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Potter sonrió. Fue una sonrisa amarga, pero sonrisa al fin. Se cruzó de piernas, juntó los dedos largos y amarillentos y se reclinó confortablemente en el respaldo.

– Una tirada muy buena, señor Marlowe y le he dejado que la hiciera. Ahora escúcheme usted a mí. Tiene perfecta razón al pensar que todo lo que quiero es tranquilidad y silencio. Es muy posible que su relación con los Wade sea incidental, accidental y pura coincidencia. Dejemos eso. Soy un hombre de familia en una época en que eso casi no significa nada. Una de mis hijas se casó con un pedante de Boston y la otra hizo una cantidad de matrimonios disparatados, el último con un pobretón complaciente que le permitía llevar una vida inútil e inmoral hasta que de pronto y sin razón verdadera, perdió su autocontrol y la asesinó. A usted le resulta imposible aceptar esto por la brutalidad con que fue cometido el hecho, pero se equivoca. El la mató con una Mauser automática, con la misma arma que se llevó a México. Y después que le disparó un tiro, hizo lo que usted sabe para hacer desaparecer el rastro de la herida de bala. Admito que fue algo brutal, pero hay que recordar que el hombre estuvo en la guerra, que sufrió mucho y vio sufrir a otros. Puede ser que no tuviera intención de matarla. Debe haber habido algún forcejeo ya que la pistola era de mi hija. Era una pistola pequeña, pero potente, de siete sesenta y cinco milímetros de calibre, del modelo llamado PPK. La bala atravesó la cabeza por completo y fue a incrustarse en la pared, detrás de la cortina. No se la encontró en seguida y el hecho no se publicó. Ahora consideremos la situación. -Se interrumpió y me miró fijamente. -¿Tiene tanta necesidad de fumar?

– Lo siento, señor Potter. Lo saqué sin pensar. La fuerza de la costumbre. -Volví a guardar el cigarrillo por segunda vez.

– Terry acaba de matar a su mujer. Tiene un motivo suficiente, desde el punto de vista policial un tanto limitado. Pero también posee una defensa excelente…, o sea, que ella tenía su revólver en la mano y que él trató de quitárselo y fracasó, y que ella se pegó un tiro. Un buen abogado criminalista hubiera podido sacar buen partido de eso. Probablemente habría sido absuelto. Pero lo hizo imposible al convertir esa muerte en un asesinato brutal para borrar los rastros de la bala. Tenía que escapar y hasta eso lo realizó en forma torpe.

– Es cierto, señor Potter, pero él lo llamó primero a Pasadena, ¿no es así? Terry me lo contó.

Potter asintió.

– Le dije que desapareciera y que vería lo que podía hacer por él. No quise saber dónde se encontraba. Eso era imperativo. No podía ocultar a un criminal.

– Suena bien, señor Potter.

– ¿Percibo en sus palabras un tono sarcástico o me equivoco? No importa. Cuando supe los detalles, vi que no había nada que hacer. Un asesinato semejante daría lugar a un proceso cuya índole yo no podía permitir. Para serle franco, me puse muy contento cuanto supe que se había suicidado en México y que había dejado una confesión escrita.

– Lo comprendo perfectamente, señor Potter.

Frunció el ceño.

– Tenga cuidado, joven. No me gustan las ironías. ¿Comprende ahora por qué no puedo tolerar ninguna investigación de ninguna clase hecha por persona alguna, y por qué utilicé toda mi influencia para que la investigación que se hizo fuera lo más corta posible y se le diera la menor publicidad posible?





– Seguro… si usted está convencido de que él la mató.

– Por supuesto que la mató. Con qué intención es otro asunto, y ya no tiene importancia. No soy un personaje público y no intento serlo. Siempre he tenido que vencer muchas dificultades para evitar toda clase de publicidad. Poseo influencia, pero no hago abuso de ella. El fiscal de distrito de Los Angeles es un hombre ambicioso que tiene demasiado sentido común para arruinar su carrera por una notoriedad momentánea. Veo en sus ojos un resplandor intencionado. Trate de hacerlo desaparecer, Marlowe. Vivimos en lo que se llama una democracia, gobernada por la mayoría del pueblo. Un ideal magnífico si es que pudiera funcionar. El pueblo elige, pero la máquina partidaria es la que nombra los candidatos, y para que las maquinarias del partido sean eficaces se debe gastar una enorme cantidad de dinero. Alguien tiene que dárselo, y ese alguien, ya sea un individuo, un grupo financiero, un sindicato o lo que usted quiera, espera en cambio cierta consideración. Lo que yo y la gente como yo espera, es que se nos deje vivir nuestras vidas tranquilos y en privado. Poseo muchos periódicos, pero no me agradan. Los considero como una amenaza constante, para lo poco que nos queda de soledad, de aislamiento, de vida privada. Su constante griterío sobre la libertad de prensa significa, con algunas pocas excepciones honorables, la libertad para vender el escándalo, el crimen, el sexo, el sensacionalismo, el odio, la murmuración y la utilización de la propaganda política y financiera. Un diario es un negocio para hacer dinero mediante los ingresos de la publicidad. Estos se basan en la circulación, y ya sabe usted de qué depende la circulación.

Me levanté y di la vuelta alrededor de mi sillón. Potter me observaba fríamente. Me senté de nuevo. Necesitaba un poco de suerte. ¡Diablos! La necesitaba a carretadas.

– Muy bien, señor Potter, ¿a qué viene todo esto?

El no me escuchaba; sólo prestaba atención a sus propios pensamientos.

– Existe una cosa peculiar respecto del dinero -prosiguió-, en grandes cantidades tiende a tener vida propia, hasta una conciencia propia. El poder del dinero se convierte en algo muy difícil de controlar. El hombre siempre ha sido un animal venal. El crecimiento de las poblaciones, el enorme coste de las guerras, la presión incesante de los impuestos fiscales…, todas estas cosas lo hacen más y más venal. El hombre medio está cansado y asustado, y un hombre cansado y asustado no puede permitirse tener ideales. Tiene que comprar alimento para su familia. En nuestra época hemos presenciado una declinación tremenda en la moral pública y privada. No se puede esperar calidad de la gente cuya vida está sujeta a una falta de calidad. No se puede tener calidad con una producción en masa. No se quiere la calidad porque dura demasiado. De modo que se la sustituye por la moda, que no es más que una estafa comercial destinada a hacer que las cosas caigan en desuso. La producción en masa no podría vender sus mercaderías el año próximo a menos que haga que lo que vendió este año parezca anticuado de aquí a un año. Tenemos las cocinas más blancas y los baños más relucientes del mundo. Pero en su encantadora cocina blanca, el ama de casa media americana no es capaz de preparar una comida que valga la pena, y los hermosos cuartos de baño relucientes no son más que un receptáculo de desodorantes, laxantes, pastillas para dormir y productos de esa mixtificación secreta que se conoce con el nombre de industria de los cosméticos. Preparamos los paquetes más lindos del mundo, señor Marlowe. Pero lo que hay adentro es en su mayoría basura.

Sacó del bolsillo un gran pañuelo blanco y se secó las sienes. Yo seguía sentado, con la boca abierta, preguntándome adónde iría a parar el tipo. Era evidente que estaba asqueado de todo.

– Hace demasiado calor para mí en este lugar -dijo-. Estoy acostumbrado a un clima más fresco. Empiezo a sentirme como un editorialista que se ha olvidado del problema que quería tratar.

– Comprendo su problema perfectamente, señor Potter. A usted le desagrada el camino que está tomando el mundo, de modo que usa el poder de que dispone para encerrarse en un rincón privado y vivir en la forma más parecida posible a como usted recuerda que vivía la gente hace cincuenta años, antes de la era de la producción en masa. Usted posee cien millones de dólares y todo eso sólo le ha proporcionado dolores de cabeza.

Estiró el pañuelo por las dos puntas opuestas hasta dejarlo tirante, después lo arrugó hasta formar una bola y se lo metió en el bolsillo.