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Sue Grafton

J de Juicio

Alfabeto Del Crimen

Título original: «J» is for Judgment

© de la traducción: Antonio-Prometo Moya, 1994

Para Torchi Gray en honor de una amistad que comenzó

con un collage de judías verdes… suyo, no mío.

Western Kentucky State Teacher's College,

Bowling Green, Kentuchy, 1957

AGRADECIMIENTOS

La autora La autora desea agradecer a las siguientes personas la inapreciable ayuda que le han prestado: Steven Humphrey; Jay Schmidt; B.J. Seebol, doctor en derecho; Tom Huston, de Yates Seacost; jefe de subinspectores Richard Bryce, sargento Patrick Swift y subinspector Paul Higgason, de la Penitenciaría del Condado de Ventura; teniente Bruce McDowell, de la división de custodias de la Comisaría del Sheriff del Condado de Ventura; Steven Stone, juez presidente de la Sala de Apelaciones del estado de California; Joyce Spizer, de Insurance Investigations Inc.; Mike Love y Burt Bernstein, doctores en derecho, de Chubb-Sovereign Life; Ly

Y mi especial agradecimiento a Harry y Megan Montgomery, cuya goleta, The Captain Murray, juega un papel fundamental en esta novela.





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A simple vista nadie creería que hubiese conexión alguna entre el asesinato de aquel hombre y los acontecimientos que cambiaron mi concepción de la vida. A decir verdad, los hechos relacionados con Wendell Jaffe no tenían nada que ver con la historia de mi familia, pero los homicidios muy raras veces son sucesos aislados y nadie ha dicho nunca que las revelaciones tengan que darse de manera lineal. Mi investigación sobre el pasado del muerto fue lo que motivó las pesquisas sobre el mío propio y al final me resultó muy difícil separar las dos historias. Lo trágico de la muerte es que no puede cambiar nada. Lo trágico de la vida es que nada permanece igual. Todo empezó con un telefonazo, no para mí, sino para Mac Voorhies, uno de los vicepresidentes de la compañía de seguros La Fidelidad de California, para la que yo trabajaba antaño.

Me llamo Kinsey Millhone. Soy investigadora privada con autorización para ejercer en California y tengo el centro de operaciones en Santa Teresa, que está a ciento cincuenta kilómetros al norte de Los Angeles. Mi vinculación con Seguros LFC había terminado en diciembre del año anterior y en el ínterin no se había presentado ninguna oportunidad para volver a State Street número 903. Durante los últimos siete meses me habían cedido un despacho en el bufete de Kingman e Ives. Lo

El bufete de Kingman e Ives abarca toda la planta superior de un pequeño edificio del centro. En él trabajan Lo

El despacho al que me mudé había sido antes una sala de reuniones con una cocina improvisada. Cuando Lo

Durante la última hora y media de aquella mañana de lunes de mediados de julio había hecho varias llamadas telefónicas relacionadas con la localización de cierta persona. Un detective privado de Nashville me había escrito para pedirme que comprobara las fuentes de información locales para dar con el paradero del ex marido de su cliente; se había descuidado en el pago de la pensión de los hijos y los atrasos se elevaban ya a seis mil dólares. Se creía que el sujeto en cuestión había salido de Te

Alison me llamó por el interfono y pulsé el botón de forma automática.

– ¿Sí?

– Tienes visita -dijo. Alison tiene veinticuatro años y es un torbellino. Tiene el pelo rubio hasta la cintura, sólo compra ropa de la talla 34 y los puntos que pone sobre las íes de su nombre tienen forma de corazón o de margarita, según su estado de ánimo en aquel momento, que siempre es excelente. A juzgar por el tono su voz parecía que me hablaba por uno de aquellos «teléfonos» que los niños de antaño construían con dos botes de conserva unidos por un cordel-. Un tal Voorhies, que tiene un seguro en La Fidelidad de California.