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— ¿Sin cohete?

— Sí. En traje espacial y con una pistola de retropropulsión. Duró bastante rato, pero no tanto como parecía. Sólo tuve dificultades con el ferromagneto, pues era casi un arca, muy poco manejable. Allí, naturalmente, no pesaba nada, pero cuando entré en la nube, tuve que tener mucho cuidado para no chocar contra algo.

«Cuando me aproximé, dejé de ver la nube, y las estrellas empezaron a desaparecer.

Primero las cercanas, y luego la mitad del cielo se ensombreció. Miré hacia atrás, el Prometeo resplandecía a lo lejos; tenía un dispositivo de iluminación de la coraza. Parecía un lápiz blanco y alargado, con una seta en el extremo, que era el faro de fotones.

«De repente todo desapareció. Esta transición fue súbita: tal vez un segundo de niebla negra… y luego nada. Había desconectado mi radio; en su lugar zumbaba en los auriculares el ferromagneto. Tardé apenas unos minutos en llegar al borde de la nube, pero para posarme en la superficie empleé más de dos horas… tenía que estar muy atento. Mi linterna eléctrica resultó inservible, lo cual, por otra parte, ya había esperado. Inicié la búsqueda. ¿Sabes cómo son las grandes estalactitas de las cavernas…?

— Sí, lo sé.

— Pues algo parecido, pero más inquietante. Hablo de lo que vi más tarde, cuando la nube se hubo posado, pues durante la búsqueda no vi nada, como si alguien hubiese tapado con brea el visor de mi traje espacial. Llevaba el arca pendida de unas correas. Tenía que mover las pequeñas antenas, escuchar, caminar con los brazos extendidos… nunca en mi vida me he caído tan a menudo como allí. Gracias a la escasa gravedad no me contusionaba, y si hubiera podido ver un poco, habría recuperado todas las veces el equilibrio, pero así… En fin, contarlo a alguien que no lo ha pasado es muy difícil. Aquel miniplaneta consistía en rocas puntiagudas y montones de riscos movedizos; ponía un pie en el suelo y empezaba a volar de repente hacia alguna parte, sin nada donde agarrarme, con aquella lentitud de borracho naturalmente. No podía tomar empuje, porque había pasado un cuarto de hora volando hacia arriba. Había que esperar, simplemente, intentando andar hacia delante, pero entonces las masas de piedra se movían bajo mis pies. Estos escombros, columnas, trozos de piedra, estaban apenas unidos unos con otros, ya que sólo los mantenía juntos una gravedad escasísima, lo cual no significa que un peñasco gigante no pudiera aplastar a un hombre si le caía encima…, porque entonces actúa la masa, no el peso, sólo que siempre se tiene tiempo de saltar hacia un lado, si se ve caer la piedra, naturalmente, o por lo menos se oye… Pero allí no había aire, por lo que sólo podía guiarme por los movimientos de las rocas bajo mis pies y comprender que una vez más había desplazado una de ellas con mi paso. Y esperar que de aquella brea no cayera una piedra que empezara a despedazarme… En resumen, vagué dando vueltas durante varias horas, y hacía mucho rato que había dejado de encontrar genial mi idea del ferromagneto… A cada paso tenía que vigilar para no salir volando por los aires, como hice varias veces, y quedarme allí flotando…, igual que en una pesadilla. Por fin capté la señal. Volví a perderla unas ocho veces, no sé con exactitud, en todo caso cuando encontré el cohete era ya de noche en el Prometeo.

«Estaba inclinado, enterrado a medias en aquel polvo infernal. Es algo extremadamente blando, extremadamente fino, lo más fino de todo el mundo, ¿sabes? Una sustancia casi intangible…, el plumón más ligero de la Tierra ofrece mayor resistencia. Las partículas son tan increíblemente minúsculas… Miré hacia el interior: no estaba en el cohete. He dicho que yacía inclinado; no podía tener en absoluto esta seguridad, pues allí era imposible determinar la posición vertical sin aparatos especiales, y eso hubiese durado alrededor de una hora. Un peso sencillo, ligero como una pluma, oscilaría al extremo de una cuerda como una mosca, en lugar de caer en línea recta… Así pues, no me sorprendió que no hubiese intentado el despegue. Me arrastré hacia el interior. Vi en seguida que había intentado confeccionar una plomada con objetos que tenía a mano, sin conseguirlo. Quedaban bastantes alimentos, pero nada de oxígeno. Debía de haber llenado la botella de su traje espacial y salido del cohete.

— ¿Por qué?

— Sí, yo también me formulé esta pregunta. Hacía tres días que estaba allí dentro. En estos cohetes hay un solo asiento, una pantalla, algunas palancas y una escotilla a la espalda.

Permanecí sentado allí unos momentos. Ya adivinaba que no le encontraría. Por un segundo pensé que tal vez había salido cuando yo aterricé, utilizado la pistola de retropropulsión para volver al Prometeo y ahora ya estaría allí, mientras yo vagaba por aquellos escombros sin vida…

Salí del cohete con tanta energía que volví a elevarme y a volar. Sin ningún sentido de la orientación, nada. ¿Sabes lo que es ver una chispa en la oscuridad total? ¿Cómo los ojos empiezan a fantasear sobre ella? Cuántos rayos y visiones vislumbran en ella… pues bien, algo parecido ocurre con el sentido del equilibrio. Donde no existe la gravedad, uno llega a acostumbrarse a su falta. Pero cuando la gravedad es muy escasa, como en aquellos escombros, el oído se irrita y reacciona de modo defectuoso, por no decir loco. Ora te imaginas que te elevas en candelero, ora que te caes en un abismo, y así una y otra vez. Por añadidura, hay los giros y los movimientos desmañados de brazos, piernas y tronco, como si todos hubieran cambiado de lugar y como si la cabeza ya no estuviera en su sitio…

«Así volé, pues, hasta que choqué contra una pared, reboté de ella, me quedé colgado de algo y tuve tiempo de agarrarme de un saliente de las rocas. Alguien yacía allí. Thomas.

Ella guardó silencio. El océano Pacífico susurraba en la oscuridad.

— No, no es lo que estás pensando. Vivía. Incluso se sentó en seguida. Yo conecté la radio.

A una distancia tan pequeña podíamos entendernos perfectamente.

«-¿Eres tú? — empezó.

«-Sí, soy yo — dije. Una escena de comedia barata, realmente imposible. Pero era la realidad. Ambos nos levantamos —. ¿Cómo te sientes? — inquirí.





«-Estupendamente. ¿Y tú?

«Esto me confundió un poco, pero así y todo contesté:

«-Muy bien, gracias. Y todos los de casa están bien.

«Era idiota, pero pensé que él lo hacía adrede para demostrarme que estaba tranquilo, ¿comprendes?

— Sí.

— Cuando estuvo muy cerca de mí, vi su silueta a la luz de la linterna que llevaba sujeta al brazo; parecía una especie de oscuridad más densa. Toqué su traje espacial; estaba intacto.

«-¿Tienes oxígeno? — le pregunté. Esto era lo más importante.

«-Oh, eso no tiene importancia.

«Reflexioné sobre lo que debíamos hacer. ¿Despegar con su cohete? No, era demasiado arriesgado. A decir verdad, yo no me sentía muy aliviado. Tenía miedo, o estaba inseguro; es difícil explicarlo. La situación era irreal, yo encontraba algo singular en ella, pero no sabía qué era ni veía nada claro. Sólo que aquel milagroso reencuentro no me había alegrado. Pensé en cómo salvar el cohete. Pero esto no era lo más importante, me dije. Primero tenía que averiguar cómo se encontraba él. Mientras tanto permanecíamos allí, bajo la noche negra, sin estrellas.

«-¿Qué has hecho aquí todo este tiempo? — le pregunté. Quería saberlo, porque también esto era importante. Si había intentado hacer algo, aunque fuera buscar minerales, sería una buena señal.

«-Varias cosas — repuso —. ¿Y tú, Tom?

«-¿Cómo, Tom? — interrogué, sintiendo escalofríos, pues hacía un año que Arder había muerto, y él lo sabía muy bien.

«-Eres Tom, ¿verdad? Conozco tu voz.

«No dije nada, y él rozó mi traje con el guante y añadió:

«-Un mundo demente, ¿no crees? Nada digno de verse y tampoco nada especial. Me lo había imaginado muy diferente. ¿Y tú?

«Pensé que el hecho de que me confundiera con Arder no significaba gran cosa; a fin de cuentas… esto les había pasado ya a varios.