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– Qué bonito es esto.
– Sí.
Los dos se quedaron unos segundos en silencio, mirando a la gente que caminaba por la orilla. Bosch levantó las piernas, se inclinó hacia delante y se sentó con los codos en las rodillas. El sol le calentaba la espalda.
Comenzaba a sentirse bien.
Harry se fijó en una mujer que caminaba lánguidamente junto al mar y que había capturado la atención de todos los hombres de la playa. Era alta y esbelta y su cabellera larga y rubia estaba mojada.
Lucía un bikini minúsculo -apenas un par de cuerdas y triángulos de tela negra- que resaltaba su bronceado.
Al pasar por delante de él, el sol dejó de cegarle y Bosch pudo verle la cara. Los rasgos le resultaban familiares. Bosch la conocía.
– Harry -susurró Eleanor en ese momento-. ¿No es ésa…? Parece la bailarina. La chica que vi con Tony.
– Layla -dijo Bosch, pronunciando su nombre más que respondiendo.
– Es ella, ¿no?
– Antes no creía en las casualidades -dijo Bosch.
– ¿Vas a llamar al FBI? Seguramente tiene el dinero.
Bosch miró a la mujer que se alejaba. Al darle la espalda, casi parecía que estuviera desnuda; sólo se veían un par de tiras del bikini. El sol volvió a darle en los ojos y su imagen se distorsionó. Estaba desapareciendo bajo la luz cegadora del sol y la neblina del Pacífico.
– No, no voy a llamar a nadie -respondió finalmente.
– ¿Por qué no?
– Porque ella no hizo nada -contestó-. Dejó que un tío le diera dinero. No hay nada malo en eso. Puede que hasta estuviera enamorada de él.
Bosch la observó mientras pensaba en las últimas palabras de Verónica.
– Además, ¿quién va a echar de menos el dinero? -preguntó-. ¿El FBI? ¿El departamento? ¿Algún gángster gordo de Chicago con diez guardaespaldas? Olvídalo. No voy a llamar a nadie.
Bosch le echó un último vistazo. Layla ya estaba muy lejos. Mientras caminaba, miraba el mar y el sol recortaba su figura. Bosch le hizo un gesto de despedida, pero evidentemente ella no lo vio. Después se acostó en la tumbona y cerró los ojos. Casi inmediatamente notó que el sol penetraba en su piel, curando sus heridas. Y entonces notó la mano de Eleanor sobre la suya y sonrió. Se sentía seguro. Sentía que nadie podía volver a hacerle daño.
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