Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 23 из 88

– Sí -coincidió Ro

Yo conocía muy bien la gravedad de lo que acababa de hacerme. Si alguien te echa el humo en la cara, a poco que puedas le partes la cara. Era una ofensa, un motivo para ponerse hecho una furia.

– Bobby quiere verme -dije con voz rasposa.

Me pareció una buena mentira. Nadie quería disgustar a Bobby. De eso no había duda.

– Que se joda Bobby, y tú y todos tus jodidos amigos -dijo Ro

– Eso -comenté yo- es mucho joder.

– Capullo -agregó Scott. Y me clavó un dedo en el estómago. No excesivamente fuerte, pero sí lo bastante como para que doliera.

Ro

– ¿Te ha dicho alguien que le pegues, jodida foca?

– Solo le he tocado con un dedo -contestó el otro en tono desafiante.

– Puez no le toquez. No toquez a nadie hazta que yo te lo diga, imbécil. -Se volvió hacia mí-. Te crees que Bobby es una gran cosa ¿eh? Pues no es nadie, y no sabe una mierda de lo que pasa aquí. El Jugador confía en nosotros. ¿Lo entiendes? Ni en ti, ni en Bobby. Deja de esconderte detrás de su falda como si fuera tu mamá.

– Bobby es un gilipollas -dijo Scott-. Darle las mejores zonas a una nenaza como tú.

– Una nenaza como tú -repitió Ro

– ¿Sabes una cosa? Tengo la sensación de que aquí sobro -dije-. Creo que lo más educado sería disculparme y marcharme.

– Pues yo creo que lo educado sería que te dieran por el culo.

– Tiene gracia -comenté- cómo cambia el estándar de educación de una cultura a otra.

– Te crees muy listo. Esta noche has vuelto otra vez con las manos vacías, ¿eh?

Ro

– Pues no, no he vuelto con las manos vacías -dije-. Pero eso no es asunto tuyo.

– Ezta noche, cuando te duermaz, te vamoz a hacer picadillo -dijo Scott.

Ya me habían amenazado con aquello otras veces, pero nunca pasaba nada. No les interesaba que los despidieran, lo único que querían era asustarme. Y funcionaba, porque el que nunca me hubieran hecho nada no significaba que no pudieran hacerlo. Desde luego, eran capaces. La gente como Ro

Mi determinación de no vacilar empezaba a derrumbarse. Aquel día había visto demasiadas cosas, y por el nudo que notaba en la garganta supe que las lágrimas empezaban a aflorar. Tenía que encontrar la forma de salir de allí.

– Pero ¿qué creéis que estáis haciendo?

Los tres nos dimos la vuelta. Sameen Lal salió del vestíbulo de recepción como una exhalación, con una paleta de críquet en una mano. Tendría cuarenta y tantos, era alto, delgado, y tenía una espesa mata de pelo negro, pómulos marcados, ojos pequeños e intensos y un bigotito elegante. Nos alojábamos allí de vez en cuando, así que ya era capaz de reconocer a algunos de nosotros, y tenía sus propias opiniones. Él y su mujer me habían honrado con algún saludo, un «buenos días», un afable gesto de la cabeza por la noche. Y sabían mi nombre. También parecían ser conscientes de que Ro

– Aquí huele a algo ilegal -dijo Sameen-. Quiero que os vayáis ahora mismo.

– ¿Qué tal, Semen? Yo también lo he olido -dijo Ro

El chistecito no me hizo mucha gracia, sobre todo aquella noche. Por suerte, Sameen comprendió enseguida la situación.

– Me parece bastante inverosímil. Este es mi motel, y quiero que os vayáis ahora mismo o informaré a vuestro jefe.





– Yo de ti no lo haría. No me gustaría ver este bonito motel ardiendo, no sé si me entiendes.

– Está hablando de quemarlo -expliqué yo, tratando de parecer indiferente ahora que mi rescatador había llegado.

– Yo no he amenazado a nadie -dijo Ro

– No quiero escuchar vuestras amenazas -dijo Sameen-. Vosotros dos sois mala gente. Y ahora marchaos.

– Vale. -Ro

Sameen levantó la paleta de críquet Solo unos centímetros, pero estaba claro que iba en serio y que comprendía más cosas de las que su reserva podía indicar.

– Dejadle en paz y marchaos.

– No me gusta cómo nos hablas, Semen -dijo Ro

Los dos se miraron, esperando cada uno por su lado que pasara algo definitivo. Por encima del murmullo de las conversaciones y la música, junto a la piscina, oí unas palabras. Era la voz de Chitra, y deseé encontrar la forma de excusarme. Por ella, sí, pero también por mí mismo. No quería presenciar más actos de violencia, ni siquiera si eso significaba ver cómo un guardameta le partía el cráneo a Ro

– Discúlpeme, señor Lal, hay un cliente esperándole, así que, si no le importa, yo cuidaré de Lemuel.

El asesino se acercó a nosotros con paso despreocupado, aunque algo encorvado. Sonreía animadamente y había levantado una mano como si estuviera saludando. Ro

– Soy amigo de Lemuel -dijo el asesino a Sameen-. No pasa nada.

– ¿Cómo sabe usted mi nombre? -preguntó Sameen.

– Está escrito en la paleta de críquet.

Sameen entrecerró los ojos con recelo.

– ¿Te puedo dejar con él? -me preguntó.

Yo asentí. Me daba miedo hacer cualquier otra cosa.

Sameen asintió a su vez.

– Si tienes algún problema, ven a verme -me dijo, y volvió a su oficina.

Me gustó que Sameen hubiera salido para ayudarme. Me sentía agradecido, incluso conmovido, pero en ningún momento creí que aquel hombre inofensivo, casi invisible, pudiera ser rival para Ro

El alivio que sentí desapareció enseguida. El asesino podía despachar a Ro

– ¿Qué quieres? -preguntó Ro

– Estaba buscando a Lemuel -dijo el asesino. Me puso una mano en el hombro e hizo ademán de llevarme hacia la piscina.

Yo no quería ir. Quería aferrarme a algo, resistirme. Pero no había forma de resistirse, así que fui.

– ¿Es tu novio? -gritó Ro

Yo no hice caso. Pero el asesino sí. Se dio la vuelta y con el índice y el pulgar dio forma a una pistola y les disparó a los dos.

¿Hasta qué punto debía estar asustado? Ya sabía que el asesino estaba allí. Y si había decidido ir a la piscina era justamente por eso. Y estaríamos en público. A pesar de lo cual, el solo hecho de tenerlo tan cerca me producía terror.

Como si aquel fuera su sitio, como si él fuera el anfitrión y yo el invitado, el asesino me guió entre la multitud de vendedores de enciclopedias. Para tratarse de un criminal, no parecía que la gente le asustara.