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– Niño -dijo la chica asomándose por encima de él, saliéndosele una teta y poniendo cachondo al sol-. Niño, creo que este hombre tiene razón. No tenemos posibilidades contra esos cabronazos de indios si vamos solos. No seas gilipollas. Dile a este hombre que nos uniremos a ellos.

– Nos uniremos -dijo el Niño.

– ¿Cómo se llama tu chica? -preguntó Big Bart.

– Rocío de Miel -dijo el Niño.

– Y deje de mirarme las tetas, señor -dijo Rocío de Miel- o le voy a sacar la mierda a hostias.

Las cosas fueron bien por un tiempo. Hubo una escaramuza con los indios en Blueball Canyon. 37 indios muertos, uno prisionero. Sin bajas americanas. Big Bart le puso una argolla en la nariz…

Era obvio que Big Bart se ponía cachondo con Rocío de Miel. No podía apartar sus ojos de ella. Ese culo, casi todo por culpa de ese culo. Una vez mirándola se cayó de su caballo y uno de los cocineros indios se puso a reír.

Quedó un sólo cocinero indio.

Un día Big Bart mandó al Niño con una partida de caza a matar algunos búfalos. Big Bart esperó hasta que desaparecieron de la vista y entonces se fue hacia la carreta del Niño. Subió por el sillín, apartó la cortina, y entró. Rocío de Miel estaba tumbada en el centro de la carreta masturbándose.

– Cristo, nena -dijo Big Bart-. ¡No lo malgastes!

– Lárgate de aquí -dijo Rocío de Miel sacando el dedo de su chocho y apuntando a Big Bart-. ¡Lárgate de aquí echando leches y déjame hacer mis cosas!

– ¡Tu hombre no te cuida lo suficiente, Rocío de Miel!

– Claro que me cuida, gilipollas, sólo que no tengo bastante. Lo único que ocurre es que después del período me pongo cachonda.

– Escucha, nena…

– ¡Que te den por el culo!

– Escucha, nena, contempla…

Entonces sacó el gran martillo. Era púrpura, descapullado, infernal, y basculaba de un lado a otro como el péndulo de un gran reloj. Gotas de semen lubricante cayeron al suelo.

Rocío de Miel no pudo apartar sus ojos de tal instrumento. Después de un rato dijo:

– ¡No me vas a meter esa condenada cosa dentro!

– Dilo como si de verdad lo sintieras, Rocío de Miel.

– ¡NO VAS A METERME ESA CONDENADA COSA DENTRO!

– ¿Pero por qué? ¿Por qué? ¡Mírala!

– ¡La estoy mirando!

– ¿Pero por qué no la deseas?

– Porque estoy enamorada del Niño.

– ¿Amor? -dijo Big Bart riéndose-. ¿Amor? ¡Eso es un cuento para idiotas! ¡Mira esta condenada estaca! ¡Puede matar de amor a cualquier hora!

– Yo amo al Niño, Big Bart.

– Y también está mi lengua -dijo Big Bart-. ¡La mejor lengua del Oeste!

La sacó e hizo ejercicios gimnásticos con ella.

– Yo amo al Niño -dijo Rocío de Miel.

– Bueno, pues jódete -dijo Big Bart y de un salto se echó encima de ella. Era un trabajo de perros meter toda esa cosa, y cuando lo consiguió, Rocío de Miel gritó. Había dado unos siete caderazos entre los muslos de la chica, cuando se vio arrastrado rudamente hacia atrás.

ERA EL NIÑO, DE VUELTA DE LA PARTIDA DE CAZA.

– Te trajimos tus búfalos, hijoputa. Ahora, si te subes los pantalones y sales afuera, arreglaremos el resto…

– Soy la pistola más rápida del Oeste -dijo Big Bart.

– Te haré un agujero tan grande, que el ojo de tu culo parecerá sólo un poro de la piel -dijo el Niño-. Vamos, acabemos de una vez. Estoy hambriento y quiero cenar. Cazar búfalos abre el apetito…

Los hombres se sentaron alrededor del campo de tiro, observando. Había una tensa vibración en el aire. Las mujeres se quedaron en las carretas, rezando, masturbándose y bebiendo ginebra. Big Bart tenía 34 muescas en su pistola, y una fama infernal. El Niño no tenía ninguna muesca en su arma, pero tenía una confianza en sí mismo que Big Bart no había visto nunca en sus otros oponentes. Big Bart parecía el más nervioso de los dos. Se tomó un trago de whisky, bebiéndose la mitad de la botella, y entonces caminó hacia el Niño.

– Mira, Niño…

– ¿Sí, hijoputa…?

– Mira, quiero decir, ¿por qué te cabreas?

– ¡Te voy a volar las pelotas, viejo!

– ¿Pero por qué?

– ¡Estabas jodiendo con mi mujer, viejo!



– Escucha, Niño, ¿es que no lo ves? Las mujeres juegan con un hombre detrás de otro. Sólo somos víctimas del mismo juego.

– No quiero escuchar tu mierda, papá. ¡Ahora aléjate y prepárate a desenfundar!

– Niño…

– ¡Aléjate y listo para disparar!

Los hombres en el campo de fuego se levantaron. Una ligera brisa vino del Oeste oliendo a mierda de caballo. Alguien tosió. Las mujeres se agazaparon en las carretas, bebiendo ginebra, rezando y masturbándose. El crepúsculo caía.

Big Bart y el Niño estaban separados 30 pasos.

– Desenfunda tú, mierda seca -dijo el Niño-, desenfunda, viejo de mierda, sucio rijoso.

Despacio, a través de las cortinas de una carreta, apareció una mujer con un rifle. Era Rocío de Miel. Se puso el rifle al hombro y lo apoyó en un barril.

– Vamos, violador cornudo -dijo el Niño-. ¡DESENFUNDA!

La mano de Big Bart bajó hacia su revolver. Sonó un disparo cortando el crepúsculo. Rocío de Miel bajó su rifle humeante y volvió a meterse en la carreta. El Niño estaba muerto en el suelo, con un agujero en la nuca. Big Bart enfundó su pistola sin usar y caminó hacia la carreta. La luna estaba ya alta.

Algo acerca de una bandera del vit-cong

El desierto se cocía bajo el sol de verano. Red saltó fuera del tren mientras disminuía la marcha, cayó y corrió dando saltos por el terraplén de la vía. Cagó detrás de unas rocas mirando al norte, y se limpió el culo con unas hojas. Luego caminó cincuenta metros, se sentó a la sombra de otra gran roca y lió un cigarrillo. Vio entonces a los hippies acercarse caminando. Eran dos tíos y una chica. También habían saltado del tren.

Uno de los tíos llevaba una bandera del Viet-Cong. Los tíos parecían blandos e inofensivos. La chica tenía un culo grande y bonito, casi reventaba sus pantalones vaqueros. Era rubia y con bastantes granos. Red esperó hasta que llegaron a su lado.

– ¡Heil Hitler! -dijo.

Los hippies se rieron.

– ¿Adonde vais? -preguntó Red.

– Tratamos de llegar a Denver. Creo que lo vamos a conseguir.

– Bueno -dijo Red-, os vais a esperar un rato, porque yo voy a tener que usar a vuestra chica.

– ¿Qué dices?

– Ya me habéis oído.

Red agarró a la chica. Con una mano agarrándola del cabello y otra del culo, la besó. El tío más alto cogió a Red del hombro.

– Espera un momento…

Red se volvió y lo mandó al suelo con un corto de izquierda. Directo en el estómago. El tío se quedó tumbado, respirando con dificultad. Red miró al otro tío, el de la bandera del Viet-Cong.

– Si no quieres que te haga pupa, déjame tranquilo -le dijo-. Vamos -le dijo a la chica-, nos iremos detrás de esas rocas.

– No, no pienso hacerlo -dijo la chica-, no pienso hacerlo.

Red sacó su navaja y presionó el resorte. La cuchilla surgió chasqueante frente a la nariz de la chica. Se la apoyó sobre la aleta.

– ¿Qué tal aspecto tendrías sin nariz?

Ella no contestó.

– Te la cortaré -gruñó él.

– Escucha -dijo el tío de la bandera-, esto es un delito, te buscarán.

– Vamos, nena -dijo Red, empujándola hacia las rocas.

Red y la chica desaparecieron tras las rocas. El tío de la bandera ayudó a levantarse a su amigo. Se quedaron allí quietos. Pasó el tiempo.

– Se está follando a Sally. ¿Qué podemos hacer? En estos momentos se la está follando.

– ¿Qué podemos hacer? Es un loco.

– Deberíamos intentar algo.

– Sally debe estar pensando que somos unas verdaderas mierdas.

– Lo somos. Somos dos. Podíamos haberle inmovilizado.

– Tiene un cuchillo.

– No importa. Podíamos haberle agarrado.

– Me siento terriblemente miserable.