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En mi aturdimiento, no la vi acercarse. Pero allí estaba.

– He conocido a tu amigo -me dijo Chitra señalando al asesino con sus uñas pintadas de rojo. Estaba junto a mí, sonriendo cordialmente, incluso estúpidamente, como si hubiera empezado la cerveza que hacía una de más. Y me estaba hablando a mí… nuestro primer intercambio del fin de semana. A pesar del miedo, me sentí entusiasmado al oír su voz, suave y alta, con un acento que era británico y no lo era-. Es muy divertido.

Cogí una cerveza, la abrí y bebí sin paladear, tratando de no hacer demasiado ruido al tragar.

– Sí, es un tipo genial -le dije yo. Me volví hacia el asesino-. ¿Qué haces aquí? -Traté de controlar el temblor de mi voz, de hablar como cuando alguien que conoces se presenta sin avisar. Pero fracasé estrepitosamente.

– Te estaba buscando, Lemuel. ¿Nos disculpas un momento?

– Por supuesto -dijo Chitra.

El asesino me puso la mano en la espalda y nos apartamos de los demás. No me hizo mucha gracia que me tocara de aquella forma, en parte porque era el asesino, pero también porque a aquella gente le faltaría tiempo para tacharme de gay. En realidad, no es que les importaran mis tendencias sexuales, pero el insulto brotaría de forma espontánea de labios de gente como Ro

El asesino se detuvo junto a la máquina de caramelos que había entre los dos aseos. Desde fuera se percibía el olor nauseabundo y dulzón de los ambientadores.

– ¿Por qué has vuelto a la caravana? -me preguntó.

Bueno, de eso se trataba, por eso me había seguido hasta allí. Noté el rugido del pánico en mis oídos. Me habían pillado, pero ¿en qué exactamente? Tendría que relajarme, pensé. Ahora que sabía de qué iba el asunto, podría controlar la situación. Tal vez. Por otro lado, aquel tipo resolvía sus problemas matando, y en aquellos momentos tenía un asuntillo pendiente conmigo, y eso me resultaba muy desalentador.

– No tuve elección. -Las palabras salieron atropelladamente, apresuradas y vacías. No había nada en el lenguaje corporal del asesino que fuera amenazador, pero yo estaba tratando de salvar mi vida-. Por error le entregué la solicitud equivocada a mi jefe. -Y le expliqué el resto, que Bobby había insistido en volver, que no conseguí hacerle cambiar de opinión.

El asesino consideró mi explicación durante unos segundos.

– Muy bien -dijo-. ¿Y tu jefe no vio nada raro?

Meneé la cabeza.

– Llamó al timbre, luego llamó con el puño y nos fuimos.

– Porque a mí me pareció curioso -dijo el asesino-. Desde donde estaba, me pareció curioso.

– Sí, lo sé. Pero no pude evitarlo.

– Bueno, al final todo ha quedado en nada, ¿verdad? -Me dio una palmadita en el hombro-.Y he conocido a esa chica tan mona. -Se acercó más-. Creo que le gustas -dijo en un aparte.

– ¿De verdad? ¿Qué te ha dicho? -Enseguida comprendí lo absurdo de la pregunta, de aquella conversación, y me sonrojé.

– Me ha dicho que le pareces muy majo. Y lo eres, a pesar de tu timidez.

– ¿Puedo recuperar mi carnet de conducir? -Quería saber qué había dicho Chitra, quería interrogar al asesino, que me contara todos los detalles, cómo lo había dicho, cómo había surgido el tema, su lenguaje corporal, su expresión. Estuve a punto de preguntarle, pero entonces recordé que no era un amigo, que no era alguien con quien pudiera hablar de una chica. Y estaba deseando hablar de algo que no fuera lo majo que seguramente me consideraba un asesino gay. El hombre se encogió de hombros.

– Vale. -Se metió la mano en el bolsillo y lo sacó-. Pero he memorizado tu nombre y dirección, así que, ya sabes, si decides hacerte el listillo sé dónde encontrarte. Aunque no creo que eso sea un problema. Y, demonios, una cosa es incriminar a alguien por un crimen y otra obligarle a hacer cola en la Dirección General de Tráfico.

»Mientras tengas claras cuáles son tus prioridades…

Me guardé el permiso en el bolsillo, extrañamente reconfortado. El asesino estaba siendo razonable; quizá no había por qué preocuparse. Solo que no me lo acababa de creer. Que no fuera siempre, en todo momento, un homicida no cambiaba lo que había hecho, y no hacía que me preocupara menos.

Estaba a punto de decir algo con la esperanza de animarle a marcharse cuando se encendió una especie de flash cinematográfico en mi cabeza. Habíamos estado allí, lo habíamos limpiado todo, pero nos habíamos dejado una cosa.

– Mierda -susurré.

El asesino arqueó una ceja.





– ¿Qué?

– El talonario. -Me salió como un graznido-. Karen me firmó un cheque y el resguardo se quedó en el talonario. El recibo. Tenía asignada esa zona, así que la policía descubrirá enseguida que fui yo.

– Joder. -El asesino meneó la cabeza-. ¿Por qué no lo has pensado antes?

– No estaba precisamente preparado para algo así -dije con un gañido-. No soy un profesional. No tenía ninguna lista de la que ir tachando los pasos.

– Sí, tienes razón, tienes razón. -Se quedó quieto un momento, procesando aquella nueva información-. Muy bien, Lemuel. Tenemos que volver.

– ¿Cómo? No podemos.

– Pues tenemos que hacerlo. Si no, acabarás en la cárcel, amigo mío.

– No quiero volver -dije en voz baja-. No puedo.

– ¿Quieres que vaya yo solo? ¿Que yo te salve el culo? Eso no es justo.

Estuve por decir que yo no había matado a Karen y a Cabrón, pero sabía muy bien cómo sonarían esas palabras viniendo de mi boca: absurdas y petulantes. Y no conviene ponerse petulante con un asesino.

Él me miró, ladeó la cabeza como un ciervo en un zoo de animales de granja.

– No me tendrás miedo, ¿verdad, Lemuel?

Podía haber sonado extraño o espeluznante, pero lo cierto es que aquellas palabras tenían algo de conmovedor. El asesino no quería que le tuviera miedo.

– No sé… -empecé a decir. Pero no supe cómo seguir.

– Ya te lo he dicho. No voy a hacerte daño. Tendrás que confiar en mí, porque estamos juntos en esto.

– Pues que se joda esto -anuncié-.Y tú también. -Y entonces, después de pensarlo mejor, añadí-: No es nada personal, lo que quiero decir es que yo no soy así. Esto no es mi vida. Yo no tengo nada que ver con asesinatos y muertes y violaciones de domicilios. No puedo participar en algo así. Lo primero que haré por la mañana será llamar a un taxi para que me lleve a la estación de autobuses y me iré a casa.

– Es una idea estupenda -dijo el asesino-. A veces huir es una estrategia razonable. Hay cosas de las que habría que huir. El problema, Lemuel, es que este asunto en particular correrá tras de ti. Entiendo que quieras olvidarte de todo, pero para que eso sea posible tendrás que colaborar un poco. Si huyes ahora, todos los ojos se volverán hacia ti.

No quería aceptarlo, pero sabía que tenía razón.

– No, no es cierto.

– No te culpo -dijo el asesino-, pero negar las cosas no te ayudará a salir del apuro. Lemuel, yo voy a sacarte de este apuro.

El hombre me miró, con una sonrisa beatífica en su rostro pálido, y le creí. Por inexplicable que fuera, le creí. Lo más razonable habría sido salir corriendo, dando gritos, parapetarme en mi habitación y llamar a la policía. Quizá fuera la única forma de salir de aquello, pero el asesino era tan suave, tan diestro, que sabía que no podría engañarle. Si llamaba a la policía, acabaría en la cárcel, y si desairaba al asesino, acabaría en la cárcel. No quería ir a ningún sitio con él. Era un asesino, y no quería quedarme a solas con un asesino.

– De acuerdo -exhalé.

– Ahora tenemos que encontrar ese talonario. Los dos, ¿de acuerdo? Puedes hacerlo.

Yo asentí, incapaz de decir palabra.

El asesino conducía un Datsun con portón trasero algo hecho polvo. Era de color carbón, o gris o algo así. Estaba demasiado oscuro para verlo con claridad. Yo me lo había imaginado al volante de un Aston Martin o un Jaguar o algo a lo James Bond, con asientos de eyección, torretas retráctiles con metralletas y un botón que lo convirtiera automáticamente en una lancha. Pero lo que allí había eran unas cuantas revistas viejas y varios envases de zumo vacíos en el suelo del asiento del pasajero. Y un montón de libros de bolsillo en el asiento de atrás, libros con nombres raros, como Liberación animal o Historia de la sexualidad, volumen I. ¿Cuántos volúmenes ocuparía una historia de la sexualidad?