Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 92 из 109

Pero después pensó en Percival, encerrado en la cárcel de Newgate, contando los días que le quedaban hasta que de pronto, una mañana, el tiempo cesaría para él.

– Pero si Percival no fuera culpable, ¿quién lo sería? -Hester oyó sus propias palabras, pronunciadas en voz alta, e instantáneamente lamentó haberlas dicho. Encerraban una idea brutal. Jamás, ni un solo instante, pensó que Beatrice pudiera creer que fuera Rose y, en cuanto a las demás sirvientas, ni siquiera entraban en el campo de lo posible. Pero no se podía desandar lo andado. Todo lo que ella podía hacer era esperar la respuesta de Beatrice.

– No lo sé. -Beatrice medía cada palabra-. Cada noche, tendida a oscuras en la cama, pienso en que ésta es mi casa, la casa a la que vine a vivir cuando me casé. En ella he sido feliz y he sido desgraciada. En ella he tenido cinco hijos y he perdido dos… y ahora a Octavia. Los he visto crecer y casarse. He sido testigo de su felicidad y de su desgracia. Todo es tan normal para mí como el pan y la mantequilla o como el sonido de las ruedas de los coches sobre el empedrado. Pero quizá no voy más allá de la piel de la cosas, quizá la carne que hay debajo sea para mí una tierra tan desconocida como el Japón.

Se acercó al tocador y comenzó a sacarse las horquillas de los cabellos, que se le derramaron en una reluciente cascada que centelleó como el cobre.

– La policía entró en esta casa y se mostró comprensiva, respetuosa y considerada. Los agentes demostraron que la persona que había cometido el delito no había entrado desde fuera, o sea que el que había matado a Octavia, quienquiera que fuese, era uno de nosotros. Se pasaron semanas enteras haciendo preguntas y nos obligaron a encontrar respuestas, la mayoría desagradables, cosas ruines, egocéntricas, cobardes. -Había formado un ordenado montoncito con las horquillas, que dejó en una bandeja de cristal tallado, y cogió el cepillo de dorso de plata.

»Personalmente, me había olvidado de Myles y de la pobre camarera. Aunque pueda parecer increíble, lo había olvidado. Supongo que será porque no pensé en el asunto cuando ocurrió, porque Araminta no sabía nada. -Se cepillaba el cabello con movimientos largos y enérgicos-. Soy cobarde, ¿verdad? -dijo con un hilo de voz, pero también era una afirmación, no una pregunta-. Vi lo que quise ver y escondí la cabeza para no ver el resto. Y Cyprian, mi querido Cyprian, hizo lo mismo que yo: jamás se ha enfrentado con su padre, se ha limitado a vivir en un mundo de sueños, se ha entregado al juego y a haraganear en lugar de hacer lo que le habría gustado hacer realmente. -Se cepilló todavía con más fuerza-. Romola lo aburre a morir, ¿sabe usted? Antes no le importaba, pero de pronto se ha dado cuenta de lo interesante que podría ser una compañera con la cual poder hablar de cosas auténticas, decir lo que uno piensa de verdad en vez de dedicarse a hacer una especie de comedia dictada por la cortesía. Pero, naturalmente, ya es demasiado tarde.

Sin previo aviso, Hester se dio plenamente cuenta de la responsabilidad que tenía en lo tocante a haber despertado la atención de Cyprian, por haberse complacido en su vanidad y atraído su interés. De todos modos, se consideraba culpable sólo en parte, porque no había querido causar deliberadamente ningún daño a nadie. Ni le había pasado por las mientes ni se lo había propuesto, le sobraba inteligencia para caer en ese tipo de cosas.

– Y la pobre Romola -prosiguió Beatrice, que seguía cepillándose con energía el cabello- no tiene ni la más mínima idea de dónde está el fallo. Ella hace lo que le enseñaron que había que hacer, pero resulta que ahora esto ya no surte efecto.

– A lo mejor volverá a surtir efecto algún día -respondió Hester con voz débil, aunque sin creerlo en realidad.

Pero Beatrice no percibía inflexiones de voz. El clamor de sus pensamientos no lo permitía.

– La policía ha detenido a Percival y se ha retirado del caso dejando que nosotros imaginemos lo que ocurrió realmente. -Se puso a cepillarse el cabello con movimientos largos y regulares-. ¿Por qué hacen estas cosas, Hester? Monk no creía que el culpable fuera Percival, de esto estoy más que segura. -Hizo girar el asiento del tocador y miró a Hester todavía con el cepillo en la mano-. Usted habló con él. ¿Cree Monk que fue Percival?

Hester suspiró lentamente.



– No, creo que no.

Beatrice volvió a girar el asiento de cara al espejo y observó sus cabellos con aire crítico.

– Entonces, ¿por qué lo detuvo la policía? No fue Monk quien lo detuvo. A

– Y claro, no iban a acusar nunca a una persona de la familia a menos de contar con pruebas irrefutables. No me puedo sacar de la cabeza que Monk sospechaba de uno de nosotros pero que no pudo encontrar ningún fallo de bastante consideración ni bastante tangible para justificar su acción.

– ¡No lo creo! -se apresuró a decir Hester, aunque pensó al momento que le sería imposible justificar que estaba al corriente de la situación. Beatrice estaba casi en lo cierto en sus deducciones, imaginaba las presiones que Runcorn había ejercido sobre Monk para que se pronunciara, las disputas y los enfrentamientos que este hecho había comportado.

– ¿No? -dijo Beatrice con aire desolado, dejando finalmente el cepillo-, pues yo sí lo creo. A veces daría lo que fuera para saber quién fue, así dejaría de sospechar de todos. Después rechazo, horrorizada, esa idea, porque es una imagen odiosa, como una cabeza cortada metida en un cubo lleno de gusanos, sólo que peor… -Volvió a hacer girar el asiento y miró a Hester-. Una persona de mi familia asesinó a mi hija. O sea que todos han mentido. Octavia no era como dijeron y pensar, o sólo imaginar, que Percival podía tomarse estas libertades es absurdo.

Se encogió de hombros, su cuerpo delgado tensó la seda de la bata.

– Sé que a veces bebía un poco… nada que ver con Fenella, sin embargo. En el caso de Fenella habría sido muy diferente. -Se le ensombreció el rostro- Ella incita a los hombres, pero elige a hombres ricos: le hacían regalos que después llevaba a la casa de empeños y con el dinero que conseguía se compraba vestidos, perfumes y otras chucherías. Pero llegó un día en que ya dejó las apariencias de lado y cogió directamente el dinero. Esto Basil no lo sabe, por supuesto. Como lo supiera, se quedaría tan horrorizado que lo más probable es que la echara a la calle.

– ¿Será esto lo que descubrió Octavia y dijo después a Septimus? -dijo Hester ávidamente-. ¿No puede ser esto? -De pronto descubrió lo insensato de aquel entusiasmo. Después de todo, Fenella seguía siendo una persona de la familia, por muy ligera de cascos o viciosa que pudiera ser y por mucho que los hubiera avergonzado durante el juicio. Volvió a quedarse muy seria.

– No -respondió Beatrice, tajante-, Octavia hacía muchísimo tiempo que sabía estas cosas. Y Minta lo mismo. Pero si no se lo dijimos a Basil fue porque, aunque la situación nos repugnaba, queríamos ser comprensivas con ella. A veces la gente hace cosas rarísimas para conseguir dinero. Nos las ingeniamos de mil maneras para obtenerlo y a veces no a través de medios atractivos y ni siquiera honorables. -Jugueteaba nerviosa con una botella de perfume y finalmente la destapó-. A veces somos muy cobardes. Me gustaría pensar de otra manera, pero no puedo. De todos modos, Fenella no consentiría nunca que un lacayo se tomase libertades con ella que superasen los meros galanteos. Es casquivana y hasta cruel, le aterra envejecer, pero no es una prostituta. Me refiero a que no va con hombres sólo porque le guste… -Aquellas palabras le produjeron un ligero estremecimiento e hicieron que introdujera el tapón con tal fuerza que ya no pudo volver a sacarlo. Soltó una exclamación por lo bajo y arrinconó el frasco en un extremo del tocador.