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Aquella noche, el grupo se apartó del Árbol. No llegaron muy lejos porque dedicaron mucho tiempo a cazar. Al amanecer hicieron pequeñas hogueras dentro de un bosquecillo de acacias y asaron la carne. Luego durmieron a la sombra de los árboles, dejando una guardia.

Al tercer día, llegaron a la cadena montañosa. No hubo siquiera que amenazar a Ghlij con torturarle. Aportó voluntariamente información sobre un paso, y marcharon así a lo largo de las montañas durante dos días hasta que lo hallaron. Tardaron otros dos en cruzar las montanas. De pronto, al anochecer, doblaron unas lomas y allí, centelleando a lo lejos, estaba el mar.

Luego se ocultó el sol y se oscureció el cielo. Ulises se sentía feliz sin saber por qué. Quizás era porque la montaña bloqueaba la visión del Árbol y la noche le impedía ver lo que pudiese recordarle que no estaba en su propia época, en la Tierra en que había nacido. No había duda de que las estrellas formaban constelaciones extrañas, pero podía pasarlo por alto. Luego, no pudo pasar por alto la luna. Era demasiado grande y demasiado verdosa y azulada y con motas blancas.

Se levantaron al amanecer, desayunaron, y luego comenzaron a descender por la ladera de la montaña. Al anochecer habían llegado al pie y a la mañana siguiente avanzaron a través de un territorio relativamente llano hacia el mar. Al principio había espesos bosques, pero, al segundo día, llegaron a una zona de muchos campos abiertos, casas, pajares y setos.

Las casas eran edificios cuadrados, a veces de dos plantas, normalmente de troncos, pero en ocasiones de bloques de granito, toscamente cortado, unidos con mortero. Los pajares eran en parte de piedra y en parte de madera. Ulises investigó varios de ellos y los encontró todos vacíos, sólo ocupados por animales salvajes. Estaban llenos de imágenes de madera y de piedra y algunos cuadros, todos primitivos, pero había suficientes figuras humanas para asegurarle que los artistas habían sido hombres.

Pensó: habían sido, porque no había signo alguno de cuerpo humano, vivo o muerto.

A veces, pasaban ante una casa o un pajar que habían sido quemados. No podía determinar si esto se debía a accidente o a guerra.

Los animales que habían habitado aquellas cuadras que no estaban quemadas y los habitantes de las casas habían huido o muerto.

No se veía por ninguna parte ni siquiera un hueso humano.

– ¿Qué ha pasado aquí? -preguntó a Ghlij. Ghlij alzó los ojos hacia él, encogió sus huesudos hombros y extendió sus alas lo más lejos que la atadura le permitía.

– ¡No sé, Señor! La última vez que estuve aquí, hace seis años, vivían en la región los vroomaws. Aparte de incursiones ocasionales de los vignoom y los neshgais, llevaban una vida pacífica. Quizás descubramos lo que pasó aquí cuando lleguemos al pueblo principal. Si se me permitiese volar delante, podría saberse enseguida…

Ladeó la cabeza y sonrió compungido. No podía, claro está, proponer aquello en serio, y Ulises ni siquiera le hizo caso. Pasaban entonces delante del primer cementerio, y Ulises mandó a la columna que se detuviese. Recorrió el camposanto, examinando las tumbas. Tenían éstas unas gruesas estacas talladas de madera rojiza y dura con los cráneos de varias aves y animales en la punta. No había otro medio de identificación en las tumbas, y Ghlij y Jyuks no sabían lo que querían decir aquellos cráneos.

La columna reanudó la marcha siguiendo el estrecho y sucio camino. Los caseríos se hicieron más numerosos, pero todos estaban desiertos.

– A juzgar por el estado de los edificios y la vegetación que ha crecido a su alrededor, diría que fueron abandonados hacedor lo menos un año -dijo Ulises-. Puede que dos.

Ghlij le dijo que los vroomaws eran los únicos seres humanos de que tenía noticia, salvo, claro está, los que eran esclavos de los neshgais. De hecho, los vroomaws quizás descendiesen de esclavos fugitivos de los neshgais. Por otra parte, los neshgais podrían también haber obtenido sus esclavos de vroomaws capturados. En cualquier caso, los vroomaws vivían en un área de unos ciento cincuenta kilómetros cuadrados y serían unos cuarenta y cinco mil. Había tres poblaciones principales, de unos cinco mil habitantes cada una, y el resto vivía en caseríos o de la caza. Habían tenido algún comercio con los hombres murciélago y con los pauzaydures. Estos últimos eran, según Ghlij, gente que vivía en el mar y no sobre él. Eran una especie de centauros-pulpos, si era cierta la descripción de Ghlij.

Ulises preguntó por la historia de los humanos, pero Ghlij dijo que nada sabía.





Ulises pensó que sabía menos sobre aquel mundo que cuando abrió los ojos en el templo en llamas de los wufeas. Bueno, no realmente. Pero estaba mucho más confuso. Había toda aquella serie de géneros y especies de seres inteligentes, muchos de los cuales no podían explicarse por la teoría de la evolución; y ahora allí estaban los seres humanos que habían desaparecido brusca y misteriosamente. Llevaba días entusiasmado con la perspectiva de ver un rostro humano de nuevo, y oír voces humanas, de tocar piel humana. Y habían desaparecido.

El sucio camino se retorcía a través de los campos para acabar llevándoles a una población amurallada a la orilla del mar. Había allí un puerto y muchas naves, que iban desde canoas a barcos de un sólo mástil como las embarcaciones vikingas, destrozados en la orilla. Al parecer una tormenta había barrido la mayoría de las embarcaciones de su anclaje y las había arrojado sobre la playa.

Daba la sensación de que todos los habitantes del pueblo hubiesen decidido irse durante la comida de mediodía. Un cuarto de las casas, aproximadamente, estaba quemadas, pero esto podía atribuirse a falta de cuidado con los fuegos de las cocinas.

Sólo había una cosa que alteraba el cuadro de toda una población huida en masa. Era un poste de madera muy alto en el centro de la plaza principal. En su cúspide había una cabeza de madera tallada. La cabeza no tenía pelo y tenía unas orejas muy grandes, como abanicos, no humanas, una nariz larga y serpentina y una boca abierta de la que se proyectaban colmillos elefantinos de casi un metro de longitud. La cabeza estaba pintada de gris oscuro.

– ¡Neshgais! -dijo Ghlij-. Esa es la cabeza de un neshgai. Han dejado esto atrás como un signo de conquista.

– Si tomaron por asalto el territorio, ¿dónde están los signos de violencia? ¿Dónde están los esqueletos?

– Evidentemente, los neshgai lo limpiaron todo después -contestó Ghlij-. Son gente muy limpia. Les gusta mucho el orden y el aseo.

Ulises buscó pruebas de entierros masivos y encontró varias fosas grandes. Excavó en una y descubrió unos cien esqueletos. Todos humanos.

– Los neshgais debieron llevarse sus propios muertos a su tierra -dijo Ghlij-. Todos los neshgais están enterrados en un sitio. Un lugar muy sagrado.

– ¿Cuánto tiempo llevan aquí los vroomaws? Supongo que esto lo sabrás.

– Bueno, yo diría que unas veinte generaciones -dijo Ghlij alzando la cara.

– Eso serían unos cuatrocientos años -estimó Ulises. ¿Por qué no habría podido despetrificarse un centenar de años antes? pensó. Entonces, podría haber dado con su propio género y haberse establecido entre ellos y tener hijos. Y con su conocimiento de la tecnología, los humanos no habrían sido conquistados por los neshgai. Probablemente habría sucedido lo contrario.

Por supuesto, él estaría ya muerto, enterrado con un poste sobre su tumba y el cráneo de algún animal al ex tremo del poste. AQUÍ YACE ULISES SINGING BEAR, 1952 d. C. -10.000.000 d. C.

Durante un rato, se sintió deprimido. Dado que la tumba sería su fin inevitable, ¿a qué preocuparse tanto? ¿Por qué no regresar a la aldea wufea y establecerse allí entre los que le adoraban? En cuanto a la compañera que tan imperiosamente necesitaba…

Al cabo de una hora, se había sacudido el pesimismo. Era esencia de la vida no creer en la propia muerte, actuar como si la vida fuese eterna. Y la vida tenía que actuar también como si problemas pequeños fuesen grandes. Adoptar una actitud realista hacia vida y muerte significaba aislarse en la irrealidad. En la locura. Resultaba irónico que el único medio de mantener la cordura fuese ignorar que uno se encontraba en un mundo loco o actuar como si el mundo estuviese cuerdo.