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– ¿Y ahora? -preguntó.

– Y ahora me gustaría saber cómo llegó Clayton Phillips al autodescargador del barco que tú tienes alquilado.

Dio una patada en el suelo a mi lado.

– Dímelo tú, Vic. Tú eres la gran detective. Tú eres la que apareces siempre cuando está a punto de cometerse un crimen en mi flota… A menos que hayas decidido que un hombre con mi pasado es capaz de cualquier cosa… capaz de destruir sus propios sueños, capaz de asesinar.

Ignoré su último comentario.

– Phillips había desaparecido ayer por la mañana. ¿Dónde estabas ayer por la mañana?

Sus ojos eran oscuros puntos de rabia en medio de su rostro.

– ¿Cómo te atreves? -chilló.

– Martin, escúchame. La policía va a preguntártelo y tú tendrás que responder.

Apretó los labios y luchó consigo mismo. Al final decidió dominarse.

– Estuve encerrado con mi representante de la Lloyds en el Soo hasta ayer por la noche. Gordon Firth, el presidente de Ajax, voló con él en el avión de la Ajax, y luego me trajeron a Chicago alrededor de las diez de la noche de ayer.

– ¿Dónde estaba el Gertrude Ruttan?

– Amarrado en el puerto. Entró el sábado por la tarde y tuvo que estar amarrado todo el fin de semana hasta que pudiéramos descargarlo. Alguna maldita norma sindical.

Así que cualquiera podía haberse metido en el puerto, haber hecho el agujero en la cabeza de Phillips y haberlo metido en las bodegas. Había caído en la carga y había aparecido con el resto de ella cuando salía por la cinta transportadora. Muy limpio.

– ¿Quién sabía que el Gertrucle Ruttan iba a estar allí todo el fin de semana?

Se encogió de hombros.

– Cualquiera que sepa algo de las entradas y salidas de los barcos en el puerto.

– Eso elimina a mucha gente -dije sarcásticamente-. Igual que el que manipuló mi coche, el que mató a Boom Boom. Me imaginaba que era Phillips el que lo había hecho, pero ahora también está muerto. Así que sólo quedan las personas que estaban por allí en aquel momento. Grafalk. Bemis. Sheridan. Tú.

– Yo estuve ayer en el Soo durante todo el día.

– Sí, pero podías haber contratado a alguien.

– Igual que Niels -señaló-. No estarás trabajando para él, ¿no, Vic? ¿Te contrató para que acabaras conmigo?

Negué con la cabeza.

– ¿Para quién trabajas entonces, Warshawski?

– Para mi primo.

– ¿Boom Boom? Está muerto.

– Ya lo sé. Por eso trabajo para él. Boom Boom y yo teníamos un pacto. Cuidábamos el uno del otro. Alguien le empujó debajo del Bertha Krupnik. Me dejó pruebas de la razón por la que pudieron haberlo hecho, y las encontré anoche. Parte de esas pruebas te implican a ti, Martin. Quiero saber por qué dejas a Grafalk tantos de tus contratos con la Eudora.

Sacudió la cabeza.



– Ya vi esos contratos. No hay nada raro en ellos.

– No había nada malo en ellos, excepto que tú dejabas que Grafalk se llevara muchas de las órdenes cuando tú eras el más barato. Ahora vas a decirme por qué o tendré que ir a la Pole Star e interrogar a tu personal, revisar tus libros y repetir todo el aburrido proceso.

Suspiró.

– Yo no maté a tu primo, Warshawski. Si alguien lo hizo, ése fue Grafalk. ¿Por qué no te concentras en él y descubres por qué voló mi barco y te olvidas de esos contratos?

– Martin, tú no eres tonto. Piénsalo. Parece como si tú y Grafalk estuvieseis compinchados en esas órdenes de embarco. Mattingly vuelve a Chicago en tu avión y el cuerpo de Phillips aparece en tu barco. Si yo fuera poli, no iría a buscar más lejos. Si es que tuviera toda esa información.

Hizo un gesto de dolor con el brazo derecho. Frustración.

– Muy bien. Es verdad -gritó-. Dejé que Niels se llevara alguna de mis órdenes. ¿Vas a mandarme a la cárcel por eso?

Yo no dije nada.

Después de una breve pausa siguió, más calmado:

– Estaba intentando conseguir financiación para el Lucelia. Niels necesitaba órdenes desesperadamente. La caída del acero afectaba a todo el mundo, pero a Grafalk más, a causa de esos barcos tan pequeños que tiene. Me dijo que contaría la historia de mi dichoso pasado por toda la comunidad financiera si no le proporcionaba alguna de mis órdenes.

– ¿Podría eso haberte hecho daño?

Sonrió irónicamente.

– No quise averiguarlo. Intentaba hacer frente a cincuenta millones de dólares. No veía al Fort Dearborn Trust dándome un céntimo más si se enteraba de que había cumplido dos años por estafa.

– Ya veo. ¿Y entonces?

– Oh, tan pronto como el Lucelia fue botado, le dije a Niels que lo hiciera público y se fuese al infierno. Mientras esté ganando mi propio dinero, a nadie le van a importar un bledo mis hazañas. Cuando necesitas dinero, te hacen firmar una garantía antes de dártelo. Cuando lo consigues, ya no les importa de dónde lo sacas. Pero Niels estaba furioso.

– Pero es un gran salto el pasar de forzarte a darle unas cuantas órdenes a volarte el barco, de todos modos.

Insistió con cabezonería que a ningún otro podría importarle. Hablamos de ello durante otra media hora aún, pero él no cedió. Le dije finalmente que investigaría también a Niels.

El sabueso de pelo dorado ya se había marchado con su gente cuando nos pusimos de pie y trepamos de nuevo por las dunas arenosas hasta el aparcamiento. Unos cuantos niños nos miraron sin curiosidad, esperando que los mayores se marcharan antes de lanzarse a realizar sus imprudentes hazañas.

Llevé a Bledsoe de vuelta a la fábrica de acero, atestada ahora de policías de Chicago e Indiana. El turno de las cuatro estaba llegando y le dejé junto a las verjas. Los polis podrían querer hablar conmigo más tarde como testigo presencial, pero tendrían que encontrarme antes. Tenía otras cosas que hacer.

21

Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para una investigadora privada en vaqueros ver al presidente de una de las grandes compañías de los Estados Unidos. Llegué al cuartel general de Seguros Ajax, en la parte sur del Loop, un poco después de las cinco. Había mucho tráfico hacia el centro de la ciudad. Pensaba que llegaría lo bastante tarde como para evitar la avalancha de secretarias que impiden la entrada a una oficina de ese tipo, pero había olvidado el sistema de seguridad de la Ajax.

Los guardias que estaban en el vestíbulo de mármol del rascacielos de sesenta pisos me pidieron una tarjeta de identificación como empleada. Evidentemente, no la tenía. Quisieron saber a quién iba a visitar; me darían un pase de visitante si la persona a la que quería ver aceptaba mi visita.

Cuando les dije que a Gordon Firth, se quedaron atónitos. Tenían una lista de los visitantes del presidente. Yo no estaba entre ellos, y sospechaban que pudiera ser una asesina de Aetna, contratada para eliminar a la competencia.

– Soy investigadora privada -expliqué, sacando la fotocopia de mi licencia de la cartera para enseñársela-. Estoy investigando una pérdida de cincuenta millones de dólares a la que la Ajax tuvo que hacer frente la semana pasada. Es cierto que no tengo una cita con Gordon Firth, pero es muy importante que lo vea a él o al que él haya designado para ocuparse del caso. Puede que afecte a la responsabilidad final de la Ajax.

Discutí con ellos un poco más y al final les convencí de que si la Ajax pagaba las pérdidas del casco del Lucelia porque no habían querido dejarme pasar a la oficina de Firth, recordaría sus nombres y me aseguraría de que el dinero saliese de sus bolsillos.

Aquellos argumentos no me llevaron hasta Firth -como digo, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja-, pero sí me llevaron hasta un hombre que trabajaba en el Departamento de Riesgos Especiales, que era el que se ocupaba de aquel caso. Su nombre era Jack Hogarth, y bajó al vestíbulo a buscarme.