Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 43 из 109

Le mostraron la cocina y le presentaron a la cocinera, la señora Boden, a la camarera de cocina Sal, a la fregona May, al limpiabotas Willie y, finalmente, a las lavanderas Lizzie y Rose, que se ocupaban de la ropa blanca. Vio en el rellano a la doncella de las otras señoras, Gladys, que estaba al servicio de la esposa de Cyprian Moidore y de la señorita Araminta. En cuanto a la doncella del piso de arriba, Maggie, a la doncella para todo Nellie y a la vistosa camarera Dinah, estaban al margen de la responsabilidad de Hester. En lo que respectaba a la bajita y mandona ama de llaves, la señora Willis, no tenía jurisdicción alguna sobre las enfermeras, lo que era un mal principio para su relación. Estaba acostumbrada a ejercer la autoridad y le molestaba que en la casa hubiera una persona que para ella era una criada pero que quedaba fuera de su ámbito. Su rostro pequeño y franco demostró una desaprobación instantánea. A Hester le recordaba una matrona de hospital particularmente eficiente, pero la comparación no era de lo más afortunado.

– Usted comerá con los demás sirvientes -le informó la señora Willis con malos modos-, a menos que sus deberes se lo impidan. Después del desayuno, que es a las ocho de la mañana, nos reunimos todos. -Se apoyó particularmente en la última palabra, mirando a Hester a los ojos-. Todos los días rezamos oraciones que dirige sir Basil. Supongo, señorita Latterly, que usted pertenece a la Iglesia de Inglaterra.

– Oh, sí, señora Willis -respondió Hester inmediatamente, aunque no profesaba aquella religión por propia inclinación, ya que era no conformista por naturaleza.

– Bien -asintió la señora Willis-, perfectamente. Nosotros comemos entre las doce y la una del mediodía, mientras lo hace también la familia. En cuanto a la cena, depende de los días. En ocasión de banquetes, a veces se cena bastante tarde. -Enarcó, muy altas, las cejas-. En esta casa se dan banquetes de los más suntuosos de Londres, y la cocina es excelente. Pero como actualmente estamos de luto, la familia no está para esas diversiones. Cuando vuelva la normalidad supongo que sus servicios ya no serán necesarios en esta casa. Me imagino que usted tendrá medio día de fiesta cada quincena, como el resto del personal. Con todo, si la señora manda otra cosa, será lo que ella diga. Como no era un puesto permanente, Hester no estaba todavía muy interesada en el tiempo libre que tenía destinado, siempre que tuviera oportunidad de ver a Monk para informarlo de alguna averiguación.

– Sí, señora Willis -replicó, ya que al parecer la mujer esperaba respuesta.

– Creo que tendrá pocas ocasiones, por no decir ninguna, de ir a la sala de estar, pero en caso de que tuviera que ir a dicha habitación espero que ya sabrá que no está bien visto llamar con los nudillos en la puerta. -Tenía los ojos fijos en la cara de Hester-. Es una intolerable vulgaridad llamar a la puerta de una sala de estar.

– Por supuesto, señora Willis -se apresuró a decir Hester.

Jamás se había detenido a reflexionar sobre el asunto, pero pensó que era mejor que no se notase.

– La doncella se ocupará de su habitación, por supuesto -prosiguió el ama de llaves observando a Hester con mirada crítica-, pero usted tendrá que encargarse de planchar sus delantales. Las lavanderas ya tienen bastante trabajo y, por otra parte, las camareras de las señoras tienen muchas cosas que hacer para tener que ocuparse, además, de usted. Si recibe cartas… ¿tiene usted familia? -Esta última frase sonó como un reto, era cosa sabida que las personas que no tenían familia carecían de respetabilidad, eran unas cualquiera.

– Sí, señora Willis, tengo familia -dijo Hester con decisión-. Por desgracia, mis padres murieron hace muy poco tiempo y uno de mis hermanos perdió la vida en Crimea, pero me queda un hermano; lo quiero mucho, y a su esposa también.

La señora Willis quedó satisfecha.

– Muy bien. Siento la muerte de su hermano en Crimea, pero ya se sabe que en aquella guerra murieron muchos jóvenes. Morir por la reina y por la patria siempre es un honor, aunque no deja de ser una desgracia que hay que sobrellevar con toda la fortaleza posible. Mi padre también fue soldado… un hombre hecho y derecho, un hombre íntegro. La familia es algo muy importante, señorita Latterly. Todo el personal de la casa es extremadamente respetable.

Hester se mordió la lengua y se esforzó en abstenerse de decir lo que pensaba sobre la guerra de Crimea y sus motivos políticos o la manifiesta incompetencia demostrada en la dirección de la misma. Se dominó limitándose a bajar los ojos como otorgando su modesto consentimiento.

– Mary le enseñará dónde está la escalera de las sirvientas. -La señora Willis había terminado con las cuestiones de tipo personal y volvía a ocuparse de lo referente al trabajo.



– ¿Cómo dice? -Hester se quedó un momento confusa.

– La escalera de las sirvientas -repitió la señora Willis con acritud-. Tendrá que subir y bajar por esa escalera, hija mía. Ésta es una casa decente. No irá a suponer que va a servirse de la escalera de los criados, ¿verdad? ¡No faltaría más! Espero no se le pasen por la cabeza ideas semejantes.

– ¡Claro que no, señora! -Hester reaccionó rápidamente e inventó una explicación-. Lo que pasa es que no estoy acostumbrada a casas tan enormes. Hace poco tiempo que he vuelto de Crimea. -Lo dijo por si la señora Willis sabía de la mala reputación de las enfermeras de Inglaterra-. Allí no había criados.

– Sí, ya sé. -En realidad, la señora Willis, no sabía nada del asunto, aunque no estaba dispuesta a confesarlo-. Pero resulta que aquí tenemos cinco criados que residen fuera de la casa, y a los que usted no es probable que llegue a conocer, y dentro de la casa tenemos al señor Phillips, el mayordomo; a Rhodes, el camarero de sir Basil; a Harold y a Percival, los lacayos. Y también a Willie, el limpiabotas. Pero no tratará con ninguno de ellos.

– No, señora.

La señora Willis sorbió aire por la nariz.

– Muy bien. Pues lo mejor que ahora puede hacer es presentarse a lady Moidore y ver si puede hacer algo por ella, la pobre. -Se alisó el delantal, y un tintineo de llaves acompañó ese movimiento-. Como si no le bastara con la pérdida de una hija, encima todavía tiene que soportar a la policía metiéndose por toda la casa y acribillando a la gente a preguntas. ¡Dónde iremos a parar! Si todo el mundo hiciera lo que tiene que hacer, no ocurrirían estas cosas.

Como se suponía que Hester no estaba al tanto del asunto, se refrenó de decir que no podía esperarse de la policía, por muy diligente que fuera, que evitara los crímenes que se cometen en las casas.

– Gracias, señora Willis -dijo para no comprometerse. Dio media vuelta y subió al piso de arriba para conocer a Beatrice Moidore.

Dio unos golpecitos en la puerta del dormitorio y, pese a no obtener respuesta, entró. La habitación era muy agradable y femenina, adornada con brocados floreados, cuadros y espejos con marcos ovalados y tres sillones cómodos y ligeros que no sólo tenían una función ornamental sino también útil. Las cortinas estaban descorridas y un sol frío inundaba la habitación.

Beatrice estaba tendida en la cama y llevaba encima un salto de cama de satén. Tenía los ojos fijos en el techo y la cabeza apoyada en los brazos doblados. Al entrar Hester no cambió de postura.

Aun cuando Hester había ejercido de enfermera en el ejército, donde se había ocupado mayormente de atender a hombres heridos de gravedad o afectados de enfermedades sin camino de retorno, también tenía una cierta experiencia de la conmoción, profunda depresión y miedo que seguían a una amputación, de la sensación de manifiesta impotencia que abruma a los seres humanos cuando son pasto de estas emociones. En Beatrice Moidore le pareció ver miedo y también esa actitud hierática del animal que no se atreve a moverse para no atraerse la atención ajena, que no sabe hacia qué lado huir.