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Lindell asintió y Bosch se marchó.

Bosch, Edgar y Rider cogieron un taxi hasta el edificio federal donde habían dejado su coche. Una vez allí, Bosch dijo que quería pasar un momento por la casa de North Las Vegas donde había crecido Gretchen.

– No va a estar, Harry -le advirtió Edgar.

– Ya lo sé. Sólo quiero hablar un momento con la vieja.

Bosch encontró la casa sin problemas y aparcó en la entrada. El Mazda RX7 seguía allí y no parecía que se hubiese movido.

– No tardaré. Si queréis, podéis quedaros en el coche.

– Yo voy contigo -dijo Rider.

– Yo me quedo con el motor en marcha -se ofreció Edgar-. Y conduciré la primera parte del viaje.

Edgar sustituyó a Bosch al volante, al tiempo que Bosch y Rider se dirigían a la puerta de la casa. Cuando Bosch llamó, la mujer contestó en seguida; debía de haberlos visto u oído y estaba preparada.

– Usted otra vez -dijo, mirando por la puerta entreabierta-. Gretchen sigue sin estar.

– Ya lo sé, señora Alexander. Es con usted con quien quiero hablar.

– ¿Conmigo? ¿Por qué?

– ¿Podría abrirnos, por favor? Nos estamos asando aquí fuera.

La mujer abrió con cara de resignación.

– Aquí también me estoy asando. ¿Se cree que puedo permitirme aire acondicionado?

Bosch y Rider se dirigieron al salón. Tras presentar a Rider, los tres tomaron asiento. Harry se sentó al borde del sofá, al recordar cómo se había hundido la última vez.

– De acuerdo. ¿Qué pasa? ¿Por qué quieren ustedes hablar conmigo?

– Quiero que me hable de la madre de su nieta -le dijo Bosch.

La mujer se quedó boquiabierta y Bosch notó que Rider también estaba perpleja.

– ¿Su madre? -preguntó Dorothy-. Su madre hace años que se fue. No tuvo la decencia de hacerse cargo de su propia hija, y de su madre aún menos.

– ¿Cuándo se marchó?

– Hace muchos años. Gretchen todavía llevaba pañales. Sólo me dejó una nota diciendo adiós y buena suerte. Y desapareció.

– ¿Adónde fue?

– No tengo ni la más remota idea y no quiero saberlo. Así estamos mejor. Ella abandonó a una criatura; no tuvo ni la decencia de llamar o escribir para pedir una foto.

– ¿Cómo sabía que no le había pasado algo?

– No lo sabía pero, por mí, como si se hubiera muerto.

La vieja no sabía mentir. Era la típica persona que subía la voz y sonaba indignada cuando no decía la verdad.

– Usted lo sabía -afirmó Bosch-. Le enviaba dinero, ¿no?

La mujer se miró las manos con tristeza durante un buen rato. Era su forma de confirmar la sospecha de Bosch.

– ¿Cada cuánto?

– Una o dos veces al año. Pero no lo bastante para compensarnos por lo que había hecho.

Bosch quiso preguntarle cuánto habría sido bastante, pero no lo hizo.

– ¿Cómo recibía el dinero?

– Por correo, siempre en metálico. Sé que venía de Sherman Oaks, California, porque lo ponía en el matasellos. ¿Qué tiene que ver eso?

– Dígame el nombre de su hija, Dorothy.

– Era hija mía y de mi primer marido, que se apellidaba Gilroy.





– Je

La anciana miró a Rider sorprendida, pero no preguntó cómo lo sabía.

– La llamábamos Je

Bosch asintió en silencio. Por fin todo encajaba. Verónica Aliso era la madre de Layla; Tony Aliso había pasado de la madre a la hija. No había nada más que decir o preguntar. Bosch le dio las gracias a la anciana y le hizo un gesto a Rider para que ella saliera primero. Ya en el umbral de la puerta, Harry se detuvo y volvió la vista hacia Dorothy Alexander. Esperó unos segundos a que Rider se hubiera alejado antes de hablar.

– Cuando hable con Layla, bueno, Gretchen, dígale que no vuelva a casa. Dígale que se aleje todo lo que pueda de aquí. -Bosch sacudió la cabeza para subrayar sus palabras-. Que no vuelva nunca más.

La mujer no dijo nada. Bosch esperó un par de segundos con la vista fija en el felpudo de bienvenida. Finalmente se despidió y puso rumbo al coche.

Bosch se sentó en el asiento de atrás y Rider en el de delante. En cuanto Edgar arrancó el coche, Rider se volvió hacia Bosch.

– Harry, ¿cómo se te ocurrió eso?

– Por las últimas palabras de Verónica. Ella me dijo: «Dejen a mi hija», y entonces lo adiviné. Incluso se parecían un poco físicamente, pero hasta ahora no había caído.

– Pero si no la conoces.

– La he visto en foto.

– ¿Qué? -preguntó Edgar-. ¿Qué decís?

– ¿Crees que Tony Aliso sabía quién era? -preguntó Rider, sin hacer caso a Edgar.

– No lo sé -contestó Bosch-. Si lo sabía, resulta más fácil entender lo que pasó. A lo mejor incluso se lo había pasado a Verónica por la cara. Quizá fue eso lo que la empujó a matar.

– ¿Y Layla, bueno, Gretchen?

Edgar miraba alternativamente a Bosch y a Rider, manteniendo un ojo en la carretera y cada vez más desconcertado.

– Algo me dice que no lo sabía. Creo que si lo hubiera sabido, se lo habría dicho a su abuela. Y la vieja no estaba enterada.

– Si Tony sólo estaba usándola para cabrear a Verónica, ¿por qué le dio todo el dinero?

– Podía estar usándola o también podía estar enamorado de ella. Quizá fue casualidad que todo ocurriera el día que lo mataron. Tal vez hizo la transferencia porque tenía al fisco pisándole los talones y creía que le congelarían la cuenta. Podrían haber sido muchas cosas, pero ahora nunca lo sabremos. Todo el mundo ha muerto.

– Excepto la chica.

Edgar frenó de golpe y aparcó al lado de la carretera. Por pura casualidad, se hallaban enfrente de Dolly's.

– ¿Alguien va a contarme qué coño pasa? -exigió-. Os hago un favor y me quedo en el coche para que no se apague el aire acondicionado y luego no me explicáis nada. ¿De qué coño estáis hablando?

Edgar miraba a Bosch por el espejo retrovisor.

– Conduce, Jed. Kiz te lo contará cuando lleguemos al Flamingo.

Cuando finalmente aparcaron frente al Hilton Flamingo, Bosch se apeó y entró en el enorme casino. Tras abrirse paso entre las máquinas tragaperras, llegó a la sala de póquer, donde había quedado en pasar a buscar a Eleanor cuando terminaran. Bosch la había dejado en el Flamingo esa mañana después de que ella les indicara el banco donde había visto a Tony Aliso y Gretchen Alexander.

Había cinco mesas en la sala de póquer. Bosch recorrió las caras de los jugadores, pero no vio a Eleanor. Cuando Harry se dio la vuelta, ella estaba allí. Justo como había aparecido la primera noche que él había salido a buscarla.

– Harry.

– Eleanor. Pensaba que estarías jugando.

– No podía jugar mientras tú estabas en peligro. ¿Todo bien?

– Todo bien. Nos vamos.

– Fenomenal. Estoy harta de Las Vegas.

Bosch dudó un momento antes de hablar. Casi perdió el valor, pero al final lo recobró.

– Quiero hacer una parada antes de irnos. La que habíamos comentado. Bueno, si es que te has decidido.

Eleanor lo miró un momento y una sonrisa iluminó su rostro.