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Exploró casas y templos y luego bajó a la playa. Había una embarcación, aún sujeta a un ancha, no muy dañada. Tenía el casco muy sucio y había que reemplazar algunas tablas, pero podía arreglarse con el material que había almacenado en los muelles. Explicó a sus jefes lo que quería que hiciesen. Estos asintieron como si hubiesen entendido, pero su expresión era dudosa. Quizás estuviesen asustados.

Pensó de pronto que quizás no supiesen nada sobre navegación. En realidad, salvo los hombres murciélago y él mismo, nadie del grupo había visto nunca el mar.

– Navegar quizás os resulte extraño y aterrador al principio -dijo-. Pero podéis aprender. Puede incluso gustaros, en cuanto sepáis lo que podéis hacer y lo que no en el mar.

Aún seguían vacilantes, pero se apresuraron a cumplir sus órdenes. Estudió los mástiles y las Velas disponibles. Todas las embarcaciones y naves utilizaban aparejo redondo. Al parecer, los vroomaws no sabían de aparejos anteriores y posteriores, lo cual significaba que probablemente no supiesen virar o navegar todo a ceñir. No podía entenderlo. No había duda de que el hombre llevaba varios miles de años saliendo al mar cuando inventó las velas que le permitieron virar hacia adelante y hacia atrás. Pero una vez inventada la vela, este, hallazgo debería haber permanecido siempre en la tecnología humana. Pero no era así, lo cual significaba que se había producido un catastrófico vacío en la continuidad de los conocimientos del hombre. Debía de haberse producido un retroceso absoluto al salvajismo sin ningún contacto con los mares en por lo menos varias generaciones. Y sin que se transmitiese ninguna técnica, ni siquiera oralmente.

Eligió una gran casa para vivir y se trasladó allí con Awina y los jefes, dejando a los otros en tres casas separadas con sus subjefes. Colocaron centinelas en la puerta principal, con orden de tocar grandes tambores en la casa que había junto a la entrada si veían algo sospechoso.

Tres semanas después, estaba preparada la nave. La echaron al mar y Ulises se llevó a todos sus hombres en su primera navegación. Sus marineros habían recibido instrucciones verbales. Ahora intentaban llevar a la práctica sus nebulosos conocimientos. Estuvieron varias veces a punto de hacer volcar la embarcación. Pero, tras una semana de constante aprendizaje, se hallaron en condiciones de un largo viaje a lo largo de la costa. Ulises, además de construir e instalar un aparejo que permitía virar por delante y por detrás, también construyó e instaló un timón. Las naves de los vroomaws utilizaban grandes remos o paletas para navegar.

Bautizó el barco con el nombre de Nueva Esperanza, y un hermoso amanecer salieron hacia la tierra de los neshgai.

La costa era llana y de muy buenas playas, con sólo algunos acantilados esporádicos. El agua no era muy profunda a unos tres kilómetros de la costa y no había rocas ni cayos. Los árboles, grandes robles, sicómoros, abetos, pinos y varias especies desconocidas en la Tierra de su época, llegaban hasta cerca de la playa. Había gran cantidad de animales: corzos, antílopes, el caballo gigante de largo cuello, al que llamó girse aunque pensaba en inglés (cosa que ya muy pocas veces hacía), búfalos, inmensos animales parecidos a los lobos, focas y puercoespines.

Preguntó a Ghlij por qué no había seres inteligentes en la tierra situada entre los neshgai y los vroomaws.

– No puedo más que hacer suposiciones -contestó el hombrecillo alado-. Pero yo diría que se debe a que todos los seres inteligentes de la costa se han ido a vivir con el Árbol.

Ulises percibió el con. ¿Por que no le Ghlij hablaba como si hubiese sido una invitación, y los seres inteligentes se hubiesen trasladado a una casa con otros?

– Es más fácil vivir con el Árbol -dijo Ghlij-. Uno puede ocultarse de sus enemigos. Hay mucha comida y es fácil de obtener.

– Y snoligósteros y ratas gigantes que devoran al pescador desprevenido -replicó Ulises-. Y si en el Árbol abunda la caza, abundan también los carnívoros feroces, muchos de los cuales no rechazan la idea de comerse a un hombre. Y si una tribu puede ocultarse fácilmente, también puede ser fácilmente sorprendida una vez localizada. La espesa vegetación tiene desventajas además de ventajas.

Ghlij se encogió de hombros y sonrió con aire de superioridad.

– Cierto. Pero es bueno que mueran unos cuantos de vez en cuando, porque si no las tribus llegarían a alcanzar tal número que no habría sitio y se acabaría la comida. Deben sufrir unos cuantos por el bien de muchos. Además, no hay ninguna guerra entre los pueblos del Árbol. Al menos, no hay guerras como las de las gentes de la llanura. El Árbol cuenta a sus tribus, y cuando una tribu tiene demasiada gente, el Árbol notifica a sus vecinos que pueden hacerle la guerra. También advierte a la tribu que va a ser atacada. Entonces, los jóvenes guerreros de las dos tribus se preparan para combatir. O, a veces, durante breves períodos, se permiten ataques a los propios lugares habitados. Y se permite matar a las hembras y a las crías. Pero esto no sucede con demasiada frecuencia, y cuando pasa, es bienvenido. Las pequeñas guerras añaden emoción (y valor) a la vida.

– Me pregunto por qué no irían a vivir al Árbol los neshgai y los vroomaws -dijo Ulises.





– ¡Los neshgai se creen mejores que el Árbol! -dijo Ghlij irritado-. Esos orgullosos barrigudos narizotas fueron en tiempos unos salvajes como los wuggrudes y los hombres leopardo. Pero luego desenterraron la ciudad de Shabawzing y encontraron allí muchas cosas que les permitieron pasar del salvajismo a la civilización en tres generaciones. Además, son grandes y torpes y no pueden vivir cómodamente en el Árbol, pues ni gatear saben.

– ¿Y los vroomaws?

– Vivieron con el Árbol… en tiempos. Pero se fueron, pese a las órdenes del Árbol de que se quedasen donde estaban. Son una gente muy rebelde y pendenciera, como descubriréis si los encontráis. Se trasladaron a la costa y construyeron allí sus casas. Algunos dicen que al principio se aliaron con los neshgai, que traicioneramente los esclavizaron. Y luego un grupo de vroomaws lograron escapar y llegaron aquí y construyeron una nación, pensando marchar algún día contra sus antiguos dominadores. Pero es evidente que los neshgais se adelantaron.

Ghlij parecía muy feliz del destino de los humanos.

– Luego les tocará el turno a los neshgais -añadió-. Pero su muerte vendrá del Árbol, que nunca olvida ni perdona. Los neshgais están amenazados con ataques de los fishnoomes, hermanos de los wuggrudes, y de los glassimes, hermanos de los hombres leopardo. El Árbol les ha enviado para acosar a los neshgais y, por último, exterminarlos.

Luego añadió, aún más maliciosamente:

– Y el mismo destino espera a las gentes de las llanuras del norte si no van a vivir con el Árbol. El Árbol acabará creciendo sobre las llanuras, sobre toda la tierra salvo una estrecha faja de costa. Y el Árbol no admitirá que habiten seres inteligentes en la costa. Los matará de un modo u otro.

– ¿El Árbol? -dijo Ulises-, ¿O los hombres murciélago, que utilizan el Árbol para someter a todos los demás a su voluntad? Que fingen ser servidores del Árbol pero en realidad son sus amos…

– ¿Qué? -exclamó Ghlij, con un cabeceo-. ¿No creeréis eso, verdad? ¡Debéis estar loco!

Sin embargo, había en su rostro una expresión burlona apenas oculta, que hizo a Ulises preguntarse si no habría dado con la verdad.

Si su teoría era más que una teoría, explicaría mucho.

Pero aún dejaría mucho por explicar. ¿Cómo se había formado el Árbol? No podía creer que aquella monstruosa mole vegetal hubiese evolucionado de modo natural de alguna de las plantas que vivían en su época.

Y luego, estaba el misterio del origen de todos los tipos de seres inteligentes no relacionados.

El barco continuaba navegando a lo largo de la costa, manteniéndose cerca de tierra y anclando cuando el cielo estaba demasiado encapotado para dar la luz suficiente para una navegación segura. Cuando se veía la luna, la nave continuaba su travesía toda la noche. Ghlij y Jyuks proporcionaban de vez en cuando información sobre los neshgais. Estaban casi siempre acuclillados en una plataforma que había junto a la base del mástil, sus alas casi barriendo la rechinante madera, con unas mantas sobre los hombros y las cabezas muy juntas. Aunque se odiaban, ahora hablaban entre sí. Se hallaban demasiado solos y se sentían demasiado míseros y asustados para no buscar refugio de vez en cuando en su idioma materno. Ulises no sabía qué hacer con ellos. Le habían dado la mayor parte de la información que quería. Estaba seguro de poder obtener más información, si daba con las preguntas adecuadas. Pero temía que se le escapasen algún día y pudiesen volver con un ejército. Cada día que pasaba aumentaban las posibilidades de que se escaparan.