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Pero en este punto, con gran sorpresa de Alicia, la voz de la Duquesa se perdió en un susurro, precisamente en medio de su palabra favorita, «moraleja», y el brazo con que tenía cogida a Alicia empezó a temblar. Alicia levantó los ojos, y vio que la Reina estaba delante de ellas, con los brazos cruzados y el ceño tempestuoso.

– ¡Hermoso día, Majestad! -empezó a decir la Duquesa en voz baja y temblorosa.

– Ahora vamos a dejar las cosas bien claras rugió la Reina, dando una patada en el suelo mientras hablaba-: ¡O tú o tu cabeza tenéis que desaparecer del mapa! ¡Y en menos que canta un gallo! ¡Elige!

La Duquesa eligió, y desapareció a toda prisa.

– Y ahora volvamos al juego -le dijo la Reina a Alicia.

Alicia estaba demasiado asustada para decir esta boca es mía, pero siguió dócilmente a la Reina hacia el campo de croquet.

Los otros invitados habían aprovechado la ausencia de la Reina, y se habían tumbado a la sombra, pero, en cuanto la vieron, se apresuraron a volver al juego, mientras la Reina se limitaba a señalar que un segundo de retraso les costaría la vida.

Todo el tiempo que estuvieron jugando, la Reina no dejó de pelearse con los otros jugadores, ni dejó de gritar «¡Que le corten a éste la cabeza!» o «¡Que le corten a ésta la cabeza!» Aquellos a los que condenaba eran puestos bajo la vigilancia de soldados, que naturalmente tenían que dejar de hacer de aros, de modo que al cabo de una media hora no quedaba ni un solo aro, y todos los jugadores, excepto el Rey, la Reina y Alicia, estaban arrestados y bajo sentencia de muerte.

Entonces la Reina abandonó la partida, casi sin aliento, y le preguntó a Alicia:

– ¿Has visto ya a la Falsa Tortuga?

– No -dijo Alicia-. Ni siquiera sé lo que es una Falsa Tortuga.

– ¿Nunca has comido sopa de tortuga? -preguntó la Reina-. Pues hay otra sopa que parece de tortuga pero no es de auténtica tortuga. La Falsa Tortuga sirve para hacer esta sopa.

– Nunca he visto ninguna, ni he oído hablar de ella -dijo Alicia.

– ¡Andando, pues! -ordenó la Reina-. Y la Falsa Tortuga te contará su historia.

Mientras se alejaban juntas, Alicia oyó que el Rey decía en voz baja a todo el grupo: «Quedáis todos perdonados.» «¡Vaya, eso sí que está bien!», se dijo Alicia, que se sentía muy inquieta por el gran número de ejecuciones que la Reina había ordenado.

Al poco rato llegaron junto a un Grifo, que yacía profundamente dormido al sol. (Si no sabéis lo que es un grifo, mirad el dibujo).

– ¡Arriba, perezoso! -ordenó la Reina-. Y acompaña a esta señorita a ver a la Falsa Tortuga y a que oiga su historia. Yo tengo que volver para vigilar unas cuantas ejecuciones que he ordenado.

Y se alejó de allí, dejando a Alicia sola con el Grifo. A Alicia no le gustaba nada el aspecto de aquel bicho, pero pensó que, a fin de cuentas, quizás estuviera más segura si se quedaba con él que si volvía atrás con el basilisco de la Reina. Así pues, esperó.

El Grifo se incorporó y se frotó los ojos; después estuvo mirando a la Reina hasta que se perdió de vista; después soltó una carcajada burlona.

– ¡Tiene gracia! -dijo el Grifo, medio para sí, medio dirigiéndose a Alicia.

– ¿Qué es lo que tiene gracia? -preguntó Alicia.

– Ella -contestó el Grifo. Todo son fantasías suyas. Nunca ejecutan a nadie, sabes. ¡Vamos!

«Aquí todo el mundo da órdenes», pensó Alicia, mientras lo seguía con desgana.

«¡No había recibido tantas órdenes en toda mi vida! ¡Jamás!»No habían andado mucho cuando vieron a la Falsa Tortuga a lo lejos, sentada triste y solitaria sobre una roca, y, al acercarse, Alicia pudo oír que suspiraba como si se le partiera el corazón. Le dio mucha pena.

– ¿Qué desgracia le ha ocurrido? -preguntó al Grifo.

Y el Grifo contestó, casi con las mismas palabras de antes:

– Todo son fantasías suyas. No le ha ocurrido ninguna desgracia, sabes.

¡Vamos!

Así pues, llegaron junto a la Falsa Tortuga, que los miró con sus grandes ojos llenos de lágrimas, pero no dijo nada.

– Aquí esta señorita -explicó el Grifo- quiere conocer tu historia.

– Voy a contársela -dijo la Falsa Tortuga en voz grave y quejumbrosa-.

Sentaos los dos, y no digáis ni una sola palabra hasta que yo haya terminado.

Se sentaron pues, y durante unos minutos nadie habló. Alicia se dijo para sus adentros: «No entiendo cómo va a poder terminar su historia, si no se decide a empezarla». Pero esperó pacientemente.

– Hubo un tiempo -dijo por fin la Falsa Tortuga, con un profundo suspiro- en que yo era una tortuga de verdad.

Estas palabras fueron seguidas por un silencio muy largo, roto sólo por uno que otro graznido del Grifo y por los constantes sollozos de la Falsa Tortuga.



Alicia estaba a punto de levantarse y de decir: «Muchas gracias, señora, por su interesante historia», pero no podía dejar de pensar que tenía forzosamente que seguir algo más, conque siguió sentada y no dijo nada.

– Cuando éramos pequeñas -siguió por fin la Falsa Tortuga, un poco más tranquila, pero sin poder todavía contener algún sollozo-, íbamos a la escuela del mar. El maestro era una vieja tortuga a la que llamábamos Galápago.

– ¿Por qué lo llamaban Galápago, si no era un galápago? -preguntó Alicia.

– Lo llamábamos Galápago porque siempre estaba diciendo que tenía a «gala» enseñar en una escuela de «pago» -explicó la Falsa Tortuga de mal humor-.

¡Realmente eres una niña bastante tonta!

– Tendrías que avergonzarte de ti misma por preguntar cosas tan evidentes -añadió el Grifo.

Y el Grifo y la Falsa Tortuga permanecieron sentados en silencio, mirando a la pobre Alicia, que hubiera querido que se la tragara la tierra. Por fin el Grifo le dijo a la Falsa Tortuga:

– Sigue con tu historia, querida. ¡No vamos a pasarnos el día en esto!

Y la Falsa Tortuga siguió con estas palabras:

– Sí, íbamos a la escuela del mar, aunque tú no lo creas…

– ¡Yo nunca dije que no lo creyera! -la interrumpió Alicia.

– Sí lo hiciste -dijo la Falsa Tortuga. -¡Cállate esa boca! -añadió el Grifo, antes de que Alicia pudiera volver a hablar.

La Falsa Tortuga siguió:

– Recibíamos una educación perfecta… En realidad, íbamos a la escuela todos los días…

– También yo voy a la escuela todos los días -dijo Alicia-. No hay motivo para presumir tanto.

– ¿Una escuela con clases especiales? -preguntó la Falsa Tortuga con cierta ansiedad.

– Sí -contestó Alicia. Tenemos clases especiales de francés y de música.

– ¿Y lavado? -preguntó la Falsa Tortuga.

– ¡Claro que no! -protestó Alicia indignada.

– ¡Ah! En tal caso no vas en realidad a una buena escuela -dijo la Falsa Tortuga en tono de alivio-. En nuestra escuela había clases especiales de francés, música y lavado.

– No han debido servirle de gran cosa -observó Alicia-, viviendo en el fondo del mar.

– Yo no tuve ocasión de aprender -dijo la Falsa Tortuga con un suspiro-.

Sólo asistí a las clases normales.

– ¿Y cuales eran esos? -preguntó Alicia interesada.

– Nos enseñaban a beber y a escupir, naturalmente. Y luego, las diversas materias de la aritmética: a saber, fumar, reptar, feificar y sobre todo la dimisión.

– Jamás oí hablar de feificar -respondió Alicia.

El Grifo se alzó sobre dos patas, muy asombrado:

– ¡Cómo! ¿Nunca aprendiste a feificar? Por lo menos sabrás lo que significa "embellecer".

– Pues… eso sí, quiere decir hacer algo más bello de lo que es.

– Pues -respondió el Grifo triunfalmente-, si no sabes ahora lo que quiere decir feificar es que estás completamente tonta.

Con lo cual cerró la boca a Alicia, la que ya no se atrevió a seguir preguntando lo que significaban las cosas. Dijo a la Falsa Tortuga:

– ¿Qué otras cosas aprendías allí?

– Pues aprendía Histeria, histeria antigua y moderna. También Mareografía, y dibujo. El profesor era un congrio que venía a darnos clase una vez por semana y que nos enseñó eso, más otras cosas, como la tintura al boleo.