorme y, para él, inadecuado. Sin embargo, no estaría solo. Tenía como sirvientas a dos mujeres humanas.

– No necesito estas esclavas -dijo Ulises-. Puedo arreglármelas solo.

– Desde luego -dijo el oficial-. Transmitiré vuestra petición de que os dejen solo.

Y ése será el final, pensó Ulises. Se proporcionan esclavos no sólo para mi comodidad. Son también espías.

El neshgai se paró en la puerta, con las manos en el pomo, y dijo:

– Si necesita cualquier cosa que las mujeres no puedan proporcionarle, hable por esa caja de la mesa. Los guardianes de fuera le contestarán.





Abrió la puerta, saludó llevándose el índice de la mano derecha al extremo de su probóscide alzada, y cerró la puerta. El cerrojo chasqueó sonoramente al cerrarse.

Ulises pregunto a las dos mujeres sus nombres. Una se llamaba Lusha; la otra, Thebi. Las dos eran jóvenes y atractivas, si pasaba por alto la calvicie parcial y las barbillas demasiado prominentes. Lusha era delgada y de pechos pequeños, pero graciosa y atractiva. Thebi tenía grandes pechos, y bordeaba la gordura. Tenía los ojos de un verde brillante y sonreía mucho. Le recordaba muchísimo a su mujer. Existía la posibilidad, se dijo, de que descendiese incluso de su mujer, y por supuesto de él, pues habían tenido tres hijos. Pero la similitud con Clara podía ser sólo coincidencia, porque ella no llevaría ya genes de ancestros tan remotos.

Lusha y Thebi tenían un pelo oscuro, tupido y muy rizado, y comenzaba a nacerles en la mitad de su cabeza. Les caía hasta la cintura y estaba adornado por pequeñas imágenes de madera, anillos y varias cintas de brillantes colores. Llevaban pendientes, y los labios pintados de rojo y los ojos circundados de un aceite azulado. Llevaban también collares de cuentas y piedras coloreadas al cuello, y símbolos pintados en el vientre. Estos, le explicaron, eran la marca de su propietario, Shegnif.

Sus taparrabos eran de color escarlata con pentágonos verdes. Una franja negra y fina descendía por ambos lados de sus piernas y terminaba en círculos alrededor de los tobillos. Llevaban las sandalias pintadas en oro.

Le condujeron al baño, donde los tres hubieron de subir por una escalera portátil de madera proporcionada por el mayordomo. El se sentó en el lavabo que los neshgais utilizaban para lavarse las manos y las dos mujeres se colocaron al borde y le bañaron.

Más tarde, Thebi pidió comida y aquel licor oscuro (amusa en la lengua airata). El se subió a la cama con la escalera portátil y durmió en la parte de arriba, mientras ellas se enroscaban juntas en el suelo sobre una manta.

Por la mañana, después del desayuno, Ulises abrió la caja de la mesa y la inspeccionó. Contenía placas vegetales duras que parecían tarjetas de circuito impresas, pero el resto del equipo era sólido, aunque no metálico. Parecía estar vivo, y se alimentaba de una caja de vegetales con tres conexiones. Aquello podía ser una célula de combustible vegetal. No había control alguno. Al parecer el propio organismo poseía algún mecanismo biológico que operaba automáticamente como receptor o transmisor, probablemente en respuesta a órdenes dictadas.

Interrogó de nuevo a las dos mujeres después de examinar el aparato. Sin lugar a dudas eran espías, pero también podía obtener información de ellas. Le contestaron con bastante solicitud. Sí, eran esclavas y descendientes de una larga progenie de esclavos. Sí, sabían de la derrota y captura de los vroomaws Es decir, de algunos de los vroomaws. Parte de ellos se habían rendido sin luchar por las atractivas ofertas que les habían hecho los neshgais. Los otros se habían visto obligados a rendirse invadidos por fuerzas neshgais que les superaban abrumadoramente en número. Los vroomaws habían sido conducidos a las fronteras neshgais, donde quedaron asentados como tropas de guarnición con sus familias. Ellos protegerían a los neshgais de las invasiones del Árbol. Eran hombres libres, pero no podían salir de ciertas zonas. Tenían poco contacto con los esclavos. Thebi no lo dijo concretamente, pero dejó traslucir la idea de que existía más comunicación entre los esclavos y las tropas de la frontera de lo que los neshgais sabían.

Thebi no fue tan franca respecto al estado mental de los esclavos. Al menos, Ulises pensó que no estaba siendo, ni mucho menos, honrada. Tal vez tuviera miedo de que él informase a los amos o, quizás, de que la estancia tuviese micrófonos ocultos. Había buscado minuciosamente sin encontrar ninguno, pero su escasa familiaridad con los instrumentos vivos podía llevarle a ver uno y no identificarlo como tal.

Además, Thebi quizás no conociese exactamente la actitud general de los esclavos. Podía encontrarse muy aislada y no saber lo que pensaban fuera de palacio. Sin embargo, esto no parecía probable, pues daba la sensación de saber mucho de lo que estaba pasando en la frontera, aunque bien pudiera haberse enterado escuchando a los neshgais.

Tendría que descubrir por sí mismo hasta qué punto eran felices los esclavos. No es que tuviese planes de inducirlos a una revuelta o de incorporarse a cualquier movimiento clandestino que pudiese existir. No creía en la esclavitud, pero tampoco iba a alterar un statu quo sin una buena razón. Su objetivo primario, ahora que había encontrado seres humanos, era combatir al Árbol. Existía el problema de hallar una compañera adecuada y permanente, que pudiera proporcionarle hijos y una compañía agradable. La constitución genética de los humanos era algo distinta a la suya, pero esperaba que no lo fuese hasta el punto de que se tratase de especies distintas. Aunque pudiese tener hijos con una de ellas, no sabía si serían fecundos o no hasta que crecieran.

A media mañana, le llamaron a la oficina de Shegnif. El Gran Visir no perdió tiempo en saludos.

– Los dos hombres murciélago han escapado. Han huido volando como pájaros.

– Debieron pensar que aceptaríais mi historia -dijo Ulises-. Sabían que se descubriría la verdad.

En realidad no creía esto, pero esperaba impresionar a Shegnif con ello.

– El oficial que estaba a su cargo abrió la puerta para entrar en su habitación y ellos salieron volando antes de que pudiese atraparlos. Son mucho más rápidos que nosotros. Volaron por el vestíbulo, que era lo bastante ancho para sus alas. Tuvieron suene de que estuviese vacío y consiguieron salir por una ventana que, por desgracia, no tenía reja. Pero ahora yo debo explicar al Shauzgruz las implicaciones de esta fuga.